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Todo nada

Me han publicado un libro de aforismos. Su título es “Todo nada”. Son chispas de pensamiento a las que llamo ”Redichos”. De ellos quisiera decirte tres cosas:
La primera es que cada línea es un pensamiento distinto. Los “Redichos” son destellos libres e independientes, reflexiones juguetonas que buscan sentidos ocultos en un universo caótico. Cuando los leas, hazlos tuyos. No busques contradicciones ni pretendas encontrar la coherencia discursiva de un cuento o de una novela. Acepta lo que te sirve o te convence. Necesito de tu experiencia, porque es tu mente la que entiende cada frase libremente, la que abre o cierra la puerta. Así que, por favor, acoge en tu cabeza lo que sigue. Aspiro a ser comedido. Se trata tan sólo de hablar y de dejar testimonio. De entenderme y de ayudar a que te entiendas. Para eso ordeno los distintos temas en capítulos, en lugares donde a veces las ideas reverberan y pueden parecer sistemáticas, aunque no lo son ni lo pretenden. De modo que sigue leyendo, escucha este frágil sonido y deja que el viento lo mueva y llegue volando hasta ti: “Tú eres mi única clave”.
La segunda cosa que quiero decirte es que algunos de mis “Redichos” parten de los refranes, de los dichos. Como en ellos, mi saber es experiencia, el saber de las batallas que el abuelo cuenta al nieto o el conocimiento que da la decepción y el fracaso. Mi saber viene de oído, de la libre apropiación de lo que anda suelto por ahí. Por eso, los dichos me atraen, al igual que los slogans o los títulos. Ellos introducen frases claras y tajantes que se columpian en el ritmo o en la rima para reforzar su eficacia, ellos imponen su ley porque están en nuestras mentes. Son como toros muy bravos que te animan a salir a torearlos, a añadir o a quitar letras y a separar sus sonidos para variar su sentido. Son como primos o tíos, gente de confianza, nuestra lengua familiar, la verdad de nuestra herencia.
En tercer lugar, quisiera hablarte de mi trabajo. Mis redichos padecen del humor e insensatez de mi yo más habitual o de la seriedad transcendente que exhibo en mis días malos. A veces soy sólo un yo, triste o alegre, cuerdo o enloquecido, convencido o asombrado, y a veces intento ser tú, una máscara cualquiera o cualquier cosa ocurrente. Quiero decir con esto, que intento contar, nada más. Escribo por necesidad, para decir que aquí estoy, que por mi respira la historia y el saber común del tiempo. Por eso rebusco en mi mente, en el polvo o la basura restos de cualquier sucedido e intento narrar lo que siento. A las palabras las trato como si fueran personas. Las presento o las enfrento e imagino sus tratos y sus juegos o el disfraz con que se visten ante el espejo de los palíndromos o ante la magia del calambur. Después viene el filtro del sentido, pues no olvido esa absurda aspiración de lo real de emerger tras lo que cuento, de modo que minimizo las sinestesias y la irracionalidad surreal, uso imágenes y tropos para presentar el ser al mito y trato de dar trascendencia a lo que es simple, natural, desorganizado o trivial. Intento ser franco, sencillo y directo, pero, además, muchas veces, exprimo a las palabras para reforzar su carácter o añadir ambigüedad a la expresión. Luego apunto, sintetizo, clasifico, perfilo, combino, corrijo y, al final, selecciono, mientras evito, si puedo, las digresiones ociosas. Me ocupo también del brillo y la limpieza, añadiendo ritmo y rima o poniendo de mi lado a la ironía y al ingenio sin marcar el territorio con oscuros lenguajes gremiales y sin abusar de la queja o de la trascendencia insufrible del sabiondo. Para acabar, finalmente, yo diría que, además, intento buscar tu sonrisa. Por lo tanto, te lo ruego, entiende lo que te digo y valora el humor, por favor. Prefiero una parida fácil a las poéticas frases cuyos verbos y adjetivos concuerdan con el sustantivo sin conocerse siquiera.
Si alguien quiere ojearlo, sostenerlo, adquirirlo, e incluso apropiarse de él igual que en la tradición oral de los refranes y dichos, podrá encontrarlo en las librerías Gil de Santander o Delibros de Torrelavega, y también solicitarlo, después de especificar el título: "Todo nada", el autor: "Carlos Rodríguez Mayo", la editorial: "Libros del Aire" y el ISBN: 978-84-12624S-4-0. Nada más. Recuerda que, en esta rayuela, no hay orden preestablecido. Consulta el índice antes, empieza por donde quieras y salta sobre el raso suelo con la mayor libertad. Un saludo. Espero que lo disfrutes y que nunca te tropieces.

