Pandémica escritura

Estoy mortalmente aburrido. Por esta maldita peste, me levanto cada día y repito mi rutina. Sigo un camino trillado, relleno de acciones útiles para aguantar la cuarentena. Es así. Como, duermo, recorro el pasillo cien veces, hablo por el teléfono, atiendo mensajes del móvil y veo la televisión. Además, suelo leer alguna cosa, por las tardes, y al anochecer escribo en mi diario. En él pongo mis recuerdos, el cabreo o el placer que sentí en algún momento, las reflexiones vulgares de un hombre vulgar como yo. Nada importante, lo sé. El mañana y el ayer se parecen tanto al hoy que es difícil aportar nada importante, pero no se trata de eso. Se trata de publicar la herencia que recibí y de editar los conjuros que usaba en mi juventud. Se trata de volver a contar, de remover la mochila y de ver por dónde salgo. Por eso me embarco en esto y brotan en mí las palabras. Se diría que de pronto me ha hecho efecto un elixir que tomé hace muchos años. Necesito contar algo, cuando la pluma se mueve y empieza a manchar el papel.