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Todo nada

Me han publicado un libro de aforismos. Su título es “Todo nada”. Son chispas de pensamiento a las que llamo ”Redichos”. De ellos quisiera decirte tres cosas:
La primera es que cada línea es un pensamiento distinto. Los “Redichos” son destellos libres e independientes, reflexiones juguetonas que buscan sentidos ocultos en un universo caótico. Cuando los leas, hazlos tuyos. No busques contradicciones ni pretendas encontrar la coherencia discursiva de un cuento o de una novela. Acepta lo que te sirve o te convence. Necesito de tu experiencia, porque es tu mente la que entiende cada frase libremente, la que abre o cierra la puerta. Así que, por favor, acoge en tu cabeza lo que sigue. Aspiro a ser comedido. Se trata tan sólo de hablar y de dejar testimonio. De entenderme y de ayudar a que te entiendas. Para eso ordeno los distintos temas en capítulos, en lugares donde a veces las ideas reverberan y pueden parecer sistemáticas, aunque no lo son ni lo pretenden. De modo que sigue leyendo, escucha este frágil sonido y deja que el viento lo mueva y llegue volando hasta ti: “Tú eres mi única clave”.
La segunda cosa que quiero decirte es que algunos de mis “Redichos” parten de los refranes, de los dichos. Como en ellos, mi saber es experiencia, el saber de las batallas que el abuelo cuenta al nieto o el conocimiento que da la decepción y el fracaso. Mi saber viene de oído, de la libre apropiación de lo que anda suelto por ahí. Por eso, los dichos me atraen, al igual que los slogans o los títulos. Ellos introducen frases claras y tajantes que se columpian en el ritmo o en la rima para reforzar su eficacia, ellos imponen su ley porque están en nuestras mentes. Son como toros muy bravos que te animan a salir a torearlos, a añadir o a quitar letras y a separar sus sonidos para variar su sentido. Son como primos o tíos, gente de confianza, nuestra lengua familiar, la verdad de nuestra herencia.
En tercer lugar, quisiera hablarte de mi trabajo. Mis redichos padecen del humor e insensatez de mi yo más habitual o de la seriedad transcendente que exhibo en mis días malos. A veces soy sólo un yo, triste o alegre, cuerdo o enloquecido, convencido o asombrado, y a veces intento ser tú, una máscara cualquiera o cualquier cosa ocurrente. Quiero decir con esto, que intento contar, nada más. Escribo por necesidad, para decir que aquí estoy, que por mi respira la historia y el saber común del tiempo. Por eso rebusco en mi mente, en el polvo o la basura restos de cualquier sucedido e intento narrar lo que siento. A las palabras las trato como si fueran personas. Las presento o las enfrento e imagino sus tratos y sus juegos o el disfraz con que se visten ante el espejo de los palíndromos o ante la magia del calambur. Después viene el filtro del sentido, pues no olvido esa absurda aspiración de lo real de emerger tras lo que cuento, de modo que minimizo las sinestesias y la irracionalidad surreal, uso imágenes y tropos para presentar el ser al mito y trato de dar trascendencia a lo que es simple, natural, desorganizado o trivial. Intento ser franco, sencillo y directo, pero, además, muchas veces, exprimo a las palabras para reforzar su carácter o añadir ambigüedad a la expresión. Luego apunto, sintetizo, clasifico, perfilo, combino, corrijo y, al final, selecciono, mientras evito, si puedo, las digresiones ociosas. Me ocupo también del brillo y la limpieza, añadiendo ritmo y rima o poniendo de mi lado a la ironía y al ingenio sin marcar el territorio con oscuros lenguajes gremiales y sin abusar de la queja o de la trascendencia insufrible del sabiondo. Para acabar, finalmente, yo diría que, además, intento buscar tu sonrisa. Por lo tanto, te lo ruego, entiende lo que te digo y valora el humor, por favor. Prefiero una parida fácil a las poéticas frases cuyos verbos y adjetivos concuerdan con el sustantivo sin conocerse siquiera.
Si alguien quiere ojearlo, sostenerlo, adquirirlo, e incluso apropiarse de él igual que en la tradición oral de los refranes y dichos, podrá encontrarlo en las librerías Gil de Santander o Delibros de Torrelavega, y también solicitarlo, después de especificar el título: "Todo nada", el autor: "Carlos Rodríguez Mayo", la editorial: "Libros del Aire" y el ISBN: 978-84-12624S-4-0. Nada más. Recuerda que, en esta rayuela, no hay orden preestablecido. Consulta el índice antes, empieza por donde quieras y salta sobre el raso suelo con la mayor libertad. Un saludo. Espero que lo disfrutes y que nunca te tropieces.