Silencio

En el principio era el verbo,

un verbo activo y capaz,

que empezó la creación.

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Y el Verbo creó la noción

de un tiempo en presente continuo, 

que atrás dejaba al pasado

para intentar ser futuro.

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Pero el tiempo corrompía 

a la verdad, y el altísimo dudó

entre contar su versión,

haciéndose carne y mortal,

o dejar que la verdad 

se escondiese entre las zarzas

de los hechos.

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Verbum caro factum est,

dicen de quien se murió 

en el centro del Calvario,

pero olvidan que después

se instala en la eternidad 

 del trono dorado del cielo 

y está callado y tan quieto

como un dios de cartón piedra.

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El verbo es un gran frontón,

la blanca pared de silencio

que se enfrenta diariamente a nuestra fe.

Nuestras vidas son los ríos

El agua nos envuelve en el útero materno y luego nos acompaña hasta el lago del olvido. Somos agua, agua limpia y natural que, sin cesar, corrompemos. El agua no tiene color pero es capaz de cambiar y hacerse verde o azul, cuando juega con el sol, o roja en el cuerpo animal. Tampoco tiene sabor, pero disuelve la sal y el azucar o la miel. La bebemos transparente, del grifo o de la botella, y nuestro cuerpo la usa y acaba por devolverla vestida de un tono amarillo. Dicen que es propio del hombre hacer canales de agua, como el que conecta el Mar Rojo con el Mediterránero y llaman canal de su hez. El hombre lo ensucia todo. “De perdidos, al río”, decimos. “De vertidos, al río”, deberíamos decir, y así entenderíamos mejor cómo se mancha el mar y qué es lo que ven nuestros ojos de anónimos robinsones una vez que naufragamos en la isla de la soledad. Dicen que allí el agua es gris, que es agua de putrefacción, y que el barco que nos transporta deja caer por la borda las ruinas de nuestra memoria. Es el barco de Caronte, una especie de patera para muertos. Hasta allí llega la vida. Después del guardián Cancerbero se entra en el reino de Hades. Mientras la sólida tierra acepta que nos entierren, el agua desaparece. Ya lo dijo el gran Arquímedes: El final del principio es el líquido desalojado. Así es, no cabe duda. Pero el universo es esférico y por eso, en la realidad, el principio y el final no sólo coinciden en todo, sino que además, son lo mismo, el mismo espacio sin más... En el Génesis se dice que en el principio era la nada y el Apocalipsis sugiere que habrá un final para todo... En la nada estaba el todo, y en medio el agujero del tiempo, ese paréntesis corto que va labrando el presente en medio de la eternidad. Sin embargo el tiempo no es un cuerpo sólido. El informe tiempo fluye como el río o la cascada y en el tiempo todo nada. Tenemos tan sólo tiempo, el latido continuo de nuestro corazón, la corriente que nos empuja hacia el mar. Cada uno de nosotros somos tiempo. Por eso bebemos tiempo y vivimos en el agua. Bebemos un tiempo vivo, que es el único que existe, y vivimos en el agua que manchamos cada día sin querer. Así que nada y navega, contempla lo que sucede en esta orilla del puerto, escucha a los dioses marinos y deja que pase la vida, sabiendo que hay un final que es a la vez el principio de un infinito imposible.

