Se vela

Si corre, vuela, y si no corre se vela… Claro, si no corre, se vela, es decir, se pone el velo y se va a la Catedral. En cambio, si corre, vuela: No hay quien pueda mantener la frecuencia de su ritmo ni la enorme dimensión de su zancada. De modo que un año tras otro, con apoyo de la Virgen, gana el maratón. Sin embargo, en la próxima edición su triunfo no se repetirá. Resulta que la organización exige en 2020 una ficha a todos los participantes y sucede que la Federación no ha dado de alta a nuestra atleta porque la foto que ella había aportado la recoge de perfil y en movimiento. Según nos cuentan las crónicas, no ha habido fotomatón capaz de hacerle una imagen conforme a la pauta oficial… Y es que también su foto se vela cuando no corre.

La creación

 La mujer, 

que en su vientre crea la vida 

con la vara del varón, 

a la luz la empuja luego,

con dolor,

en el acto de nacer.

Anastasio

Porque él se apellidaba Rojo y yo era el último de los Rodríguez y porque en los grupos de párvulos de mi colegio nos colocaban por orden alfabético, Anastasio y yo estábamos predestinados a ser compañeros de clase o a estar él detrás de mi, compartiendo aquel lugar algo esquinado de la fila de pupitres de la derecha del aula. En efecto, eso fue lo que sucedió hace ya sesenta años. En aquella tierna edad, nos tratamos sin prejuicios, con toda la curiosidad y con todo el tiempo del mundo, de manera que nos fuimos acostumbrando el uno al otro como una presencia necesaria, como algo obligatorio que surgía de una forma natural pero también nos enfrentaba de una forma irremediable. Compañeros y rivales nuestra relación no fue nunca fácil, porque siempre competíamos por todo. Nos pasábamos el día discutiendo y quitándonos la palabra de la boca, explorando nuestros yos, intuyendo cuales eran nuestras fallas y nuestras virtudes, experimentando qué instrumentos harían llegar más allá a nuestros brazos, qué espada nos defendería o a quién podríamos pedir apoyo o ayuda:

-Pues yo se lo digo a mi padre.

-Y yo se lo digo a Franco.

-Y yo al Papa.

-Y yo a Dios... 

Anastasio era un chico pequeño con las piernas delgadas y huesudas, con los ojos muy oscuros y con un mechón de pelo negro y lacio casi pegado a la frente. Él hacía como yo, me miraba a los ojos fijamente, intentando entender por qué no me ponía de su lado, por qué la complicidad era más bien imposible entre nosotros. La verdad es que él sí que lo intentaba en ocasiones, en especial cuando me contaba cuentos de miedo de su pueblo mesetario. Sin embargo yo aún no estaba preparado para tales terrores y le solía salir por peteneras. 

-Eso es mentira, Anastasio, eso es mentira.

De resultas de todo aquello surgió nuestra relación. Una relación bastante equilibrada, de dos niños de pareja inteligencia que se conocían cada vez mejor pero nunca confiaban en el otro, de dos rivales ingénuos e inconscientes entre los que las trastadas estaban al orden del día. Aún recuerdo cuando harto de pedirle que quitara sus zapatos del larguero que en la parte trasera de mi pupitre ligaba mi asiento a otro, se me ocurrió que podía atar su cordón y atraparlo así en mi mesa... Con el sádico placer del que entiende los efectos que provoca, hice lo que había pensado y disfruté como un enano de sus gritos y aspavientos.

-Pero quita eso de ahí. ¿Por qué te metes conmigo?

Luego cambiaron las cosas, empezaron a sentarnos por otros criterios distintos y dejamos de coincidir en el mismo banco. Nos seguimos tratando en el recreo, pero allí Anastasio era pan comido porque yo era más rápido y mas grande, de manera que acabamos cada uno en un grupo de juegos diferente y apenas volvimos a enfrentarnos. Tal vez por eso, no le recuerdo nunca entre los chicos con los que cambiaba cromos ni entre los del equipo de futbol o sus contrarios. Tampoco lo recuerdo entre los que se señalaron por sus méritos o sus castigos, aunque sí que me hizo siempre mucha gracia recordarle en la más plena adolescencia, interpretando de espaldas al público el disimulado papel de novia del protagonista en "El cartero del rey" de Tagore, con el lógico y cruel cachondeo de muchos de sus compañeros. También me acuerdo de que al año siguiente me adelantó en la carrera de fondo de las fiestas del colegio, justo antes de que yo me retirase al verle pasar a mi lado.

Mas tarde le vi aparecer por la Facultad de Filosofía y frecuentar a los arquélogos. Para entonces ya no nos saludábamos, entendiendo que el saber uno del otro había sido un accidente. Nos mirábamos de lejos y luego disimulábamos, y yo preguntaba a la gente que se relacionaba con él por mera curiosidad, y sus amigos me decían que era un fenómeno, que estudiaba medicina y que era carne de archivo, pero yo lo seguía despreciando, pues de sobra conocía su pasado de Anastasio. Vaya nombre, por favor.

Después llegó nuestra larga vida adulta, cuarenta largos años que conducen hasta hoy. Ya nunca lo volví a ver, aunque supe de su obra, muy fecunda, porque llego a publicar miles de historias que iluminaban las fuentes del hermoso mundo antiguo de la ciudad donde habíamos nacido. Yo las leía con nostalgia, porque sabía que era él el que escribía y que era yo el que ya no estaba en mi lugar. De este modo lo ví crecer en el recuerdo a medida que surgía en mí un reproche por el signo negativo de un desprecio que ya no tenía sentido. Cuando murió me di cuenta. Él había sido el mejor y yo el pequeño. Él había producido día a día, mientras yo malgastaba mi vida. Por esta razón egoísta, lamento que se haya ido. De sus cuentos para mí no queda más que un páramo oscuro con el aire enrarecido. Su rostro de niño pequeño, sin embargo, se mantiene aquí en mi mente imperturbable contra el tiempo. El pasado es algo fijo, pero tiene cien mil puertas. Buscaré en el viejo desván, aunque sé que ya he perdido tantas llaves que resulta imposible volver.

Escrivolando

Suele haber un aleteo, un pensamiento fugaz que pone en marcha el mecanismo del deseo de contar algo que merece la pena, y entonces pierdes pie y sobrevuelas tu sueño y tu propio yo para buscar las palabras apropiadas, para ser al mismo tiempo alguien que piensa como tú o alguien que es capaz de entenderte y describir con claridad el paisaje que aparece ante tus ojos. En el cielo vas buscando las corrientes que te eleven o te bajen del lugar donde te encuentras y peleas con los seres que se enfrentan con tu vuelo. Te hacen daño los insectos que parecen brotar de tu corazón aturdido y te pican sin piedad. Te inquieta el ataque de las gaviotas y el reflexivo afán del aguila que desde el zenit te observa subir y bajar. Luego te vas quedando frío, suspendido tal vez sobre los filamentos algodonosos de una nube pasajera, y te fuerzas a hacer ejercicios para darte confianza. Así que relees los párrafos y sientes que ya has cambiado, que ahora eres un lector que entiende lo que le están diciendo y hablas con él un poco y aceptas que te corrija. De este modo vas metiendo cien morcillas que reescriben las frases primeras y complican el original y tomas cien mil decisiones que no tienen vuelta atrás, como la de borrar una idea o la de tirar todo el trabajo a la basura. No lo haces, normalmente. Permaneces volando bajo los altos cirros o realizando un rápido eslalon entre los cúmulos, mientras buscas imágenes en el cielo, mientras te deslizas por el mundo al ritmo del canto de un mirlo o siguiendo a las olas juguetonas que dibujan los estorninos al amanecer. Y allí sigues todavía unos minutos, ensimismado con el tren que va avanzando en cada línea y que siermpre descarrila en el margen derecho de la hoja, alelado por el fluir natural de un pensamiento que aprovecha las corrientes de los vientos giratorios, dando vueltas a este yo que se repite y buscando una salida entre las nubes. 

