Ayúdame, por favor

Me desperté un día más tarde y todavía sigo atrás, sin poder recuperar el tiempo que se pasó soñando que estaba despierto. Lo grave de no vivir en el día que corresponde es que las cosas suceden sin ti, que llegas tarde a todo, que no contestas con espontaneidad a las cosas que te dicen, que han de esperar a tu firma los documentos, como mínimo veinticuatro horas, que has de llegar a tus citas el día anterior al que tienes señalado en la agenda, y muchísimas cosas más que resultan aún peores, en especial todas esas que tienen que ver con el sentimiento o con una excitación momentánea y que se deciden de pronto, sin que tú colabores en el calor de los hechos y de forma muy diferente a la que la naturaleza o la dinámica del acontecimiento parecía que debía resolver en su momento. Eso por no añadir lo que piensas al sentir lo que pasa en tu corazón y en las partes más sensibles de tu cuerpo al padecer a destiempo los dramas y las alegrías. Yo siempre lo he lamentado y hubo períodos en mi vida en los que comentaba mi extraño padecimiento sin temor, intentando justificarme o buscando remedio a mi mal, pensando en que yo no era el primero en sentir lo que sentía y que había gente sabia que podría aconsejarme con un día de retraso. Hablé con médicos, filósofos y literatos del más diverso signo y ninguno fue capaz de comprenderme o de darme una receta que sirviera como cura. La mayor parte de ellos se rieron en mi cara, pensando que lo que a mí me pasaba era increíble y que les estaba tomando el pelo, y los que me creyeron no supieron enfocar el problema, ni dar con la causa o con una prescripción que enfrentase los desagradables efectos de mi enfermedad. Por eso he decidido abandonar esta estrategia, aparentar que vivo el mismo presente que todos, disimular y buscar la solución en el mundo de la ficción. Esto es lo que ahora hago aquí. Escribo este cuento corto que plantea la cuestión y espera que algún lector piense el asunto por mí y me encuentre una salida. Lo hago muy convencido, pues sé que la literatura es sobre todo tiempo, tiempo en conserva puro, presente que se hace eterno en el papel. Entiendo que a la literatura le pasa lo mismo que a mi, que sirve para parar la incesante sucesión de los instantes. En efecto, creo yo, el tiempo estalla a tu lado de la forma más ruidosa y olorosa y no se detiene por nada. El tiempo labra arrugas en tu frente y te hace viejo y cascarrabias. Sin embargo, la literatura es siempre joven y fresca. Ulises o Don Quijote mantienen su edad y su sino por los siglos de los siglos. Por eso yo acudo a ella, y me cuento como el ser protagonista de esta historia. De modo que no digo más, querido lector y amigo, escucha mi triste pasión y ayúdame, por favor.