Todo nada
Silencio
En el principio era el verbo,
un verbo activo y capaz,
que empezó la creación.
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Y el Verbo creó la noción
de un tiempo en presente continuo,
que atrás dejaba al pasado
para intentar ser futuro.
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Pero el tiempo corrompía
a la verdad, y el altísimo dudó
entre contar su versión,
haciéndose carne y mortal,
o dejar que la verdad
se escondiese entre las zarzas
de los hechos.
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Verbum caro factum est,
dicen de quien se murió
en el centro del Calvario,
pero olvidan que después
se instala en la eternidad
del trono dorado del cielo
y está callado y tan quieto
como un dios de cartón piedra.
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El verbo es un gran frontón,
la blanca pared de silencio
que se enfrenta diariamente a nuestra fe.
Nuestras vidas son los ríos
El agua nos envuelve en el útero materno y luego nos acompaña hasta el lago del olvido. Somos agua, agua limpia y natural que, sin cesar, corrompemos. El agua no tiene color pero es capaz de cambiar y hacerse verde o azul, cuando juega con el sol, o roja en el cuerpo animal. Tampoco tiene sabor, pero disuelve la sal y el azucar o la miel. La bebemos transparente, del grifo o de la botella, y nuestro cuerpo la usa y acaba por devolverla vestida de un tono amarillo. Dicen que es propio del hombre hacer canales de agua, como el que conecta el Mar Rojo con el Mediterránero y llaman canal de su hez. El hombre lo ensucia todo. “De perdidos, al río”, decimos. “De vertidos, al río”, deberíamos decir, y así entenderíamos mejor cómo se mancha el mar y qué es lo que ven nuestros ojos de anónimos robinsones una vez que naufragamos en la isla de la soledad. Dicen que allí el agua es gris, que es agua de putrefacción, y que el barco que nos transporta deja caer por la borda las ruinas de nuestra memoria. Es el barco de Caronte, una especie de patera para muertos. Hasta allí llega la vida. Después del guardián Cancerbero se entra en el reino de Hades. Mientras la sólida tierra acepta que nos entierren, el agua desaparece. Ya lo dijo el gran Arquímedes: El final del principio es el líquido desalojado. Así es, no cabe duda. Pero el universo es esférico y por eso, en la realidad, el principio y el final no sólo coinciden en todo, sino que además, son lo mismo, el mismo espacio sin más... En el Génesis se dice que en el principio era la nada y el Apocalipsis sugiere que habrá un final para todo... En la nada estaba el todo, y en medio el agujero del tiempo, ese paréntesis corto que va labrando el presente en medio de la eternidad. Sin embargo el tiempo no es un cuerpo sólido. El informe tiempo fluye como el río o la cascada y en el tiempo todo nada. Tenemos tan sólo tiempo, el latido continuo de nuestro corazón, la corriente que nos empuja hacia el mar. Cada uno de nosotros somos tiempo. Por eso bebemos tiempo y vivimos en el agua. Bebemos un tiempo vivo, que es el único que existe, y vivimos en el agua que manchamos cada día sin querer. Así que nada y navega, contempla lo que sucede en esta orilla del puerto, escucha a los dioses marinos y deja que pase la vida, sabiendo que hay un final que es a la vez el principio de un infinito imposible.
La lengua de dios
Muchos fueron los judíos que buscaron las fuentes de la palabra, sometiendo a las letras del alfabeto a repeticiones de índole matemática o jugando con los términos del Génesis, pero ninguno de ellos llegó tan lejos como Iván Aví. Para este sefardí, la lengua original, ese idioma perfecto por divino y primigenio, fue el castellano. En efecto, según su punto de vista, expresado en 1661 en su obra: “Oro”, si Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, pensar que el idioma de Adán era el del mismísimo Verbo resulta muy razonable. Si además se tiene en cuenta que la creación se hizo de la nada y por oposición de contrarios, como un trance del combate especular entre el ser y el no ser nunca, entre el signo más y el signo menos, entre el vicio y la virtud, este primer idioma debió de tomar forma a base de palíndromos. Aví se enfrentó con los judíos londinenses que defendían que una mistificación de inglés y francés habría sido el vehículo de las primeras palabras de Adán. Según estos, el varón se habría presentado a la mujer diciendo: “Madam: I'm Adam”. Pues bien, nuestro sabio sefardí explicó en castellano que el idioma estaba ya en la mente de Dios y del mismísimo Adán desde antes de su nacimiento, aunque Dios jamás hablaba pues no tenía con quien. Por eso, según Avi, aquella presentación cortés no fue el primer balbuceo de la lengua de los hombres y sí una ingeniosa ocurrencia. Su hipótesis razonaba que, si Adán fue de verdad la imagen del mismo Dios, este momento mágico se tuvo que producir justo en el mismo instante en que nacía. Según su punto de vista, aquel extraño ser fue consciente de que toda su esencia humana era un reflejo de Dios, de modo que frente a él, convenientemente arrodillado, dijo con honesta humildad: "Yo soy Adán, nada yo soy".