El proceso

El pintor enseña a sus ojos a mirar y a ver el rostro que está pintando. Luego elige los colores que se parecen más al rostro, de acuerdo con la luz que entra por la ventana, y después los dispone sobre el papel o sobre el lienzo y surge una imagen inmóvil, quieta, una imagen que, sin embargo, transmite la sensación de que quiere hablar, porque sus ojos abiertos están llenos de vida.
Tanto le gusta al autor el retrato que ha pintado, que lo lleva a la galería y lo expone a la mirada de la gente. Las personas que asisten a la inauguración ven el cuadro y se imaginan que ese rostro no está quieto y que en el fondo hay un hombre que les mira y que se mueve y que, además, parece que quiere comunicarse, que tiene algo que decir y puede escuchar nuestras palabras. "Sí", dice el contemplador, "este rostro me habla, me interpela...", y la gente le hace ver que también a ellos les dice cosas, que a veces pregunta y que en ocasiones contesta, que es un señor parlanchín que quiere explicarse allí y que eso es lo que espera cuando se queda plantado justo en el medio del cuadro y te mira como diciendo: "¿Qué me dices? ¿Qué?"
Sin embargo, el personaje al que miran está callado. En realidad no se mueve. "Qué locos estamos todos", concluyen. "De remate, de remate", dicen... Y siguen mirando a los ojos y a la boca del retrato. Que ¿para qué? Para entender, para pedir perdón, para obtener placer, para salvarse.

Luces de la ciudad


Hoy y he visto una vez más la última escena de "luces de la ciudad". La ponían en TCM. Me he topado con ella al zapear y no he podido resistirme. Decir que me encanta es decir poco. Me emociona. Veo al Charlot-mendigo, que viene de la cárcel y que acaba de ser humillado por los chicos de la calle, justo en el momento en que se encuentra con su amada, la bella y rubia cieguita que ahora está tras el limpio cristal del escaparate de una floristería en el centro de la ciudad. En ese momento el joven mendigo siente que su corazón se rompe. Ella está preciosa y no puede reconocerle aún, porque esa es la primera vez que puede verlo, a pesar de haber sido él su benefactor. Sin embargo algo le llama la atención en el rostro del mendigo que le impulsa a salir afuera para darle una limosna y una flor que sustituya a la que él ha destrozado entre sus manos, presa del nerviosismo, al descubrirla en la tienda. Ella intenta convencerlo de que coja sus presentes, mientras él hace por irse, pero ella le detiene y al tocar su mano, de pronto, su rostro se ilumina. Acaba de darse cuenta de que es él. El hombre que pagó para operarla de la vista y que luego desapareció sin dejar pistas. Entonces ella, que recorre su cuerpo para estar totalmente segura, pone la mano de Charlot sobre su pecho y le entrega su belleza.¿Será verdad lo que dicen las imágenes? ¿Será verdad que ella lo ama, aunque sepa, finalmente, que él es tan sólo un mendigo, un joven sin oficio y sin futuro? Sí, es verdad. La verdad pura del arte.

La paleta femenina

Estoy haciendo un dibujo

en el que salgo en el centro

y aparecen a mi lado mis tías y mis abuelas.

Encima de cada una 

pondré su nombre

en mayúsculas.


Si los nombres de la gente son vestidos diferentes,

cada nombre le hace juego a algún color.

En mi nombre y el de Blanca el asunto es evidente 

porque Aurora significa también Alba,

aunque el rosa es más bonito, para mí.

A abucarmen la pondré de color carne

y de negro a mi mamá, a Lala y a tía Denise.

A abuleo, Lily y Cuca las haré mejor de rojo

y el azul se lo reservo a Cuqui y a Beatriz.

Dejo sin rellenar a dos figuras sin nombre

por si acaso me he olvidado de pintar 

alguna mujer importante.

Tal vez pinte al sol dorado

y a algún pájaro volando

sobre el mar.


Mamá dice que es precioso.

Por la tarde, 

cuando acabe,

les envío a todas ellas

un watsapp.

 ¨:_:¨ 

Ayúdame, por favor

Me desperté un día más tarde y todavía sigo atrás, sin poder recuperar el tiempo que se pasó soñando que estaba despierto. Lo grave de no vivir en el día que corresponde es que las cosas suceden sin ti, que llegas tarde a todo, que no contestas con espontaneidad a las cosas que te dicen, que han de esperar a tu firma los documentos, como mínimo veinticuatro horas, que has de llegar a tus citas el día anterior al que tienes señalado en la agenda, y muchísimas cosas más que resultan aún peores, en especial todas esas que tienen que ver con el sentimiento o con una excitación momentánea y que se deciden de pronto, sin que tú colabores en el calor de los hechos y de forma muy diferente a la que la naturaleza o la dinámica del acontecimiento parecía que debía resolver en su momento. Eso por no añadir lo que piensas al sentir lo que pasa en tu corazón y en las partes más sensibles de tu cuerpo al padecer a destiempo los dramas y las alegrías. Yo siempre lo he lamentado y hubo períodos en mi vida en los que comentaba mi extraño padecimiento sin temor, intentando justificarme o buscando remedio a mi mal, pensando en que yo no era el primero en sentir lo que sentía y que había gente sabia que podría aconsejarme con un día de retraso. Hablé con médicos, filósofos y literatos del más diverso signo y ninguno fue capaz de comprenderme o de darme una receta que sirviera como cura. La mayor parte de ellos se rieron en mi cara, pensando que lo que a mí me pasaba era increíble y que les estaba tomando el pelo, y los que me creyeron no supieron enfocar el problema, ni dar con la causa o con una prescripción que enfrentase los desagradables efectos de mi enfermedad. Por eso he decidido abandonar esta estrategia, aparentar que vivo el mismo presente que todos, disimular y buscar la solución en el mundo de la ficción. Esto es lo que ahora hago aquí. Escribo este cuento corto que plantea la cuestión y espera que algún lector piense el asunto por mí y me encuentre una salida. Lo hago muy convencido, pues sé que la literatura es sobre todo tiempo, tiempo en conserva puro, presente que se hace eterno en el papel. Entiendo que a la literatura le pasa lo mismo que a mi, que sirve para parar la incesante sucesión de los instantes. En efecto, creo yo, el tiempo estalla a tu lado de la forma más ruidosa y olorosa y no se detiene por nada. El tiempo labra arrugas en tu frente y te hace viejo y cascarrabias. Sin embargo, la literatura es siempre joven y fresca. Ulises o Don Quijote mantienen su edad y su sino por los siglos de los siglos. Por eso yo acudo a ella, y me cuento como el ser protagonista de esta historia. De modo que no digo más, querido lector y amigo, escucha mi triste pasión y ayúdame, por favor. 

Una copla

 Te fuiste lejos de casa,
sin despedirte siquiera
 y yo me quedé mirando
fijamente a las dos velas
que dejaste justo aquí.

Así que, por no sufrir, 
empleé mis malas artes 
de cirujano interior
en extirparte de mi.

Me lo tomé muy en serio.
Te saqué casi completa.
Tiré millares de objetos,
a veces cartas o fotos 
y a veces simples recuerdos.

Lo hice con gran decisión,
 más fracasé en el intento.
Se hicieron fuertes los sueños
que hablaban de ti cada noche.
Ayer te soñé una vez más:

"Por fin" te dije después,
"querías mirar más allá, 
te fuiste para quedarte
y yo, que estoy fuera de mi,
ya nunca podré olvidarte".