Semáforo

Sucedió un Viernes Santo, en Granada, a principios del siglo XXI. En la Plaza Nueva la densidad de procesiones es tan alta que la decisión de cortar el tráfico se repite año tras año. Por razones que desconozco, aquella Semana Santa los semáforos no habían sido desconectados y alternaban sus luminosos signos con el mismo ritmo con el que se sucedían normalmente. Los granadinos y los turistas hispanos hacíamos caso omiso de la fuerza coactiva de sus verdes y sus rojos y cruzabamos por los pasos sin el menor temor, pues resultaba meridianamente claro que la circulación de automóviles estaba cortada antes. Para un grupo de jóvenes turistas alemanes que acababa de entrar en la plaza, sin embargo, este asunto no debía resultar tan evidente. En efecto, la primera de entre ellos, que era una rubia preciosa y sonriente, se detuvo en el límite de la acera. Me llamó la atención su gesto de contención, justo enfrente del lugar por donde yo cruzaba con el semáforo en rojo. Detras llegaron diez, veinte o treinta alemanes que cubrieron toda la línea fronteriza un segundo después de que yo pasase a su lado. Me detuve para ver en qué acababa todo aquello. Los alemanes se miraban y comentaban, mientras los granadinos seguían cruzando y sonreían con aire de superioridad. La situación se prolongó casi medio minuto, un tiempo suficiente como para llegar a pensar que la prohibición estaba fija. Impertérrito, el destacamento germano aguantó en el frente de la acera hasta que la autoridad automática permitió cruzar al otro lado. La rubia y sus dos amigas salieron ahora las últimas y miraron hacia atrás, conscientes de que un poco más allá yo las estaba mirando. Cada vez que las recuerdo, pienso en que a los españoles no nos vendría mal ser un poco alemanes y a los alemanes, también, acercarse a comprender el pícaro aprendizaje del español de la calle, pero luego siempre acabo por mirar alrededor y suspirar.