El diálogo del viento
Blancanieves
Dios
Onán, Narciso y tú mismo
Caín y Abel
En efecto, de todos es conocido que Caín era ganadero y Abel agricultor, y que se comportaron como buenos hermanos, salvo en el asunto violento que nos contaron de niños, cuando su distinto interés en torno al control de la tierra se interpuso entre ellos. Después de múltiples discusiones, amenazas e incluso insultos, los dos jóvenes adultos se enfrentaron en una pelea noble en la que Abel se llevó la mejor parte. Humillado Caín por la derrota, buscó la venganza un día que armado con una quijada bajó del monte hacia el valle para desquitarse. El ataque le pilló desprevenido al hermano agricultor. Su sorpresa fue tan grande que salió despavorido de una forma tan cobarde que todos sus descendientes prefirieron contar la historia en forma de asesinato que nunca se cometió. Los cainitas, por su parte, obviaron el primer enfrentamiento y cuentan tan sólo el final, liberando a su antecesor del estigma de la muerte y subrayando lo magnánimo del que permite la fuga de su oponente. Ambas versiones son parciales, además, porque ignoran el hecho de que, años después, los dos hermanos decidieron tolerar sus actividades y se reconciliaron.
Narciso
-¿Qué importa el placer que sientas al contemplarte desnudo ante el espejo o al contarlo en un papel y publicarlo en los medios?¿Qué importa si ese placer conduce a tu vientre al éxtasis? ¿Por qué es un pecado gozar? ¿Qué importa la dimensión de ese placer tan íntimo?
El cura guardó silencio.
Un nuevo Ulises
Y entonces la magia de Circe, la ternura de Telémaco, la fidelidad de Penélope o la rabia de Polifemo lograron hacerse un pequeño hueco en nuestras mentes y volvieron a circular entre nosotros.
Diana
-"No. Di-a-na".
-"Pues eso, Ana, Ana, como yo".
-"Diana, Diana, Diana..."
-"¡Ah! ¡Diana! Ya la di. En el centro, exactamente, yo la di".
Marathon
Centauros del desierto
y la madre reconoce
a la hija que los indios se llevaron...
Y traspasan el umbral
le da la espalda a la casa
y entonces se cierra la puerta.
Anunciación
Juan II
La ballena de Jonás
Con la escasa información acumulada, la curiosa protagonista de este cuento tomó un día la decisión de escapar del mundo azul por donde siempre había circulado su cuerpo descomunal. Estaba convencida de que toda su vida había sido una absoluta equivocación y de que su medio natural, su medio verdadero, era el territorio sólido en el que estaba dispuesta a aventurarse. Entonces se puso a nadar hacia la costa y su corazón se llenó de nostalgia. Aquel viejo cetáceo recordó entre la bruma lo fecundo de su vientre -que alojó hace treinta siglos a Jonás y luego, mucho más tarde, al padrastro de Pinocho-, y no quiso seguir dándole vueltas al futuro, de modo que se dejó llevar por la corriente y, cuando la espuma de las olas empezó a hacerle cosquillas, sintió que su gran cola se rozaba con la arena y que la piel de sus bajos se hacía girones. Sin embargo no se volvió atrás. Siguió adelante, sin miedo, porque eso es lo que siempre había deseado... Pocos segundos después llegó a la playa y allí la ballena quedó definitivamente varada. Notó que su peso la aplastaba, que apenas podía respirar y que su corazón se rompía, pero eso no ocupaba su atención. Ella estaba fascinada por la imagen de los hombres, que se acercaban despacio a contemplar su agonía y que luego, con las vísceras aún calientes, la despiezaron sin piedad.
El ojo de la aguja
Somos de la misma pasta
El día en el que culminó su trabajo, actuó con toda precisión y con un terrible ensañamiento. Sus palabras penetraron como puñales en el corazón de la chica y su efecto fue demoledor.
-No te quiero- le dijo - muérete.
La muchacha se despeñó desde lo alto del acantilado sin darme tiempo a intervenir. Para entonces yo ya estaba tan colada que, en vez de lamentarme o de odiarle por su burdo engaño, me felicitaba al descubrir por la fuerza de los hechos que el amor por la muchacha no le había movido en absoluto.
Decidí intentar seducirlo:
-Oye -le dije-, ¿sabes quién soy¿ ¿Me conoces?
Él se acercó a mi rostro y me besó dulcemente.
No hizo falta que me diera más razones. Dejé trabajar a sus labios, a sus manos y a su voz y en el centro de mi alma germinó un nuevo ser.
Nueve meses después nació nuestro hijo, un bebé sano y hermoso.
-Hijo mío -le decimos muchas veces al pequeño-, el bien y el mal no son cosas ni tienen lugares opuestos. Los demonios y los ángeles somos de la misma pasta.