In fraganti

Cierro los ojos de golpe para ver si así destruyo la imagen de la traición, pero él y ella aún están ahí sobre la cama y siguen su rito amatorio. Entonces les amenazo. Saco mi pistola y les apunto con ella. Se cruzan nuestras miradas. Las suyas son de terror y en la mía la venganza es dominante. “¿Y ahora qué?”, digo, y aprieto el gatillo ya y se acaba el sufrimiento de repente.

Con cariño

Te quería a mi manera.
Tú me has visto interpretar
el papel del suficiente,
del que tiene confianza
y se mueve por el río
con la piel resbaladiza 
de la anguila, o el papel
del que no sabe dónde va.
Tú sabes, porque lo has visto,
que de veras te quería
pero nunca fui capaz de devolverte 
ni siquiera la mitad
de aquello que tú me entregabas.
He sido un hombre sin rumbo,
un loco sin fundamento,
un edificio sin plan,
un avaro que administra
sus rentas de amor sin pensar
en los efectos dañinos 
de estar en números rojos.
Nunca he sabido medrar
en la liga que jugabas 
tú conmigo...
 En el pulso de la vida,
me has ganado tantas veces
que te quiero cada día
un poco más.

El sitio en donde Tzara goza

Si cruzara Tristan Tzara la frontera, si hiciera en tren la distancia que va de Irún a Miranda, creería que disfruta del aura de un buen poeta, si ante el Ebro transiTzara, pensando en el verbo aller de la ciudad guipuzcoana, mezclado con el gerundio del lugar en donde estaba, y en la tensión existente entre el ir y entre el mirar, unidos por el subjuntivo que brota de su apellido, por mera casualidad. Si parara en el trayecto que sigue recto hacia el mar, lo haría en una almaTzara, para pedir penitencia. Si cenara allí ensalada, en la mesa decorada con cándidos ramos de azahar, Tzahareño encontraría el sabor que aparecía al fondo de su paladar. Si lanTzara Tristan Tzara al aire tres tristes tiros para cazar Tzarapitos en el galacho de Alfranca, si al largo cañón de Ordesa dejara al fin sin cureña, si, muerto de aburrimiento, siguiera la estrecha senda de sirga del Imperial, en la ciudad donde goza su nombre de predicamento entraría cualquier día, en busca de alojamiento. Si danTzara Tristan Tzara, metido en la Tzarabanda de la plaza principal, en vez de bailar la jota, bailaría más las letras del título de un poema firmado con su santo nombre, de Isolda renovaría su antiguo amor por Tristán y luego tomaría nota del cuento de aquella virgen que odiaba a la Marsellesa el día de la hispanidad. Si rezara Tristan Tristan y empezara a investigar en las costumbres hispanas, es probable que a la Seo dirigiera sus pesquisas, bien por la torre eminente, que expresa su jerarquía como iglesia catedral, o bien porque es evidente que sirve para limpiar, al tiempo que es reflexiva, al empezar a nombrarla, aunque es más bien disyuntiva, si se lee por el final. Si Tristán amén y Tzara la misa del mediodía, en el banco del retablo, que se halla detrás del altar, la triple cruz de su nombre si pudiera asentaría, como inversión de sí mismo, para que obrara el milagro de comprender el sentido de la pasión de su requien, en medio de la homilía que está predicando el deán. Si su mano atenaTzara las ruinas del edificio, que nos legaron las taifas, seguro que trocaría sus arcos en diademas. Caras, caras y más caras verían a las dovelas ceñir la noble cabeza de la princesa ATzahara o de la diosa de Atenas. Si Tristán se disfraTzara y oculto aquí se quedara metido en su oficio disfraz, buscaría algún trabajo tratando así de afrontar sus gastos de hospedería. Entre todos los posibles, sería el de prestamista el que mejor seguiría los hados de su destino, pues la vieja quiromántica que en su mano habría leído el futuro inextricable, le había profetizado: “En tu caso, está muy claro, como eres un hombre austero, tu destino en este mundo incluye el de jardinero”. Si comprara Tristan Tzara, buscaría un buen reloj que en vez de sonar tic-tac dijera siempre Tris-tan, y luego en el gran bazar (en el lugar donde ahora se encuentra la tienda de Zara), a gritos exigiría la talla mayor que hubiera de la palabra alegría. Si el poeta retoTzara, la noche en que ReFordTzara sus canas con purpurina y su ego con un gran coche, lo haría frente al Pilar, para intentar acoplarse bajo las cúpulas altas que pintó la gran Gregoria al fresco de la ciudad. Si Tristán sodomiTzara en banco Tzaragozano a un chapero de arrabal, guardaría en el armario los datos para sus anales, dudando de su inversión, de sus principios morales y también de sus finales. Si Tristán cesara a Augusto, rechaTzara a TzaraTustra, el acento militar del “Sitio de Tzara goza” y el catecismo de Marx, alimentando a las tropas que hablaron ruso en Hungría, caducas las grandes ideas que agitan a la humanidad, haría que Augusto volviera al circo de la ciudad. Si almorzara Tristan Tzara, a un paso de la algaTzara que reina en la Aljafería, gozaría de las letras (con mucha T y mucha Z) de una sopa calentita y hasta tres tazas de té se tomaría, después de dormir la siesta a un paso de la Romareda. Más tarde, al atardecer, a las puertas del hotel, llamado de la independencia, leería en un papel, la loa a su propio nombre, pero su acento gabacho, en plena calle del centro, sería un lastre excesivo para alcanzar su objetivo de tener alguna audiencia: - “Aunque nací en Rumanía, on pense que je suis français...” -diría para sus adentros. Si trazara Tristan Tzara los signos del alfabeto sobre un pergamino impreso: “Tzantza, tzantza, ganga nfounfa”, escribiría, rindiendo al azar pleitesía y conquistando de golpe el título de Palimp Sexto. Si Tristán AmenaTzara al servicio del hotel, lo haría al telefonista, a causa de su incompetencia, pues la escueta conferencia que establecer pretendía para enviar el mensaje de que a París volvería, no encontraba hora ni día, al decir del empleado por falta de destinatario, y al decir de Tristan Tzara por no entender el idioma ni el quehacer de un dadaísta. “Pa ris, cuando sopla el cierzo...” Me dicen que con un par replicó el recepcionista a aquel numerero franchute. Si Tristán agonizara seguro que desearía que en esta mañosa ciudad sus restos al fin descansaran, y que no se lo llevaran ni al lúgubre Montparnasse ni a China ni a Tzaratán, y menos a Transilvania. Por eso, si se taTzara la cuerda de su reloj o el azar paraliTzara el ritmo de su tris-tan, en el río que ante el espejo refleja el orbe completo o en la nada que invierte el nombre de Adán, que fue el primer hombre, nadaría su me moría, antes de hundirse en el mar. 
Concluyo. Cuatro palabras: Si es posible transformar la vida en una charada, un ejemplo es Tristan Tzara. Su estancia en nuestra ciudad para ver si era posible vivir y al tiempo gozar, en vez de canonizarlo lo hicieron el zar del canon. Por eso son muchos hoy los que estudian su pasado, inventan largos palíndromos, y siguen sus postulados. Juegan a juegos escritos, esconden los calambures en frases de doble sentido, abusan de homofonías e incluso a veces se juntan para dejar que el azar confiera un brillo dorado a un anagrama especial o infunda vida inmortal a un cadáver exquisito. Hay de entre ellos quien piensa que el día de San Eloy podría ser buen momento para hacer una bisita (o una trisita quizás) a la ciudad del Pilar y celebrar al poeta. ¿Qué os parece si quedamos debajo de una pintada que ponga que Tzara goza es justo el centro del orbe? Yo entre tanto intentaré perfeccionar estas líneas para ubicar su gran banco, o enseñaré a los que pasen las más caras diademas que luce la Aljafería o explicaré a quien no entienda el por qué en la Seo enorme se limpian las almaTzaras y qué es un íntimo requien. ¿Lo hacemos el año que viene? Lo pasaremos de miedo. Si pedimos subvención al gobierno de Aragón, que tiene un par por apoyo, seguro que le conviene. Los que estéis interesados podéis mandar sin arrobo los datos a mi dirección: Decarloselmundodeahori@hotmail.com. En “el asunto” ponéis: “Congreso de Tzara goza”. He pensado en alquilar un gallinero en Marlofa para alojar a la peña, de modo que algunas ponencias podrían ponerse allí. Ayer he invitado a Otto Dix, pensando en el nueve que falta. Nos vemos, si así os parece.

