Eres mi viva estampa

En mi rostro se enfrentaron desde niña los rasgos de mis padres. Mi abuela decía que yo era un calco de mamá. Recuerdo que me contaron muchas veces la historia de aquel antojo que salía en el centro de la espalda de las mujeres de mi familia y que luego desaparecía como un signo que perdiese con el tiempo su valor. Me acuerdo también de los comentarios de las visitas acerca de la forma semejante de nuestros rasgos o sobre el color de nuestro pelo. Yo entonces quería ser como mi madre. Admiraba su dulzura y su inteligencia y jugaba a disfrazarme con sus vestidos o a calzar sus inmensos zapatos y arrastrarlos por su dormitorio ante el espejo. Luego la fui conociendo mejor. Con los años descubrí que era una mujer vencida, sometida a su marido, y no tardé en ponerme de su lado. Frente al poder de papá, fuimos cómplices. Aún recuerdo con qué riesgo encubría mis salidas nocturnas o su habilidad para quitar importancia a mis suspensos. Bajo su magisterio, aprendí a intuir su pensamiento o a bajar la mirada ante mi padre, a tener el don de la oportunidad o a plantear la mejor estrategia para conseguir cada objetivo. Me modeló tan a su estilo y yo colaboré tanto con ella que pensé que era posible ser su doble. Sin embargo, ahora caigo en la cuenta de mi error y lo lamento. Aunque acerté en la alianza, me equivoqué de enemigo. A pesar de que entonces aún no había heredado sus alergias, a pesar de que mi nariz no había recibido todavía la orden de combarse siguiendo su modelo, tenía que haber comprendido que yo también tenía los genes de papá. Debería haber previsto que en mi cara surgiría esa misma expresión amenazante que exhibía en los tensos silencios y que acabaría por desafiarle a un combate en el que mis ojos atravesarían su máscara de hierro y lo someterían con sus mismas armas. Desde entonces él ya nunca me mira con desprecio, pero a mí, la verdad, no me hace feliz esta victoria. Preferiría seguir siendo como ella. Siempre quise ser como mi madre.

Silencio

En el principio era el verbo,

un verbo activo y capaz,

que empezó la creación.

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Y el Verbo creó la noción

de un tiempo en presente continuo, 

que atrás dejaba al pasado

para intentar ser futuro.

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Pero el tiempo corrompía 

a la verdad, y el altísimo dudó

entre contar su versión,

haciéndose carne y mortal,

o dejar que la verdad 

se escondiese entre las zarzas

de los hechos.

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Verbum caro factum est,

dicen de quien se murió 

en el centro del Calvario,

pero olvidan que después

se instala en la eternidad 

 del trono dorado del cielo 

y está callado y tan quieto

como un dios de cartón piedra.

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El verbo es un gran frontón,

la blanca pared de silencio

que se enfrenta diariamente a nuestra fe.

Me mola Kant, cantidad

En el camino, hay un cuento que de canto está dispuesto y Kant canta: "Canto... Luego existo..."

En el cuento se tropieza y piensa en el cuento de canto y en su canto, y dice: "Un cuento de canto cuenta y un canto de canto canta. Si el cuento cantase cantos y el canto contase cuentos, tal vez el cuento cantase y el canto contase cuentos".

Y sigue cantando Kant el canto del cuento de canto o el cuento del canto y el cuento que se encontraron de pronto en el medio de su canto.

Nuestras vidas son los ríos

El agua nos envuelve en el útero materno y luego nos acompaña hasta el lago del olvido. Somos agua, agua limpia y natural que, sin cesar, corrompemos. El agua no tiene color pero es capaz de cambiar y hacerse verde o azul, cuando juega con el sol, o roja en el cuerpo animal. Tampoco tiene sabor, pero disuelve la sal y el azucar o la miel. La bebemos transparente, del grifo o de la botella, y nuestro cuerpo la usa y acaba por devolverla vestida de un tono amarillo. Dicen que es propio del hombre hacer canales de agua, como el que conecta el Mar Rojo con el Mediterránero y llaman canal de su hez. El hombre lo ensucia todo. “De perdidos, al río”, decimos. “De vertidos, al río”, deberíamos decir, y así entenderíamos mejor cómo se mancha el mar y qué es lo que ven nuestros ojos de anónimos robinsones una vez que naufragamos en la isla de la soledad. Dicen que allí el agua es gris, que es agua de putrefacción, y que el barco que nos transporta deja caer por la borda las ruinas de nuestra memoria. Es el barco de Caronte, una especie de patera para muertos. Hasta allí llega la vida. Después del guardián Cancerbero se entra en el reino de Hades. Mientras la sólida tierra acepta que nos entierren, el agua desaparece. Ya lo dijo el gran Arquímedes: El final del principio es el líquido desalojado. Así es, no cabe duda. Pero el universo es esférico y por eso, en la realidad, el principio y el final no sólo coinciden en todo, sino que además, son lo mismo, el mismo espacio sin más... En el Génesis se dice que en el principio era la nada y el Apocalipsis sugiere que habrá un final para todo... En la nada estaba el todo, y en medio el agujero del tiempo, ese paréntesis corto que va labrando el presente en medio de la eternidad. Sin embargo el tiempo no es un cuerpo sólido. El informe tiempo fluye como el río o la cascada y en el tiempo todo nada. Tenemos tan sólo tiempo, el latido continuo de nuestro corazón, la corriente que nos empuja hacia el mar. Cada uno de nosotros somos tiempo. Por eso bebemos tiempo y vivimos en el agua. Bebemos un tiempo vivo, que es el único que existe, y vivimos en el agua que manchamos cada día sin querer. Así que nada y navega, contempla lo que sucede en esta orilla del puerto, escucha a los dioses marinos y deja que pase la vida, sabiendo que hay un final que es a la vez el principio de un infinito imposible.

La lengua de dios

Muchos fueron los judíos que buscaron las fuentes de la palabra, sometiendo a las letras del alfabeto a repeticiones de índole matemática o jugando con los términos del Génesis, pero ninguno de ellos llegó tan lejos como Iván Aví. Para este sefardí, la lengua original, ese idioma perfecto por divino y primigenio, fue el castellano. En efecto, según su punto de vista, expresado en 1661 en su obra: “Oro”, si Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, pensar que el idioma de Adán era el del mismísimo Verbo resulta muy razonable. Si además se tiene en cuenta que la creación se hizo de la nada y por oposición de contrarios, como un trance del combate especular entre el ser y el no ser nunca, entre el signo más y el signo menos, entre el vicio y la virtud, este primer idioma debió de tomar forma a base de palíndromos. Aví se enfrentó con los judíos londinenses que defendían que una mistificación de inglés y francés habría sido el vehículo de las primeras palabras de Adán. Según estos, el varón se habría presentado a la mujer diciendo: “Madam: I'm Adam”. Pues bien, nuestro sabio sefardí explicó en castellano que el idioma estaba ya en la mente de Dios y del mismísimo Adán desde antes de su nacimiento, aunque Dios jamás hablaba pues no tenía con quien. Por eso, según Avi, aquella presentación cortés no fue el primer balbuceo de la lengua de los hombres y sí una ingeniosa ocurrencia. Su hipótesis razonaba que, si Adán fue de verdad la imagen del mismo Dios, este momento mágico se tuvo que producir justo en el mismo instante en que nacía. Según su punto de vista, aquel extraño ser fue consciente de que toda su esencia humana era un reflejo de Dios, de modo que frente a él, convenientemente arrodillado, dijo con honesta humildad: "Yo soy Adán, nada yo soy".