La lengua de dios

Muchos fueron los judíos que buscaron las fuentes de la palabra, sometiendo a las letras del alfabeto a repeticiones de índole matemática o jugando con los términos del Génesis, pero ninguno de ellos llegó tan lejos como Iván Aví. Para este sefardí, la lengua original, ese idioma perfecto por divino y primigenio, fue el castellano. En efecto, según su punto de vista, expresado en 1661 en su obra: “Oro”, si Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, pensar que el idioma de Adán era el del mismísimo Verbo resulta muy razonable. Si además se tiene en cuenta que la creación se hizo de la nada y por oposición de contrarios, como un trance del combate especular entre el ser y el no ser nunca, entre el signo más y el signo menos, entre el vicio y la virtud, este primer idioma debió de tomar forma a base de palíndromos. Aví se enfrentó con los judíos londinenses que defendían que una mistificación de inglés y francés habría sido el vehículo de las primeras palabras de Adán. Según estos, el varón se habría presentado a la mujer diciendo: “Madam: I'm Adam”. Pues bien, nuestro sabio sefardí explicó en castellano que el idioma estaba ya en la mente de Dios y del mismísimo Adán desde antes de su nacimiento, aunque Dios jamás hablaba pues no tenía con quien. Por eso, según Avi, aquella presentación cortés no fue el primer balbuceo de la lengua de los hombres y sí una ingeniosa ocurrencia. Su hipótesis razonaba que, si Adán fue de verdad la imagen del mismo Dios, este momento mágico se tuvo que producir justo en el mismo instante en que nacía. Según su punto de vista, aquel extraño ser fue consciente de que toda su esencia humana era un reflejo de Dios, de modo que frente a él, convenientemente arrodillado, dijo con honesta humildad: "Yo soy Adán, nada yo soy".

El diálogo del viento

-Viajero, ¿dónde vas?
-Si puedo, hasta el fin del mundo.
-¿Qué es lo que quieres lograr?
-Llegar al fin, nada más. Concluir lo que empecé.
-¿Quién eres? Quiero saberlo.
-No tengo forma ni autor, no sé escribir ni pensar, tampoco me puedo nombrar, pero puedo decir algo que me describe mejor.
-Habla entonces, viajero.
-Soy la capa transparente que cubre el mundo macizo.
-Entonces, ¿eres el viento?
-No sé cómo contestarte, porque nadie me ha nombrado todavía.
-Te llamaremos así. ¿Me dejas que te acompañe?
-Yo no puedo decidir. No tengo más voluntad que llegar hasta el final ¿Podrás seguirme los días que me vuelva violento? ¿Soportarás esas calmas que duran como un dolor?
-Te seguiré donde vayas.
Y entonces el dios Mercurio levantó su caduceo, desplegó las cortas alas del casco y de las sandalias y ambos se fueron volando.