El diálogo del viento

-Viajero, ¿dónde vas?
-Si puedo, hasta el fin del mundo.
-¿Qué es lo que quieres lograr?
-Llegar al fin, nada más. Concluir lo que empecé.
-¿Quién eres? Quiero saberlo.
-No tengo forma ni autor, no sé escribir ni pensar, tampoco me puedo nombrar, pero puedo decir algo que me describe mejor.
-Habla entonces, viajero.
-Soy la capa transparente que cubre el mundo macizo.
-Entonces, ¿eres el viento?
-No sé cómo contestarte, porque nadie me ha nombrado todavía.
-Te llamaremos así. ¿Me dejas que te acompañe?
-Yo no puedo decidir. No tengo más voluntad que llegar hasta el final ¿Podrás seguirme los días que me vuelva violento? ¿Soportarás esas calmas que duran como un dolor?
-Te seguiré donde vayas.
Y entonces el dios Mercurio levantó su caduceo, desplegó las cortas alas del casco y de las sandalias y ambos se fueron volando.

La fábula contemporánea de los tres cerditos y los coronalobos

Había una vez tres cerditos que vivían en España, Italia y Grecia y que se encontraron un día con la infausta y triste noticia de que, en China, una nueva raza de lobos, la raza de los coronas, hacía carnicerías tan graves y tan extensas en una región oscura de la cuenca del río Amarillo que resultó necesario decretar confinamiento y mantenerlo. Lo leyeron en los periódicos y lo vieron en las televisiones, antes de ser elegidos delegados en sus respectivos países en asuntos de lobos ajenos. A pesar de lo terrible de aquellas informaciones, ninguno de los tres cerditos atendió a las múltiples recomendaciones de los órganos internacionales. 
A la conferencia sanitaria, celebrada a finales del mes de Enero, para atender a la amenaza que los lobos crona suponían, asistieron los tres cerditos, junto a otros animales afectados de la extensa y vieja Europa. Allí nuestros protagonistas consiguieron imponer la idea de que la amenaza no era muy preocupante pues, según informaciones de medios mal informados, los carnívoros lobos no eran más que perritos pekineses. Además se rebatía a los típicos disconformes que veían el horror del ataque de estos seres sanguinarios, argumentando con fe que no existían razones suficientes para pensar que unos lobos nacidos en extremo oriente quisieran pasar por aquí, de modo que el riesgo era bajo. Después del acuerdo zafio que en Bruselas daba pista a todos los lobos corona, los tres cerditos del cuento volvieron a sus países y siguieron cada uno por su lado su programa peculiar de fiestas y de manifestaciones, pues eran cerditos pigs y hacían lo que les apetecía. Mientras tanto, miles de lobos hambrientos comenzaron en febrero su expansión acelerada, enviando a algunos miembros de su comunidad sanguinaria a los tres grandes países, pensando en los pigs sabrosos. Los lobos sabían bastante de las dehesas de encinas y alcornoques y del sabor especial  de los cerdos de estas tierras, de modo que aterrizaron en Italia, visitaron los museos y las ruinas y atacaron sin piedad a los cerditos del Calccio que llenaban los domingos los grandes estadios de fútbol. Más tarde llegaron a España donde siguieron igual, devorando a los cerditos que salían a su paso en manifestaciones masivas. En Grecia, por excepción, en donde vivía el tercero de los cerditos del cuento, los menos concurridos aeropuertos y algunas medidas sencillas de control en las entradas evitaron las terribles matanzas que en Italia y en España sucedían.
Después del confinamiento de los meses de abril y mayo, que se impuso en la vieja Europa para evitar el asedio de los sangrientos lobos corona, llegó la etapa de las mascarillas, en los meses de Junio y Julio. Esta etapa pretendía despistar al enemigo, impedir al animal depredador conocer a ciencia cierta si el cerdito al fin lo era o si sólo lo parecía, y así, las probables víctimas tenían un tiempo precioso para buscar un refugio y escapar. En esta fase se hablaba de sesudas conclusiones que afirmaban sin temor que a estos salvajes cánidos les gustaba mucho más la carne de los ancianos que la tierna de los cerditos, de modo que los tres amigos de los países del cuento decidieron no ponerse mascarilla con el enojo evidente de sus progenitores mayores. Pasó también que en España siguieron sin controlar la entrada en los aeropuertos y que pronto la llegada de nuevos corona lobos reanimó la carnicería.
El pequeño cerdo hispano no prestó gran atención al incipiente peligro, se marchó de vacaciones y llamó a los otros dos para promocionar un viaje y reunirse con ellos en las islas Baleares, aprovechando los precios. El acuerdo fue sencillo. Alquilaron en Agosto y en Alcudia unos apartamentos y empezaron su siniestro veraneo. Allí sufrieron los tres el ataque espeluznante que habría de poner fin a su vida insustancial. En la enorme playa del oriente, rodeados por una manada y enfrentados con el mar, comprendieron que su fin estaba próximo. Contemplaron a sus enemigos que atacaban con el ojo enrojecido y con la boca entreabierta, como un prólogo terrible de la pasión asesina que después sufrieron todos. No resistieron mucho. Descansen en paz los tres cerdos.

