Onán, Narciso y tú mismo

Los dioses castigaron los placeres de Onán y de Narciso y castigan a los hombres que renuncian a la acción y se meten en refugios de papel, como Bastián, o que invernan en las salas semioscuras que proyectan en pantalla infinitas aventuras. Los dioses se enfadan mucho porque dicen que hace falta un ser real al otro lado. Entiendo a los dioses a veces, pero en muchas ocasiones yo defiendo a los héroes de la soledad porque todos forman parte del común aprendizaje y porque sus símbolos son juguetones y con frecuencia se disfrazan con la historia y propiedades de los otros. El miembro masculino y los espejos son masas con propiedades diferentes, como su tacto o su olor, y el libro es por un lado miembro, porque es el instrumento que tocas o acaricias, y es también el sutil espejo en donde te reflejas. Sin embargo, en todo caso, tú eres lo más importante. El placer que sientes al oir o leer un cuento, lo que explica cómo eres y te ayuda es lo único importante, porque esa experiencia extraña y solitaria no es un monólogo ajeno y sí el proceso autónomo a través del cual tú ves el mundo. En realidad al leer te miras en el espejo y desarrollas tu yo. El lector, el espectador, el onanista, aporta mucho más que el autor o más de lo que los dioses nunca podrán aportar, porque todo lo vivido y lo sentido en su larga o corta experiencia hace falta para entender lo que se entiende y porque el real significado de lo escrito es relativo y varía en cada hombre y cada tiempo. Por eso tiene sentido volver a leer lo leído. Por eso un libro en tus manos es cada vez diferente. El héroe de la lectura es como Onán y Narciso, un héroe de carne y hueso, el actor protagonista de su vida. El Bastián interminable que sale y entra del papel. Tu mismo, querido amigo.