Blancanieves

La historia de Blancanieves está llena de exageraciones maniqueas. Ni ella era tan ingenua, ni su madrastra tan malvada como se cuenta en el cuento. Tampoco los enanitos eran todos uña y carne. La verdad fue un poco más tosca y por eso menos digna de contarse, pero yo no desespero. Aunque sé que no interesa descubrir lo que pasó, yo me aplico a rastrear las fuentes de lo ocurrido e intento dejar en claro toda la historia antigua y las razones profundas de cada cual. Entiendo que la verdad es un objeto de baja densidad y que si agitas un poco el insondable lago del olvido su propio peso liviano la empuja volando hacia arriba. Eso mismo es lo que me sucedió con los protagonistas de este cuento.
Lo primero que descubrí al acceder a las memorias del "Barón del Bosque", que supongo que fue el personaje que sacó a Blancanieves de palacio, siguiendo las órdenes de la madrastra, fue que mantenía una vieja relación feudal con siete enanos. Eso me dio mucho en qué pensar, porque si el noble Barón sabía a dónde llevaba a la joven, bien podría haber avisado antes a sus siete pequeños fedatarios para garantizar la supervivencia de la hija de su rey. De ahí, seguramente, la amabilidad de todos ante la adolescente, que no podía ser hacendosa, como se dice, porque siempre había sido educada como reina y nunca supo apreciar los valores de la escoba ni entender los procedimientos secretos de la creación de los sabores en el ámbito interior de la cocina.
Lo que después descubrí en las memorias del rey Esmerildo, que así se llamaba el príncipe, es que la bella Blancanieves fue su prometida desde el mismo momento de su nacimiento y que mantuvieron una periódica y frecuente correspondencia postal que incluía el intercambio de imágenes más o menos idealizadas de la fisonomía de cada uno, en su etapa infantil y juvenil (todo esto se puede visualizar, aún hoy en día, en los museos de palacio). Del tono de sus misivas se conoce que el amor entre ellos se fue produciendo de una forma natural, lo mismo que crecen dos plantas que saben que se van a mezclar, la una al lado de la otra, y que, por esta misma razón, la chica en el bosque ya esperaba que el príncipe Esmerildo la buscara y la besara para sacarla del sueño al que la había conducido la manzana envenenada. Se sabe también que el príncipe se mostró muy ofendido con uno de los enanos que, por consejo del más sabio y más añoso de los siete, besaba en la boca a la joven, pensando que así conseguiría despertarla. Lo que no llegó a saber, pues ella se lo ocultó y se llevó el secreto a la tumba, fue que alguno de aquellos besos tempranos cumplió su objetivo final, es decir, que Blancanieves volvió de nuevo a la vida antes de que apareciera, montado en el caballo blanco, su prometido Esmerildo. Estos besos de placer la despertaban de pronto, pero ella disimulaba, consciente de que llegaría el gran momento del cuento, y se hacía la dormida... (Los datos en los que he basado la historia truculenta de los episódicos despertares de la joven provienen de una novela titulada "La hermosa princesa del bosque", de Serafín Vázquez de Mina, el cual, al parecer, era un enano).

Dios

Y el hombre creó a Dios a su imagen y semejanza. Sabía que no existían ni Dios ni santos ni magia, pero necesitaba creer, para afirmarse a sí mismo. Sabía que en su vida había sólo una cosa importante, la fuerza que llevaba dentro, su libertad, aquello que le permitía construir y perpetuarse, la energía que movía a la sangre por sus venas. Por eso crear a este Dios era algo necesario. Lo vio reflejado en el fondo de las fuentes o en las aguas estancadas de los lagos y en los charcos que la lluvia iba dejando. Después se retiró al gran desierto y lo vio en los espejismos. Hablaba lo mismo que él. Decía que había que nacer y que luego había que amar y tener hijos, y que al final se moría. Ese Dios era un Dios sin Papas y sin popes, sin monjes ni sacerdotes, sin biblias y sin koranes, sin ninguna teología. Era más bien una Diosa, porque era capaz de crear y tenía el ímpetu bestial de la mujer, el cordón umbilical de la madre con su hijo. Su libertad era amor, la luz naciendo en la aurora y creciendo en el medio del cielo hasta el crepúsculo rojo, estrellas que crean planetas, árboles llenos de pájaros que plantan sus nidos en sus ramas, flores con mariposas y abejas zumbando en el prado. Pero no sólo era amor, porque también el horror y la injusticia tenían lugar en su ser cuando atacaban los leones o las hienas, o cuando mueren los bebés recién nacidos. Y también era el frío de la nieve y el doloroso mordisco de las llamas en el fuego de la hoguera y las lágrimas cayendo por tus mejillas y la sangre brotando a borbotones por la herida. Así creó el hombre esta inmensa realidad que modela la vivaz naturaleza y que llega ahora hasta donde estamos tú yo, hablándonos a través de estas palabras. Tú entendiéndome y haciendo tuyos mis pensamientos a pesar de la distancia, a pesar de que tu vives en un espacio y en un tiempo distinto al mío. Tú siguiéndome a mí y buscando a alguien que pueda y quiera seguir la cadena. Crear y creer en nosotros mismos y seguir nuestro camino. Por eso un Dios peregrino, por eso un Dios creador y femenino. Como tú y como yo. Nada más, de verdad, nada más.