yO

Muchas veces me pregunto por qué escribo. Qué es lo que lleva a mi yo a perder su tiempo aquí, secretando estas palabras y contando a mis lectores, que son además tres o cuatro, qué es lo que pienso ahora. Nunca he llegado a intentarlo, pues mi intuición me aconseja ser prudente, si mi yo se encuentra en juego. Sin embargo, hoy lo he pensado distinto, porque hoy me encuentro con fuerzas y deseo enfrentarme de una vez con esta extraña pregunta que siempre está dando vueltas en esta cabeza mía que está demasiado libre y que suele carecer de disciplina por falta de curiosidad o por pura comodidad. Un poco de orden mental seguro que me irá bien, de modo que empiezo ahora y tiro del hilo del yo, para buscar la respuesta:
El yo es el centro de uno, aquello que suma o resta, lo que se alegra o entristece cuando las cosas van cambiando o se mantienen. El yo está dentro, muy dentro. Se parece demasiado al joven tierno que fuimos y apenas se reconoce en el viejo cascarrabias en que nos hemos convertido. Es este yo identitario que tanto nos hace sufrir y que a veces crece y crece y otras decrece de golpe, cuando se pincha de pronto y deja escapar su aire para dejar de ser "O" y empezar a ser un "o", o incluso minimizarse en simple punto y seguido. Es este yo tan cambiante, el que avanza en nuestra vida hacia la muerte, el que se arrepiente, el que pide y el que quiere, el que ama, odia o le da igual lo que pasa ante sus ojos, el que recibe desplantes o muestras de cariño, el que peca y el que obra por acción o por omisión. Pues bien, es un yo como éste el que aquí escribe, un yo que se mira en el espejo de las letras, como un Narciso de libro, para verse diferente. Muchas veces he pensado que las letras para mi son un espejo especial que intenta disimular mis defectos y magnifica el perfil que más me gusta, pero también he pensado lo contrario, porque también Mister Hyde brota siempre de una forma natural y las letras nunca dicen otra cosa diferente que aquello que dejamos escrito. El escrito es mucho más que nuestro espejo, en él se juega la vida. El escrito es un producto transcendente, una especial religión que te obliga a no mentir y que modela a ese yo que teje la red de palabras destinadas a encantarte con su ritmo y contenido. Sea como sea, en todo caso, lo que sí que queda claro es que hoy mi yo está algo abultado. Los artistas somos siempre un poco autistas y le damos mucho a esa bomba, que viene en nosotros de fábrica, y que hincha nuestro ego como un globo relleno de gas que nos permite flotar y elevarnos por el aire para mirar el paisaje desde arriba. Yo sé que eso no es bueno porque entiendo que avanzar de esta manera no concede más verdad a lo que escribo, que sucede más bien al contrario, porque uno empieza alejarse y no siente lo que siente el personal, la gente común que trabaja, la gente que lee los periódicos y escucha el telediario. Sin embargo, yo no puedo dejar de ser quien soy, atrapado en este yO que vota y bota. Así que sigo ascendiendo y me mantengo en mi ser y sigo en mi afán de escribir este mundo de ficción desde la óptica del águila. Luego pienso que bajar es una necesidad para explicar lo que pasa. Que para hacerme entender necesito la razón, la historia y la misma lengua y dar transcendencia a las cosas. Y sé que no puedo engañar, que el plumero se me ve y que he de decir la verdad para que el voto que pongo en la urna transparente parezca más relevante y se entienda su sentido. Y entonces yo pincho el yO para que quede una huella que explique cuál es mi ser y cómo entiendo a los entes que están a mi alrededor y qué símbolos lo explican. Y entonces me acerco a tí y pinto cómo es mi mundo, te cuento lo que he aprendido en un pasado aburrido y saco de mi lo que pienso que puede servirte a ti porque, a veces sin querer y otras queriéndolo mucho, yo te estoy representando en el presente lo mismo que lo hace el político en una democracia. Lo mismo que cuando votas o te manifiestas o haces huelga por una común idea, y te fundes con la masa, al leerme tú te metes en mi piel y yo me disfrazo de tí. Tú me buscas para ver, para entender tu papel y qué es lo que significas, y escarbas en esta tierra de símbolos y significados en donde nos cruzamos tú y yo en un impreciso tiempo. La realidad es presente y la literatura lo pone en conserva. Por esta razón tan sencilla, en lo que escribo hay futuro. Escucha pues mis palabras, que yo quiero para mí la parte completa de ti que deja su vida al leerme.

Un pésame en el coronavirus

       No tuvieron velatorio nuestros muertos       
          ni un entierro ni una misa funeral.          
  No doblaron las campanas de la iglesia,  
  como hacían hasta ayer, 
 cuando alguien 
 se moría 
 y nosotros, sin esquelas y sin rezos, 
         no hemos podido llorarlos,          
   entre viejas y enlutadas plañideras,   
 ni guardar fugaz silencio en el responso, 
       ni contar lo sucedido ni cuidarlos,      
              ni mostrar nuestro cariño              
    y lamentarnos como hacíamos antaño     
    cuando todo tenía un rito y un quehacer.    
       Los dejamos apagarse en cuchitriles,         
         en la cama de un asilo, abandonados,          
 o en las salas atestadas de un hospital ceniciento. 
            Se han marchado nuestros muertos              
           sin haberse molestado en avisarnos,              
          sin el mínimo consuelo de un watshap.            
  ¿Qué fue de su tiempo largo, de la lenta densidad   
         del mundo antiguo? ¿Qué fue de los niños          
              del hambre, de los ojos que seguían                
     al pastor y a las ovejas y giraban sobre el trillo       
           y tras el mulo dando vueltas en la era?               
 ¿Qué pasó con esa lucha contra Franco y la pobreza? 
  ¿Que llegó por fin la parca con su guadaña de hierro?  
 ¿Que la muerte los llamaba con su encanto irresistible? 
                 Eran gente acostumbrada a resistir                    
                  pero no quedaron UCIS para ellos                      
          y han caído como objetos inservibles y caducos,         
           como restos del augusto vertedero de los siglos,          
                        como fósiles hundidos sin valor.                        
                Se nos ha borrado el pésame en la lengua,                 
                              resbalando por los labios,                                  
         sin lugar para decirlo, y nos hemos olvidado de pensar        
           en los huevos que le echaron, en las cosas que dijeron           
                       o callaron o en la herencia que nos dejan                        
                             de este lado de la inmensa realidad.                             
          Ellos ya no están. Se marcharon sin hablar, sin despedirse,           
        sin intentar enredarnos con sus cosas, sin repartir sus tesoros.        
   Se fueron sin confesarse, sin la gracia pasajera de una suave caricia,   
            sin reclamar atenciones. Se fueron sin enseñarnos los trucos          
  que usa la muerte, se fueron mientras nosotros nos lavábamos las manos  
  y llenábamos de higiénico papel nuestros trasteros. Se fueron sin rechistar. 
            No han querido que sepamos del horror de su tránsito sin vuelta           
                           y nos han dejado aquí este rancio olor a muerto                            
                                     que resurge en la vigilia, cada noche.                                        
               Han embarcado al fin sin el óbolo que sirve para pagar su pasaje,                
                               pero eran gente capaz. Sabrán terminar su viaje.                                
 Que encuentren 
 la paz más allá. 

Los indeseable colores del ayer

Superado en su mayor parte el estado de alarma rojo, el coronavirus impondrá el luto. Después vendrán los hombres de negro y así, como sin querer, pero dejando que campen a sus anchas los extremos, las antiguas banderas de la C.N.T. y de la Falange volverán de rojo y negro. Unos acusarán a los otros de ricos, fachas, aristócratas reaccionarios o golpistas, y los otros a los unos de revolucionarios, comunistas, anarquistas o terroristas, y así seguiremos instalados en el odio en vez de salir de las trincheras, en vez de romper con el marco de la imposición de las muy escasas mayorías sobre esas minorías que pesan casi lo mismo y se cambian con el tiempo, en vez de llegar, por fin, a un pacto nacional, a una verdadera y duradera reconciliación en torno a una ley suprema con su bandera y su himno, y en torno a un gobierno posible que por un tiempo nos ponga de acuerdo, un gobierno en el que todos demos muestras de tolerancia y respeto por el orden democrático y aceptemos que es posible dialogar y acordar con el contrario para así poder salir del hoyo.
La gente civilizada de la culta y vieja Europa y la de los democráticos países anglosajones contempla sorprendida lo que está pasando aquí en este sur violento, capaz de seguir manchándose con la sangre del hermano o del vecino. Seguimos siendo el lugar que tanto dolía a Unamuno en donde no hay fuerza capaz de juntar a esos dos polos. Las izquierdas y derechas, que se enfrentaron en la guerra civil, siguen repeliéndose. En este país se ha sembrado el odio hasta tal punto que no se puede hablar de política con la familia ni con los amigos que piensan distinto. Hoy en día a cada cual se le pone una etiqueta ideológica que lo marca más allá de su verdadero pensamiento. Los partidos políticos pretenden uniformarnos. Al contrario se le acusa de dar forma real a una caricatura maniquea. No queremos aceptar la razón y la verdad del adversario. Esto es tan sólo una farsa. Superamos el franquismo sin el trauma de un cursillo necesario para ver a que te obliga la deseada libertad. Con demasiada frecuencia olvidamos que la soberanía es la base del sistema, y eso implica que el acuerdo original de la Constitución debe de renovarse para abordar con el respaldo mayor posible la política común de cada día. Alguien debería decir que siempre es mejor la ley que vota el ochenta por ciento que la que vota el cincuenta, que las leyes duraderas nos sirven mejor a todos que las que cambian cada cuatro años. La unidad que se desprende del "todos" de la soberanía no debe de confundirse con la unanimidad totalitaria de los fascistas y de los comunistas. La unidad permite la discrepancia pero fomenta el diálogo, la colaboración y el aprecio por los otros. Tachemos el excluyente "no" de nuestras papeletas de votación. Trabajemos en común. Ya es hora de pactar o, al menos, de intentarlo. En vez de explorar los caminos de la intolerancia, remarquemos las cosas que nos unen. Hablemos de lo que es España, excitemos el orgullo de ser españoles, expliquemos nuestra historia en las escuelas y ataquemos la desfiguración interesada de los nacionalistas excluyentes y de los marxistas doctrinarios. El juego de los extremismos lleva siempre a lo peor. 

