La empresa de Sánchez e Iglesias

En la época de los Reyes Católicos, las empresas las hacían personajes como Colón, que buscaban el apoyo de la Reina y se iban, persiguiendo el sueño de los marinos portugueses a los que los alisios les llevaban hacia el Oeste, y descubrían América.
En nuestro "Siglo de Oro", las empresas se ganaban en la guerra, a donde acuden Garcilaso de la Vega y Cervantes, o en los círculos sociales palaciegos, en donde Quevedo y Góngora se enfrentan. Son ahora gente culta, que ha cursado en Salamanca, en Alcalá o en Valladolid, que manejan con habilidad la espada y el castellano y que saben usar los latines como apoyo.
Con Velázquez y con Goya, las empresas son pictóricas y mantienen ya un contacto directo con el rey, que es la fuente del poder y que es ahora una persona, un señor, sometido a intrigas palaciegas, un personaje que se mueve en el mar de una corte que distribuye las cuantiosas rentas que pagan las alcabalas y el oro de las Indias.
En el siglo XIX, las empresas las construyen liberales, unos tímidos burgueses que creen en la libertad y en la soberanía nacional y malviven en ciudades muy pequeñas de las rentas de unas tierras, que trabajan campesinos, mientras ellos hacen política en las logias masónicas progresistas o en las sacristías conservadoras.
A finales del XIX, el asunto se complica porque, una vez construido el mercado nacional por el ferrocarril, surgen empresarios capitalistas textiles en Cataluña, siderometalúrgicos en el País Vasco y financieros en Madrid, que solicitan y consiguen aranceles para explotar al país en su beneficio, mientras surge un movimiento social, preferentemente anarquista en el Sur y en Cataluña y con predominio marxista en Madrid y el País Vasco.
Luego, en el siglo XX, la ceguera revolucionaria radicalizará a la 2ª República, que fue una experiencia democrática fallida, y tras la horrible Guerra Civil, llegará una dictadura militar, marcada por el fascismo del partido único: El Movimiento.
Parecía reverdecer el sueño del liberalismo democrático, tras la Constitución del 78, que culmina la Transición, cuando se alternaron en el poder el P.S.O.E. socialdemócrata de Felipe y el P.P. de Fraga y Aznar, al ritmo de un crecimiento continuo del nivel de vida y de la clase media urbana. La democracia triunfaba a medida que crecía el estado del bienestar, apoyado por Europa y por la OTAN. Mientras tanto la corrupción se instalaba en el poder como medio de financiación irregular de los partidos.
Sin embargo, en el siglo XXI, tras la matanza de Atocha, un atentado terrorista que parece pergeñado para influir en las elecciones, y tras una batalla campal en los medios de comunicación que la izquierda dominaba, llega al poder Zapatero. El político sonriente cavó profundas trincheras mediáticas, introdujo en la Moncloa a una generación de mediocres, criados en el partido, y metió al país en el hoyo con sus políticas de gasto alocado, que aumentaron el déficit público hasta extremos muy peligrosos, y que llevaron al final a Rajoy, su sucesor, a la necesidad de los recortes.
A Rajoy lo desbanca Sánchez, con una moción de censura pactada con los independentistas, siguiendo con radicalidad las líneas del izquierdismo de Zapatero. Aprovecha el nuevo lider del PSOE la corrupción del Partido Popular para negar el pan y la sal a la mitad del país y se alía con un joven Pablo Iglesias, que ha nacido sobre las ruinas del P.C. Ambos, Sánchez e Iglesias, emprenden un viaje muy peligroso. En efecto, montados sobre el tren de nuestro endeudado estado, indiferentes a la ruina que el sistema productivo padece como consecuencia de la paralización de la producción por el coronavirus y dispuestos a gastar lo que haga falta para apoyar a una población subsidiada, pretenden seguir viviendo del crédito del país. Para ello haría falta que Europa se hiciera cargo de nuestra reconstrucción, permitiendo el aumento sensible de nuestro nivel de endeudamiento. Sin embargo, Europa, como ya hizo con Grecia, no caerá en esa trampa y le cerrará la puerta a Sánchez. En ese caso, si pretende seguir aferrándose al poder, su única salida será la de ofrecer a las derechas un pacto con garantías. Tendría que romper con Iglesias y con los independentistas y proteger de verdad a las empresas. Si lo hiciera podría aguantar un tiempo y permitir al PSOE su supervivencia. Si no, porque no puede convencer a los que ha ninguneado y despreciado durante años o porque ya es demasiado tarde, el país se enfrentará a una crisis económica y social muy grave, mientras crece la ultraderecha.