Onán, Narciso y tú mismo

Los dioses castigaron los placeres de Onán y de Narciso y castigan a los hombres que renuncian a la acción y se meten en refugios de papel, como Bastián, o que invernan en las salas semioscuras que proyectan en pantalla infinitas aventuras. Los dioses se enfadan mucho porque dicen que hace falta un ser real al otro lado. Entiendo a los dioses a veces, pero en muchas ocasiones yo defiendo a los héroes de la soledad porque todos forman parte del común aprendizaje y porque sus símbolos son juguetones y con frecuencia se disfrazan con la historia y propiedades de los otros. El miembro masculino y los espejos son masas con propiedades diferentes, como su tacto o su olor, y el libro es por un lado miembro, porque es el instrumento que tocas o acaricias, y es también el sutil espejo en donde te reflejas. Sin embargo, en todo caso, tú eres lo más importante. El placer que sientes al oir o leer un cuento, lo que explica cómo eres y te ayuda es lo único importante, porque esa experiencia extraña y solitaria no es un monólogo ajeno y sí el proceso autónomo a través del cual tú ves el mundo. En realidad al leer te miras en el espejo y desarrollas tu yo. El lector, el espectador, el onanista, aporta mucho más que el autor o más de lo que los dioses nunca podrán aportar, porque todo lo vivido y lo sentido en su larga o corta experiencia hace falta para entender lo que se entiende y porque el real significado de lo escrito es relativo y varía en cada hombre y cada tiempo. Por eso tiene sentido volver a leer lo leído. Por eso un libro en tus manos es cada vez diferente. El héroe de la lectura es como Onán y Narciso, un héroe de carne y hueso, el actor protagonista de su vida. El Bastián interminable que sale y entra del papel. Tu mismo, querido amigo.

Caín y Abel

Pesa más el interés que la proximidad de la sangre. Eso es lo que se deduce de la historia de Caín y Abel tal y cómo nos la contaron. Sin embargo, todo hay que decirlo, la verdad es algo más complicada, porque el honor familiar influye de forma mayor y porque las cosas, en realidad, no son ni blancas ni negras y siempre tienden al gris.
En efecto, de todos es conocido que Caín era ganadero y Abel agricultor, y que se comportaron como buenos hermanos, salvo en el asunto violento que nos contaron de niños, cuando su distinto interés en torno al control de la tierra se interpuso entre ellos. Después de múltiples discusiones, amenazas e incluso insultos, los dos jóvenes adultos se enfrentaron en una pelea noble en la que Abel se llevó la mejor parte. Humillado Caín por la derrota, buscó la venganza un día que armado con una quijada bajó del monte hacia el valle para desquitarse. El ataque le pilló desprevenido al hermano agricultor. Su sorpresa fue tan grande que salió despavorido de una forma tan cobarde que todos sus descendientes prefirieron contar la historia en forma de asesinato que nunca se cometió. Los cainitas, por su parte, obviaron el primer enfrentamiento y cuentan tan sólo el final, liberando a su antecesor del estigma de la muerte y subrayando lo magnánimo del que permite la fuga de su oponente. Ambas versiones son parciales, además, porque ignoran el hecho de que, años después, los dos hermanos decidieron tolerar sus actividades y se reconciliaron.

Narciso

Le dijo el joven Narciso a su cura confesor:
-¿Qué importa el placer que sientas al contemplarte desnudo ante el espejo o al contarlo en un papel y publicarlo en los medios?¿Qué importa si ese placer conduce a tu vientre al éxtasis? ¿Por qué es un pecado gozar? ¿Qué importa la dimensión de ese placer tan íntimo?
El cura guardó silencio.