El ángel

El Ángel
que vino del sur
con su experiencia y edad,
el Conde que nos condecora
con su paciencia
 y cariño, 
las
Fuentes
de las que
brotó
su esencia
de hombre
cabal,
Dolores
de amor, 
 algún 
 indio, 
 los hijos 
y Emma,
el primor,
 están 
 en su 
 noble 
escudo
 y en la 
 insignia 
que llevamos
 sus amigos 
 por haberle 
 conocido. 
 El jefe de 
 las Delicias 
 y el amo de 
     Poesías     
cumple setenta
       tacos      
 (los primeros).
 Tú sabes que 
  te queremos. 
 ¡Que sigas cumpliendo! Abrazos. 

Let it be

Ya han pasado seis años desde que escribí, en este mismo blog, un pequeño artículo que giraba en torno a mi experiencia como seguidor de Cat Stevens. Hoy he vuelto a leerlo. Quería experimentar otra vez el eterno retorno, la paralización del tiempo, suspendido en el plástico del disco. Me hacía falta porque hoy me he levantado pensando en que el "Let it be" cumplía 50 años y eso ha desatado la nostalgia. Madre mía. Cuántas veces ha sonado en mi salón orientado hacia la pantalla de la tele y hacia los bafles del equipo. Madre mía. Toda una vida, segundo a segundo, hora a hora, día día, año a año. Cincuenta tacos completos, oyendo cómo se ponen en marcha las guitarras del "Get back", con su ritmo machacón. Aquello era una infantil petición de cariño, una plomiza pero verdadera murga adolescente. Vuelve, decía, vuelve conmigo. Qué jóvenes éramos entonces. Ellos, igual que nosotros, eran entonces chicos. Con sus pelos y los gritos de las fans, no eran modelos de vida. No eran como había que ser, pero eran verdaderos. Y de eso nos dimos cuenta y se lo hemos reconocido. Todas sus melodías han sido auténticos compañeros de fatigas, amigos fieles que se han dejado oír cada vez que lo hemos necesitado, mostrándonos el largo camino. Recuerdo el concierto que dio en Gijón, hace ya más de diez años, Paul MacCartney. En él introdujo el "The long and winding road", después de citar con cariño a su amigo John. Desde entonces, cuando pongo este elepé, pienso en Lennon, a quien alguien mató en Nueva York el día siguiente al de mi boda y tal vez al mismo tiempo en el que yo conducía el 124 blanco de mi padre, de viaje de novios, camino de Andalucía. Ahora me pasa eso. He puesto otra vez el disco, y me viene a la cabeza el ambiente de aquel día del último verano, cuando se oía en mi casa, en Santander, el "Across the universe" y yo recorría lentamente mi pasillo, mientras mis hijos, mi yerno, mi nuera y mi nieta hablaban de la comida y del plan de aquella tarde. Unos estaban tumbados sobre las dos camas abiertas y otros estaban sentados. Arrullado por el ritmo de paseo de la canción de los Beatles, me pareció que que mi cuerpo era una nave espacial, una masa silenciosa que buscaba su camino entre las estrellas. El sol entraba a raudales. Las sábanas repetían el blanco de la pintura. Los dejé decir sus cosas y seguí hasta la cocina. Allí se encontraba Carmen, brillando entre los azulejos. Confieso que, sin saber cómo ni por qué, en aquel preciso instante sentí que todo cuadraba, que si algo le daba sentido a todo lo sucedido estaba allí ante mis ojos, y me sentí muy feliz.

Miedo

En el tiempo en que duró la horrible epidemia, el rey entregó todo el poder al Miedo. El Miedo era intrigante, pero también frío y calculador. Su política era inmoral porque mentía cada vez que le cuadraba, aunque estaba sometido a las encuestas y a la rígida opinión de los expertos. El Miedo despreciaba a la Libertad porque no soportaba los riesgos innecesarios y porque su figura grácil, que exhibía con orgullo el pecho descubierto y el rostro sereno e idealizado, le desagradaban íntimamente. Por eso, y porque sufría de íntima soledad, buscó el apoyo del Hambre, un muchacho desgarbado y muy delgado, un joven desempleado que intentaba prolongar su vida de vago público, seguir viviendo del aire, sin darle un mal palo al agua. El Miedo delegó en el Hambre las leyes y la justicia, llenando de subvenciones su mundo de privaciones, mientras la Libertad buscaba el apoyo de la Valentía, una mujer recta y noble, de verbo seguro y firme, que se puso a rastrear el descontento en el país y el apoyo que banderas y cacerolas le podrían ofrecer en una eventual algarada.
El equilibrio aparente del sistema establecido se rompió cuando una niña, la Inconsciencia, creció lo suficiente como para llegar a la edad de merecer y creyó que su príncipe azul era el Miedo. "A nadie le amarga un dulce", pensó el poderoso intrigante, a quien nunca su carácter fue capaz de aconsejarle en las cuestiones de amor con éxito. El medroso y retraído personaje, que odiaba a la Libertad, aceptó encantado el corazón anhelante que la joven le ofrecía y se enamoró de ella como un tonto. Su historia, sin embargo, fue muy corta porque ella no era más que una inquieta mariposa que salía de su interna ofuscación y al poco tiempo buscó otro novio más abierto y más amante, y se marchó como vino, a la busca de otra flor. Para él, sin embargo, el romance fue un episodio doloroso, un incidente trágico que lo encerraría aún más, si cabe, en su talante. El Hambre, entre tanto, sintió una pasajera envidia e intentó aprovechar la coyuntura, echándole los tejos a una señora de buen ver que se llamaba Prudencia. Ésta aceptó el envite y los tristes sonetos de amor que el  muchacho le escribía y acabó por ayudarle en sus funciones de gobierno, corrigiendo a las doce de la noche las leyes que le enviaba con faltas de ortografía para salir en el B.O.E., o criticando sin ambages el vicio que había adquirido su pareja de insultar a los jueces y de entrometerse en la administración de la justicia. 
La historia que estamos contando parece que continúa. Dicen que la Inconsciencia ha frecuentado últimamente el círculo de la Libertad y que habla por las noches con ella y con la Valentía en tugurios de mala muerte en donde discuten y beben. Sin embargo, no me consta que los hechos se produzcan en el sentido cerrado que me cuentan los rumores. Tampoco sé si el gran Miedo ha pasado del temor y ha llegado ya al terror, como algunos vaticinaron. Tal vez surjan, además, otros nuevos personajes. Tiempo futuro vendrá que hará del vital presente tan sólo un vago recuerdo. Por eso yo digo ahora que el cuento está vivo aún y que nadie sabe hoy su desenlace. Habrá que esperar un tiempo. Seguiremos en la vida, periódicos y telediarios las huellas de sus actores. Dejad que sigan saliendo a las calles frecuentadas los hombres y las mujeres. Ellos nos informarán del Miedo y de la Libertad. Que sea lo que Dios quiera.