La fábula contemporánea de los tres cerditos y los coronalobos

Había una vez tres cerditos que vivían en España, Italia y Grecia y que se encontraron un día con la infausta y triste noticia de que, en China, una nueva raza de lobos, la raza de los coronas, hacía carnicerías tan graves y tan extensas en una región oscura de la cuenca del río Amarillo que resultó necesario decretar confinamiento y mantenerlo. Lo leyeron en los periódicos y lo vieron en las televisiones, antes de ser elegidos delegados en sus respectivos países en asuntos de lobos ajenos. A pesar de lo terrible de aquellas informaciones, ninguno de los tres cerditos atendió a las múltiples recomendaciones de los órganos internacionales. 
A la conferencia sanitaria, celebrada a finales del mes de Enero, para atender a la amenaza que los lobos crona suponían, asistieron los tres cerditos, junto a otros animales afectados de la extensa y vieja Europa. Allí nuestros protagonistas consiguieron imponer la idea de que la amenaza no era muy preocupante pues, según informaciones de medios mal informados, los carnívoros lobos no eran más que perritos pekineses. Además se rebatía a los típicos disconformes que veían el horror del ataque de estos seres sanguinarios, argumentando con fe que no existían razones suficientes para pensar que unos lobos nacidos en extremo oriente quisieran pasar por aquí, de modo que el riesgo era bajo. Después del acuerdo zafio que en Bruselas daba pista a todos los lobos corona, los tres cerditos del cuento volvieron a sus países y siguieron cada uno por su lado su programa peculiar de fiestas y de manifestaciones, pues eran cerditos pigs y hacían lo que les apetecía. Mientras tanto, miles de lobos hambrientos comenzaron en febrero su expansión acelerada, enviando a algunos miembros de su comunidad sanguinaria a los tres grandes países, pensando en los pigs sabrosos. Los lobos sabían bastante de las dehesas de encinas y alcornoques y del sabor especial  de los cerdos de estas tierras, de modo que aterrizaron en Italia, visitaron los museos y las ruinas y atacaron sin piedad a los cerditos del Calccio que llenaban los domingos los grandes estadios de fútbol. Más tarde llegaron a España donde siguieron igual, devorando a los cerditos que salían a su paso en manifestaciones masivas. En Grecia, por excepción, en donde vivía el tercero de los cerditos del cuento, los menos concurridos aeropuertos y algunas medidas sencillas de control en las entradas evitaron las terribles matanzas que en Italia y en España sucedían.
Después del confinamiento de los meses de abril y mayo, que se impuso en la vieja Europa para evitar el asedio de los sangrientos lobos corona, llegó la etapa de las mascarillas, en los meses de Junio y Julio. Esta etapa pretendía despistar al enemigo, impedir al animal depredador conocer a ciencia cierta si el cerdito al fin lo era o si sólo lo parecía, y así, las probables víctimas tenían un tiempo precioso para buscar un refugio y escapar. En esta fase se hablaba de sesudas conclusiones que afirmaban sin temor que a estos salvajes cánidos les gustaba mucho más la carne de los ancianos que la tierna de los cerditos, de modo que los tres amigos de los países del cuento decidieron no ponerse mascarilla con el enojo evidente de sus progenitores mayores. Pasó también que en España siguieron sin controlar la entrada en los aeropuertos y que pronto la llegada de nuevos corona lobos reanimó la carnicería.
El pequeño cerdo hispano no prestó gran atención al incipiente peligro, se marchó de vacaciones y llamó a los otros dos para promocionar un viaje y reunirse con ellos en las islas Baleares, aprovechando los precios. El acuerdo fue sencillo. Alquilaron en Agosto y en Alcudia unos apartamentos y empezaron su siniestro veraneo. Allí sufrieron los tres el ataque espeluznante que habría de poner fin a su vida insustancial. En la enorme playa del oriente, rodeados por una manada y enfrentados con el mar, comprendieron que su fin estaba próximo. Contemplaron a sus enemigos que atacaban con el ojo enrojecido y con la boca entreabierta, como un prólogo terrible de la pasión asesina que después sufrieron todos. No resistieron mucho. Descansen en paz los tres cerdos.