Un nuevo Ulises

Delante de mis alumnos, acababa de escucharle que los libros que teníamos delante y vendía aquella organización de beneficencia eran libros viejos. Hablaba con una sonrisa de conmiseración, sin manifestar el menor respeto por el pasado, e imaginé que al hablar de esos conjuntos encuadernados de letra impresa se refería a unos trastos molestos que esperaban su último retiro en un asilo barato justo antes de morir, pensé que estaba aludiendo a unos objetos decrépitos, rellenos de arrugas profundas o de desgastadas hojas amarillas y atacados ya por la humedad y los insectos. 
-¿Cuanto quieres por este libro?- pregunté, señalando una vieja edición de la Odisea.
-Lo que te parezca- dijo.
Saqué de mi bolso la cartera y dejé tres euros en la mesa:
-Los libros son algo extraño. Los libros no tienen edad ni un paisaje definido entre sus letras, pero saben hacernos viajar. Los libros renacen en nuestras mentes y acaban por recibir nuestra sangre y nuestros sueños y, por eso, son tan jóvenes o tan viejos como lo somos nosotros, sus lectores.
De inmediato abrí el libro y comencé a leer la historia que Homero imaginó hace siglos y volví a ser Ulises. Un Ulises con más años, un Ulises que conoce las palabras del relato que los siglos han dejado pero quiere ir más allá porque sabe que sus viejas experiencias son la fuente que rellena de sentido lo que mira, el filtro que expande o limita la comunicación con los otros, la fuerza que integra o rechaza los mensajes de la cruda realidad.
Y entonces la magia de Circe, la ternura de Telémaco, la fidelidad de Penélope o la rabia de Polifemo lograron hacerse un pequeño hueco en nuestras mentes y volvieron a circular entre nosotros.

Diana

Ana le preguntó: "¿Quién eres?"
La diosa le contestó: "Diana". 
-"¿Di Ana?"- dijo.
-"No. Di-a-na".
-"Pues eso, Ana, Ana, como yo". 
La diosa, contrariada, continuó repitiendo:
-"Diana, Diana, Diana..."
Pero Ana, que no soportaba el monopolio divino de algunos nombres propios, siguió con su estrategia:
-"¡Ah! ¡Diana! Ya la di. En el centro, exactamente, yo la di".

Marathon

Salgo corriendo. Soy tan joven como ingenua y me siento fuerte por dentro. Necesito descubrirme tal cual soy lejos de mi familia, cambiar de lugar y de gente, navegar por mares sin nombre. La vida ha de ser mejor al otro lado, allí adonde me llevan mis pasos. ¡Qué gusto me da sentir! ¡Qué placer da comprobar la forma natural en la que el cuerpo me responde! Yo sé que tengo futuro. Puedo con pesos pesados y resisto mucha más de lo que se podría esperar después de no haberme entrenado para ello. Por eso sigo corriendo y piso la blanda hierba, satisfecha, a la hora en que la aurora está naciendo. "¡Venga! ¡Corre!, las puertas del mundo aún están abiertas". 
El sol aspira en el cielo y me quita el aire limpio que respiro. Es el calor asfixiante de la mañana ascendente. Empiezo a cansarme un poco por el esfuerzo continuo. Estoy en medio del mundo, en una larga carrera que se sucede a sí misma. Voy buscando las razones de todo lo que me pasa, rompiendo amarras antiguas y buscando cosas nuevas: El mundo es un gran almacén que acaban de abrir allá lejos y cada vez que tomo una decisión dudo de que el sentido del camino sea el correcto y de que merezca la pena debatirse contra un mal que tan sólo intuyo, porque aún no soy muy sabia. Mis pies son como mariposas y mis manos van tirando de mis pies, cual marionetas sin hilos. Gotitas de agua salada se deslizan por mi frente y riegan mi piel del olor que los poros de mi cuerpo van soltando. Jadeo de forma rítmica, acomodando los ritmos del corazón inconsciente con los del fuelle del pecho y cada paso que doy me cuesta más que el que di un momento antes. Así que sigo corriendo y pienso que en algún momento tendré que detenerme. Luego las nubes se instalan, restando luz al paisaje y mi cuerpo empieza a dar síntomas de agotamiento. Corro sin fuerzas ya y pienso en pararme en seco y descansar finalmente. Sin embargo, siempre hay razones para persistir. La fuerza de las decisiones, el pasado con su peso insobornable que gobierna a la memoria: "Venga, aguanta un poquito", me digo, "Tienes que llegar aunque agonices, aunque sea lo último que hagas. La meta no debe andar lejos. Seguro que se encuentra ahí, después de llegar a esa cumbre o a la vuelta de esa curva tan cerrada". De este modo me convenzo de que aún está a mi alcance el objetivo e intento un último impulso. Amplío mi corta zancada y reduzco la frecuencia de los saltos y siento que mi carrera se hace lenta y que apenas puedo seguir, pero lo intento de nuevo: El cuerpo desmadejado, el corazón hecho un cisco y mi piel bañada en sudor: "Adelante... ¡Vamos! ¡Vamos!" 
Al rato el fracaso me asalta. Empiezo a sentir un cansancio insoportable. Ya no puedo con mi alma. El depósito está casi vacío. No encuentro lo que esperaba y estoy cada vez más sola. El sol ha borrado las nubes y escala en el cielo claro hasta un punto vertical. Parece afirmar su dominio. Lo siento, no puedo más.