La empresa de Sánchez e Iglesias

En la época de los Reyes Católicos, las empresas las hacían personajes como Colón, que buscaban el apoyo de la Reina y se iban, persiguiendo el sueño de los marinos portugueses a los que los alisios les llevaban hacia el Oeste, y descubrían América.
En nuestro "Siglo de Oro", las empresas se ganaban en la guerra, a donde acuden Garcilaso de la Vega y Cervantes, o en los círculos sociales palaciegos, en donde Quevedo y Góngora se enfrentan. Son ahora gente culta, que ha cursado en Salamanca, en Alcalá o en Valladolid, que manejan con habilidad la espada y el castellano y que saben usar los latines como apoyo.
Con Velázquez y con Goya, las empresas son pictóricas y mantienen ya un contacto directo con el rey, que es la fuente del poder y que es ahora una persona, un señor, sometido a intrigas palaciegas, un personaje que se mueve en el mar de una corte que distribuye las cuantiosas rentas que pagan las alcabalas y el oro de las Indias.
En el siglo XIX, las empresas las construyen liberales, unos tímidos burgueses que creen en la libertad y en la soberanía nacional y malviven en ciudades muy pequeñas de las rentas de unas tierras, que trabajan campesinos, mientras ellos hacen política en las logias masónicas progresistas o en las sacristías conservadoras.
A finales del XIX, el asunto se complica porque, una vez construido el mercado nacional por el ferrocarril, surgen empresarios capitalistas textiles en Cataluña, siderometalúrgicos en el País Vasco y financieros en Madrid, que solicitan y consiguen aranceles para explotar al país en su beneficio, mientras surge un movimiento social, preferentemente anarquista en el Sur y en Cataluña y con predominio marxista en Madrid y el País Vasco.
Luego, en el siglo XX, la ceguera revolucionaria radicalizará a la 2ª República, que fue una experiencia democrática fallida, y tras la horrible Guerra Civil, llegará una dictadura militar, marcada por el fascismo del partido único: El Movimiento.
Parecía reverdecer el sueño del liberalismo democrático, tras la Constitución del 78, que culmina la Transición, cuando se alternaron en el poder el P.S.O.E. socialdemócrata de Felipe y el P.P. de Fraga y Aznar, al ritmo de un crecimiento continuo del nivel de vida y de la clase media urbana. La democracia triunfaba a medida que crecía el estado del bienestar, apoyado por Europa y por la OTAN. Mientras tanto la corrupción se instalaba en el poder como medio de financiación irregular de los partidos.
Sin embargo, en el siglo XXI, tras la matanza de Atocha, un atentado terrorista que parece pergeñado para influir en las elecciones, y tras una batalla campal en los medios de comunicación que la izquierda dominaba, llega al poder Zapatero. El político sonriente cavó profundas trincheras mediáticas, introdujo en la Moncloa a una generación de mediocres, criados en el partido, y metió al país en el hoyo con sus políticas de gasto alocado, que aumentaron el déficit público hasta extremos muy peligrosos, y que llevaron al final a Rajoy, su sucesor, a la necesidad de los recortes.
A Rajoy lo desbanca Sánchez, con una moción de censura pactada con los independentistas, siguiendo con radicalidad las líneas del izquierdismo de Zapatero. Aprovecha el nuevo lider del PSOE la corrupción del Partido Popular para negar el pan y la sal a la mitad del país y se alía con un joven Pablo Iglesias, que ha nacido sobre las ruinas del P.C. Ambos, Sánchez e Iglesias, emprenden un viaje muy peligroso. En efecto, montados sobre el tren de nuestro endeudado estado, indiferentes a la ruina que el sistema productivo padece como consecuencia de la paralización de la producción por el coronavirus y dispuestos a gastar lo que haga falta para apoyar a una población subsidiada, pretenden seguir viviendo del crédito del país. Para ello haría falta que Europa se hiciera cargo de nuestra reconstrucción, permitiendo el aumento sensible de nuestro nivel de endeudamiento. Sin embargo, Europa, como ya hizo con Grecia, no caerá en esa trampa y le cerrará la puerta a Sánchez. En ese caso, si pretende seguir aferrándose al poder, su única salida será la de ofrecer a las derechas un pacto con garantías. Tendría que romper con Iglesias y con los independentistas y proteger de verdad a las empresas. Si lo hiciera podría aguantar un tiempo y permitir al PSOE su supervivencia. Si no, porque no puede convencer a los que ha ninguneado y despreciado durante años o porque ya es demasiado tarde, el país se enfrentará a una crisis económica y social muy grave, mientras crece la ultraderecha.

Blancanieves

La historia de Blancanieves está llena de exageraciones maniqueas. Ni ella era tan ingenua, ni su madrastra tan malvada como se cuenta en el cuento. Tampoco los enanitos eran todos uña y carne. La verdad fue un poco más tosca y por eso menos digna de contarse, pero yo no desespero. Aunque sé que no interesa descubrir lo que pasó, yo me aplico a rastrear las fuentes de lo ocurrido e intento dejar en claro toda la historia antigua y las razones profundas de cada cual. Entiendo que la verdad es un objeto de baja densidad y que si agitas un poco el insondable lago del olvido su propio peso liviano la empuja volando hacia arriba. Eso mismo es lo que me sucedió con los protagonistas de este cuento.
Lo primero que descubrí al acceder a las memorias del "Barón del Bosque", que supongo que fue el personaje que sacó a Blancanieves de palacio, siguiendo las órdenes de la madrastra, fue que mantenía una vieja relación feudal con siete enanos. Eso me dio mucho en qué pensar, porque si el noble Barón sabía a dónde llevaba a la joven, bien podría haber avisado antes a sus siete pequeños fedatarios para garantizar la supervivencia de la hija de su rey. De ahí, seguramente, la amabilidad de todos ante la adolescente, que no podía ser hacendosa, como se dice, porque siempre había sido educada como reina y nunca supo apreciar los valores de la escoba ni entender los procedimientos secretos de la creación de los sabores en el ámbito interior de la cocina.
Lo que después descubrí en las memorias del rey Esmerildo, que así se llamaba el príncipe, es que la bella Blancanieves fue su prometida desde el mismo momento de su nacimiento y que mantuvieron una periódica y frecuente correspondencia postal que incluía el intercambio de imágenes más o menos idealizadas de la fisonomía de cada uno, en su etapa infantil y juvenil (todo esto se puede visualizar, aún hoy en día, en los museos de palacio). Del tono de sus misivas se conoce que el amor entre ellos se fue produciendo de una forma natural, lo mismo que crecen dos plantas que saben que se van a mezclar, la una al lado de la otra, y que, por esta misma razón, la chica en el bosque ya esperaba que el príncipe Esmerildo la buscara y la besara para sacarla del sueño al que la había conducido la manzana envenenada. Se sabe también que el príncipe se mostró muy ofendido con uno de los enanos que, por consejo del más sabio y más añoso de los siete, besaba en la boca a la joven, pensando que así conseguiría despertarla. Lo que no llegó a saber, pues ella se lo ocultó y se llevó el secreto a la tumba, fue que alguno de aquellos besos tempranos cumplió su objetivo final, es decir, que Blancanieves volvió de nuevo a la vida antes de que apareciera, montado en el caballo blanco, su prometido Esmerildo. Estos besos de placer la despertaban de pronto, pero ella disimulaba, consciente de que llegaría el gran momento del cuento, y se hacía la dormida... (Los datos en los que he basado la historia truculenta de los episódicos despertares de la joven provienen de una novela titulada "La hermosa princesa del bosque", de Serafín Vázquez de Mina, el cual, al parecer, era un enano).

En los brazos de Morfeo

A las puertas del sueño,
la marea ya te inunda 
con su sal.
Es la estatua que ata al suelo
la conciencia
al echar la vista atrás,
es la liviana vigilia,
con el sentir suspendido
en la densa telaraña,
que han tejido ya el cansancio 
y la memoria.


