La lengua de dios

Muchos fueron los judíos que buscaron las fuentes de la palabra, sometiendo a las letras del alfabeto a repeticiones de índole matemática o jugando con los términos del Génesis, pero ninguno de ellos llegó tan lejos como Iván Aví. Para este sefardí, la lengua original, ese idioma perfecto por divino y primigenio, fue el castellano. En efecto, según su punto de vista, expresado en 1661 en su obra: “Oro”, si Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, pensar que el idioma de Adán era el del mismísimo Verbo resulta muy razonable. Si además se tiene en cuenta que la creación se hizo de la nada y por oposición de contrarios, como un trance del combate especular entre el ser y el no ser nunca, entre el signo más y el signo menos, entre el vicio y la virtud, este primer idioma debió de tomar forma a base de palíndromos. Aví se enfrentó con los judíos londinenses que defendían que una mistificación de inglés y francés habría sido el vehículo de las primeras palabras de Adán. Según estos, el varón se habría presentado a la mujer diciendo: “Madam: I'm Adam”. Pues bien, nuestro sabio sefardí explicó en castellano que el idioma estaba ya en la mente de Dios y del mismísimo Adán desde antes de su nacimiento, aunque Dios jamás hablaba pues no tenía con quien. Por eso, según Avi, aquella presentación cortés no fue el primer balbuceo de la lengua de los hombres y sí una ingeniosa ocurrencia. Su hipótesis razonaba que, si Adán fue de verdad la imagen del mismo Dios, este momento mágico se tuvo que producir justo en el mismo instante en que nacía. Según su punto de vista, aquel extraño ser fue consciente de que toda su esencia humana era un reflejo de Dios, de modo que frente a él, convenientemente arrodillado, dijo con honesta humildad: "Yo soy Adán, nada yo soy".