Centauros del desierto

Vuelve Ethan a su hogar.
Añora su casa lejana.
El desierto queda atrás.
Descabalga su montura
y muestra el botín que ha traído:

La novia va en busca del joven,
y la madre reconoce
a la hija que los indios se llevaron...
Y traspasan el umbral
y todos entran adentro, 
salvo Ethan que, en la duda,
le da la espalda a la casa
y se sumerge en la luz,
y entonces se cierra la puerta.

Anunciación

La virgen contemplaba la trayectoria espiral de una pluma que caía. Sentada en su silla de cuero repujado, la joven cerró el libro que tenía entre sus manos, lo puso sobre su regazo, levantó su mirada hacia la ventana y escuchó un trino agudo y sorprendente:
-Dios es ave, María- le cantaba un pájaro blanco y parlanchín.
La muchacha sonrió al principio levemente, pero pronto se abrió paso una sonora carcajada justo al tiempo en que sus labios susurraban:
-Gracia plena.

Juan II

A las puertas de la vejez, después de intentarlo año tras año, Isabel consiguió que en su vientre se instalase un nuevo ser. Entre los más allegados, pronto empezó a comentarse que aquel embarazo tardío daría a luz un varón que se llamaría Zacarías, como su padre. Por eso fue muy extraño que ella se plantase ante sus suegros:
-Si lo que está por llegar es un niño, se llamará Juan.
-¿Juan?
-Sí, Juan, como su padre.
Entonces todos miraron a Zacarías y Zacarías, en tono conciliador, dijo:
-Bueno, no importa. ¿John? ¿Juan? ¿Giovanni? Juan está bien. El niño será un seductor. De casta le viene al galgo. Así lo quiere Dios.