Con la luz de las estrellas
que se apagan en la noche
y con el leve silencio
yo voy surcando la senda
que penetra poco a poco 
en mi interior
y me hundo en este fondo,
en el que habito.

Y así caigo por el negro tobogán
del tiempo antiguo
y voy viendo que mis cosas
ya no importan,
 y que el sopor va venciendo
a los pecios del olvido,
que se hacen aún más lentos
mis latidos,
y que todo, todo, todo,
está de más...

Cuando lees

Cuando lees, no entro en ti. Eres tú, sólo tú. Yo ya no estoy.

Dios

Y el hombre creó a Dios a su imagen y semejanza. Sabía que no existían ni Dios ni santos ni magia, pero necesitaba creer, para afirmarse a sí mismo. Sabía que en su vida había sólo una cosa importante, la fuerza que llevaba dentro, su libertad, aquello que le permitía construir y perpetuarse, la energía que movía a la sangre por sus venas. Por eso crear a este Dios era algo necesario. Lo vio reflejado en el fondo de las fuentes o en las aguas estancadas de los lagos y en los charcos que la lluvia iba dejando. Después se retiró al gran desierto y lo vio en los espejismos. Hablaba lo mismo que él. Decía que había que nacer y que luego había que amar y tener hijos, y que al final se moría. Ese Dios era un Dios sin Papas y sin popes, sin monjes ni sacerdotes, sin biblias y sin koranes, sin ninguna teología. Era más bien una Diosa, porque era capaz de crear y tenía el ímpetu bestial de la mujer, el cordón umbilical de la madre con su hijo. Su libertad era amor, la luz naciendo en la aurora y creciendo en el medio del cielo hasta el crepúsculo rojo, estrellas que crean planetas, árboles llenos de pájaros que plantan sus nidos en sus ramas, flores con mariposas y abejas zumbando en el prado. Pero no sólo era amor, porque también el horror y la injusticia tenían lugar en su ser cuando atacaban los leones o las hienas, o cuando mueren los bebés recién nacidos. Y también era el frío de la nieve y el doloroso mordisco de las llamas en el fuego de la hoguera y las lágrimas cayendo por tus mejillas y la sangre brotando a borbotones por la herida. Así creó el hombre esta inmensa realidad que modela la vivaz naturaleza y que llega ahora hasta donde estamos tú yo, hablándonos a través de estas palabras. Tú entendiéndome y haciendo tuyos mis pensamientos a pesar de la distancia, a pesar de que tu vives en un espacio y en un tiempo distinto al mío. Tú siguiéndome a mí y buscando a alguien que pueda y quiera seguir la cadena. Crear y creer en nosotros mismos y seguir nuestro camino. Por eso un Dios peregrino, por eso un Dios creador y femenino. Como tú y como yo. Nada más, de verdad, nada más.

Onán, Narciso y tú mismo

Los dioses castigaron los placeres de Onán y de Narciso y castigan a los hombres que renuncian a la acción y se meten en refugios de papel, como Bastián, o que invernan en las salas semioscuras que proyectan en pantalla infinitas aventuras. Los dioses se enfadan mucho porque dicen que hace falta un ser real al otro lado. Entiendo a los dioses a veces, pero en muchas ocasiones yo defiendo a los héroes de la soledad porque todos forman parte del común aprendizaje y porque sus símbolos son juguetones y con frecuencia se disfrazan con la historia y propiedades de los otros. El miembro masculino y los espejos son masas con propiedades diferentes, como su tacto o su olor, y el libro es por un lado miembro, porque es el instrumento que tocas o acaricias, y es también el sutil espejo en donde te reflejas. Sin embargo, en todo caso, tú eres lo más importante. El placer que sientes al oir o leer un cuento, lo que explica cómo eres y te ayuda es lo único importante, porque esa experiencia extraña y solitaria no es un monólogo ajeno y sí el proceso autónomo a través del cual tú ves el mundo. En realidad al leer te miras en el espejo y desarrollas tu yo. El lector, el espectador, el onanista, aporta mucho más que el autor o más de lo que los dioses nunca podrán aportar, porque todo lo vivido y lo sentido en su larga o corta experiencia hace falta para entender lo que se entiende y porque el real significado de lo escrito es relativo y varía en cada hombre y cada tiempo. Por eso tiene sentido volver a leer lo leído. Por eso un libro en tus manos es cada vez diferente. El héroe de la lectura es como Onán y Narciso, un héroe de carne y hueso, el actor protagonista de su vida. El Bastián interminable que sale y entra del papel. Tu mismo, querido amigo.

Caín y Abel

Pesa más el interés que la proximidad de la sangre. Eso es lo que se deduce de la historia de Caín y Abel tal y cómo nos la contaron. Sin embargo, todo hay que decirlo, la verdad es algo más complicada, porque el honor familiar también influye y porque las cosas, en realidad, no son ni blancas ni negras y siempre tienden al gris.
Por todos es conocido que Caín era ganadero, y Abel, era agricultor, y que se comportaron como buenos hermanos hasta que la tierra se interpuso entre ellos. Después de múltiples discusiones, amenazas e insultos, los dos jóvenes adultos se enfrentaron en la era en una pelea noble en la que Abel se llevó la mejor parte. Humillado Caín por la derrota, buscó la venganza un día, que armado con una quijada bajó del monte a desquitarse. El ataque le pilló desprevenido al hermano agricultor. Su sorpresa fue tan grande que salió corriendo despavorido de una forma tan cobarde que todos sus descendientes prefirieron contar la historia de un cruel asesinato que nunca se cometió. Los cainitas, por su parte, obviaron el primer enfrentamiento y cuentan tan sólo el final, liberando a su antecesor del estigma del asesinato y subrayando lo magnánimo del que permite la fuga de su oponente vencido. Ambas versiones son parciales, además, porque ignoran el hecho de que, años después, los dos hermanos decidieron tolerar sus actividades y se reconciliaron.

Pandémica escritura

Estoy mortalmente aburrido. Por esta maldita peste, me levanto cada día y repito mi rutina. Sigo un camino trillado, relleno de acciones útiles para aguantar la cuarentena. Es así. Como, duermo, recorro el pasillo cien veces, hablo por el teléfono, atiendo mensajes del móvil y veo la televisión. Además, suelo leer alguna cosa, por las tardes, y al anochecer escribo en mi diario. En él pongo mis recuerdos, el cabreo o el placer que sentí en algún momento, las reflexiones vulgares de un hombre vulgar como yo. Nada importante, lo sé. El mañana y el ayer se parecen tanto al hoy que es difícil aportar nada importante, pero no se trata de eso. Se trata de publicar la herencia que recibí y de editar los conjuros que usaba en mi juventud. Se trata de volver a contar, de remover la mochila y de ver por dónde salgo. Por eso me embarco en esto y brotan en mí las palabras. Se diría que de pronto me ha hecho efecto un elixir que tomé hace muchos años. Necesito contar algo, cuando la pluma se mueve y empieza a manchar el papel.

Puertas

                                                                    
                                                                    
  Hay puertas que se abren hacia dentro  
     y puertas que se abren hacia fuera      
          y hay, además, otras puertas           
       que rechazan ser un sólido telón        
                 y no soportan la idea                 
          de que alguien las confunda            
             con un pedazo de muro                 
        que se ha desgajado de pronto          
         y está de guardia en el quicio,          
           pendiente de las bisagras...            
         Son puertas que desaparecen          
             por arte de birle birloque,             
           como las blancas persianas            
             que se meten en su caja,              
                 imitando sin querer                   
                a nuestros párpados,                 
            como los labios que besan            
              en el umbral de la boca,              
             como el esfínter carnoso              
        por donde el cuerpo descarga,          
        o como las blandas cariátides           
                   que abren paso                       
                   a la hoz estrecha                     
                         del pasillo                          
            por donde brota el placer.