Los gigantes son tan grandes que son admirados y temidos, pues son muy altos y fuertes. Los enanos son pequeños y hay gente que los desprecia. No saben los que así piensan que los gigantes padecen de graves problemas vitales, pues deben ocupar su tiempo en procurarse un sustento que es caro y voluminoso y padecen deformaciones como consecuencia de su rápido y, a veces desordenado, crecimiento, de manera que entre ellos predominan los rudos, torpes y fatuos, los dañinos y gordotes, y son cada vez más escasos los individuos cultivados, como aquel Gargantúa francés, o los listos, pero ingenuos, como el viejo Gulliver. Tampoco se habrán dado cuenta los mismos que así pensaban de que esos enanos simpáticos se alimentan fácilmente y disfrutan de un ocio abundante, así que saben de todo y aprenden otros idiomas y todas las ciencias prácticas que se les pongan a tiro. Sus consejos están tan llenos de sabiduría que hasta los reyes consultan sus augurios. Por eso quien los conoce, por eso quien investiga y reflexiona invierte el tópico infame y permite que los grandes se transformen en pequeños y deja que los enanos se conviertan en gigantes.
Sin luz
Vino un chino
con un pino
excepcional,
vino Tina
con su lino
y con su tul
y después
se fue la luz
y empezamos a mirar
alrededor,
y a tocarnos
para ver
quien era quien
en medio de la oscuridad.
en el portal
con mi sino
en el cabás.
Tan solo lo ví pasar,
igual que a la cabalgata
que, al morir la navidad,
llenaba en la noche el silencio
de la casa de mamá.
El uro
/\ /\
En la hura, al gran uro
ata el héroe el aro de oro,
luego hiere su cabeza
coronada y, sin ira,
cuando muere,
grita alto:
...O...
“Ya era hora”.
Palimpsesto
Insomnio
Montan mis letras un número...
Palabras desde la otra orilla
cuando el pulso en mi muñeca
no se encuentre
y el reloj se haya parado para siempre.
Esperaré a que aparezcas ante mi,
con tu abrigo de visón de pelo gris,
presumiendo de tu cálida presencia,
deseando que me hables como hacías,
susurrando las palabras una a una,
para hacer de su rumor una caricia.
Será un ritual sencillo:
Cuatro términos de amor
que hagan tibio el cruel silencio,
cuatro frases desgastadas por el uso,
que te salgan de la boca sin esfuerzo
y celebren los momentos que vivimos.
Sometido a la parálisis eterna,
yo seré tan sólo un brillo,
un Ulises que navega
sobre el mar de tus recuerdos,
un lejano compañero
que se instala por un tiempo,
en el cuarto de invitados,
o seré, quizás, la huella,
a tu gusto edulcorada,
de aquel joven que yo fui
y tu quisiste.
Sin embargo, también sé que,
cualquier día,
del invierno vendrá un escalofrío,
un relámpago herirá tus ojos verdes
y mi exilio se impondrá, definitivo.
Cuando dejes, por fin, de imaginarme,
cuando sientas que empiezo a molestarte,
no hará falta que me cuentes lo que pasa,
bastará con que me cierres
y me arrojes al abismo de la nada.
En el fondo de un gran mar,
se hundirá todo el azul,
y en su lecho moriré
como hoja desprendida
de la copa amarillenta
que aterriza sobre el suelo.
Así quedará claro que el telón
porque al fin ha concluido su caída,
que mi mundo se ha fundido, de repente,
y que el barco de Caronte,
que discurre con las velas arriadas,
está a punto de atracar en el olvido.
Que yo te tiré los tejos
Y yo te tiré los tejos
y tú no me hiciste sitio,
ni en tu agenda, ni en tus ojos,
ni en tu lecho...
Me miraste con desprecio,
me arrancaste la esperanza
y me hiciste aquí en el pecho
un tajo profundo y rojo.
Ahora te miro de lejos
e imagino cada noche
que quieres salir conmigo
y que en verdad te intereso.
Carreras
Semáforo
Sucedió un Viernes Santo, en Granada, a principios del siglo XXI. En la Plaza Nueva la densidad de procesiones es tan alta que la decisión de cortar el tráfico se repite año tras año. Por razones que desconozco, aquella Semana Santa los semáforos no habían sido desconectados y alternaban sus luminosos signos con el mismo ritmo con el que se sucedían normalmente. Los granadinos y los turistas hispanos hacíamos caso omiso de la fuerza coactiva de sus verdes y sus rojos y cruzabamos por los pasos sin el menor temor, pues resultaba meridianamente claro que la circulación de automóviles estaba cortada antes. Para un grupo de jóvenes turistas alemanes que acababa de entrar en la plaza, sin embargo, este asunto no debía resultar tan evidente. En efecto, la primera de entre ellos, que era una rubia preciosa y sonriente, se detuvo en el límite de la acera. Me llamó la atención su gesto de contención, justo enfrente del lugar por donde yo cruzaba con el semáforo en rojo. Detras llegaron diez, veinte o treinta alemanes que cubrieron toda la línea fronteriza un segundo después de que yo pasase a su lado. Me detuve para ver en qué acababa todo aquello. Los alemanes se miraban y comentaban, mientras los granadinos seguían cruzando y sonreían con aire de superioridad. La situación se prolongó casi medio minuto, un tiempo suficiente como para llegar a pensar que la prohibición estaba fija. Impertérrito, el destacamento germano aguantó en el frente de la acera hasta que la autoridad automática permitió cruzar al otro lado. La rubia y sus dos amigas salieron ahora las últimas y miraron hacia atrás, conscientes de que un poco más allá yo las estaba mirando. Cada vez que las recuerdo, pienso en que a los españoles no nos vendría mal ser un poco alemanes y a los alemanes, también, acercarse a comprender el pícaro aprendizaje del español de la calle, pero luego siempre acabo por mirar alrededor y suspirar.
El gurruño
Unicidad de la mujer (escuchado por ahí )
-¿Todas las mujeres son iguales?
-No, todas ellas son la misma.