La ballena de Jonás

Recorrió de punta a punta aquel extenso mar, revisó sus bajos fondos y su blanda superficie, intentando hacerse idea del paisaje que surgía más allá de la barrera que las olas dibujaban a la vera de la costa y haciendo preguntas incómodas a los pocos marineros que pasaban en sus barcos. Lanzaba sonidos oscuros, una especie de ronco quejido que olía a negra batea y que a veces encontraba alguna audiencia entre los viejos lobos de mar. A pesar de su insistencia, poca cosa es lo que pudo averiguar sobre el mundo que las aguas rodeaban, pues el común de los hombres rehuía su presencia ante el miedo que infundía su dimensión monstruosa. Le contaron, eso sí, que en la tierra había un sol que jugaba al escondite cada día, hundiéndose en el horizonte, y que en los campos crecían plantas verdes y amarillas que luego se recogían para servir de alimento, y que ejércitos de árboles peleaban en silencio por un trocito de tierra para plantar sus raíces, y que bichos con cuatro patas se enfrentaban por amor y se mataban temblando, sobre todo en primavera, y que el agua de los ríos hacía bailar a los peces con ojos llenos de asombro, mientras arriba, en el cielo, los pájaros batían sus alas y volaban muy deprisa, cantando alegres canciones.
Con la escasa información acumulada, la curiosa protagonista de este cuento tomó un día la decisión de escapar del mundo azul por donde siempre había circulado su cuerpo descomunal. Estaba convencida de que toda su vida había sido una absoluta equivocación y de que su medio natural, su medio verdadero, era el territorio sólido en el que estaba dispuesta a aventurarse. Entonces se puso a nadar hacia la costa y su corazón se llenó de nostalgia. Aquel viejo cetáceo recordó entre la bruma lo fecundo de su vientre -que alojó hace treinta siglos a Jonás y luego, mucho más tarde, al padrastro de Pinocho-, y no quiso seguir dándole vueltas al futuro, de modo que se dejó llevar por la corriente y, cuando la espuma de las olas empezó a hacerle cosquillas, sintió que su gran cola se rozaba con la arena y que la piel de sus bajos se hacía girones. Sin embargo no se volvió atrás. Siguió adelante, sin miedo, porque eso es lo que siempre había deseado... Pocos segundos después llegó a la playa y allí la ballena quedó definitivamente varada. Notó que su peso la aplastaba, que apenas podía respirar y que su corazón se rompía, pero eso no ocupaba su atención. Ella estaba fascinada por la imagen de los hombres, que se acercaban despacio a contemplar su agonía y que luego, con las vísceras aún calientes, la despiezaron sin piedad.

El ojo de la aguja

Me cuentan que en Doha han construido una gran aguja de metal y que la han dispuesto verticalmente, con la cúspide afilada compitiendo con sus altos rascacielos. Dicen que cada día los camellos de Quatar desfilan bajo el arco que introduce el hueco de su base y que esto les produce un placer muy especial a los hombres más ricos del emirato del Golfo.

Somos de la misma pasta

Él era un joven adorable y yo lo había visto rondar a la muchacha que en el cielo me habían encomendado vigilar. Lo que no sabía entonces es que además, era el mismo diablo y que no tardaría en tomarme la delantera. Para ello él usó del recurso evidente de su sexo. La seguía a todas partes y le hablaba en voz muy baja, mientras yo le consentía lo que hacía, ajena a su esencia perversa y sin darme cuenta de que yo misma, también, me estaba enamorando.
El día en el que culminó su trabajo, actuó con toda precisión y con un terrible ensañamiento. Sus palabras penetraron como puñales en el corazón de la chica y su efecto fue demoledor.
-No te quiero- le dijo - muérete.
La muchacha se despeñó desde lo alto del acantilado sin darme tiempo a intervenir. Para entonces yo ya estaba tan colada que, en vez de lamentarme o de odiarle por su burdo engaño, me felicitaba al descubrir por la fuerza de los hechos que el amor por la muchacha no le había movido en absoluto.
Decidí intentar seducirlo:
-Oye -le dije-, ¿sabes quién soy¿ ¿Me conoces?
-Sí lo sé.
Él se acercó a mi rostro y me besó dulcemente.
No hizo falta que me diera más razones. Dejé trabajar a sus labios, a sus manos y a su voz y en el centro de mi alma germinó un nuevo ser.
Nueve meses después nació nuestro hijo, un bebé sano y hermoso.
-Hijo mío -le decimos muchas veces al pequeño-, el bien y el mal no son cosas ni tienen lugares opuestos. Los demonios y los ángeles somos de la misma pasta.