yO

Muchas veces me pregunto por qué escribo. Qué es lo que lleva a mi yo a perder su tiempo aquí, secretando estas palabras y contando a mis lectores, que son además tres o cuatro, qué es lo que pienso ahora. Nunca he llegado a intentarlo, pues mi intuición me aconseja ser prudente, si mi yo se encuentra en juego. Sin embargo, hoy lo he pensado distinto, porque hoy me encuentro con fuerzas y deseo enfrentarme de una vez con esta extraña pregunta que siempre está dando vueltas en esta cabeza mía que está demasiado libre y que suele carecer de disciplina por falta de curiosidad o por pura comodidad. Un poco de orden mental seguro que me irá bien, de modo que empiezo ahora y tiro del hilo del yo, para buscar la respuesta:
El yo es el centro de uno, aquello que suma o resta, lo que se alegra o entristece cuando las cosas van cambiando o se mantienen. El yo está dentro, muy dentro. Se parece demasiado al joven tierno que fuimos y apenas se reconoce en el viejo cascarrabias en que nos hemos convertido. Es este yo identitario que tanto nos hace sufrir y que a veces crece y crece y otras decrece de golpe, cuando se pincha de pronto y deja escapar su aire para dejar de ser "O" y empezar a ser un "o", o incluso minimizarse en simple punto y seguido. Es este yo tan cambiante, el que avanza en nuestra vida hacia la muerte, el que se arrepiente, el que pide y el que quiere, el que ama, odia o le da igual lo que pasa ante sus ojos, el que recibe desplantes o muestras de cariño, el que peca y el que obra por acción o por omisión. Pues bien, es un yo como éste el que aquí escribe, un yo que se mira en el espejo de las letras, como un Narciso de libro, para verse diferente. Muchas veces he pensado que las letras para mi son un espejo especial que intenta disimular mis defectos y magnifica el perfil que más me gusta, pero también he pensado lo contrario, porque también Mister Hyde brota siempre de una forma natural y las letras nunca dicen otra cosa diferente que aquello que dejamos escrito. El escrito es mucho más que nuestro espejo, en él se juega la vida. El escrito es un producto transcendente, una especial religión que te obliga a no mentir y que modela a ese yo que teje la red de palabras destinadas a encantarte con su ritmo y contenido. Sea como sea, en todo caso, lo que sí que queda claro es que hoy mi yo está algo abultado. Los artistas somos siempre un poco autistas y le damos mucho a esa bomba, que viene en nosotros de fábrica, y que hincha nuestro ego como un globo relleno de gas que nos permite flotar y elevarnos por el aire para mirar el paisaje desde arriba. Yo sé que eso no es bueno porque entiendo que avanzar de esta manera no concede más verdad a lo que escribo, que sucede más bien al contrario, porque uno empieza alejarse y no siente lo que siente el personal, la gente común que trabaja, la gente que lee los periódicos y escucha el telediario. Sin embargo, yo no puedo dejar de ser quien soy, atrapado en este yO que vota y bota. Así que sigo ascendiendo y me mantengo en mi ser y sigo en mi afán de escribir este mundo de ficción desde la óptica del águila. Luego pienso que bajar es una necesidad para explicar lo que pasa. Que para hacerme entender necesito la razón, la historia y la misma lengua y dar transcendencia a las cosas. Y sé que no puedo engañar, que el plumero se me ve y que he de decir la verdad para que el voto que pongo en la urna transparente parezca más relevante y se entienda su sentido. Y entonces yo pincho el yO para que quede una huella que explique cuál es mi ser y cómo entiendo a los entes que están a mi alrededor y qué símbolos lo explican. Y entonces me acerco a tí y pinto cómo es mi mundo, te cuento lo que he aprendido en un pasado aburrido y saco de mi lo que pienso que puede servirte a ti porque, a veces sin querer y otras queriéndolo mucho, yo te estoy representando en el presente lo mismo que lo hace el político en una democracia. Lo mismo que cuando votas o te manifiestas o haces huelga por una común idea, y te fundes con la masa, al leerme tú te metes en mi piel y yo me disfrazo de tí. Tú me buscas para ver, para entender tu papel y qué es lo que significas, y escarbas en esta tierra de símbolos y significados en donde nos cruzamos tú y yo en un impreciso tiempo. La realidad es presente y la literatura lo pone en conserva. Por esta razón tan sencilla, en lo que escribo hay futuro. Escucha pues mis palabras, que yo quiero para mí la parte completa de ti que deja su vida al leerme.

Los indeseable colores del ayer

Superado en su mayor parte el estado de alarma rojo, el coronavirus impondrá el luto. Después vendrán los hombres de negro y así, como sin querer, pero dejando que campen a sus anchas los extremos, las antiguas banderas de la C.N.T. y de la Falange volverán de rojo y negro. Unos acusarán a los otros de ricos, fachas, aristócratas reaccionarios o golpistas, y los otros a los unos de revolucionarios, comunistas, anarquistas o terroristas, y así seguiremos instalados en el odio en vez de salir de las trincheras, en vez de romper con el marco de la imposición de las muy escasas mayorías sobre esas minorías que pesan casi lo mismo y se cambian con el tiempo, en vez de llegar, por fin, a un pacto nacional, a una verdadera y duradera reconciliación en torno a una ley suprema con su bandera y su himno, y en torno a un gobierno posible que por un tiempo nos ponga de acuerdo, un gobierno en el que todos demos muestras de tolerancia y respeto por el orden democrático y aceptemos que es posible dialogar y acordar con el contrario para así poder salir del hoyo.
La gente civilizada de la culta y vieja Europa y la de los democráticos países anglosajones contempla sorprendida lo que está pasando aquí en este sur violento, capaz de seguir manchándose con la sangre del hermano o del vecino. Seguimos siendo el lugar que tanto dolía a Unamuno en donde no hay fuerza capaz de juntar a esos dos polos. Las izquierdas y derechas, que se enfrentaron en la guerra civil, siguen repeliéndose. En este país se ha sembrado el odio hasta tal punto que no se puede hablar de política con la familia ni con los amigos que piensan distinto. Hoy en día a cada cual se le pone una etiqueta ideológica que lo marca más allá de su verdadero pensamiento. Los partidos políticos pretenden uniformarnos. Al contrario se le acusa de dar forma real a una caricatura maniquea. No queremos aceptar la razón y la verdad del adversario. Esto es tan sólo una farsa. Superamos el franquismo sin el trauma de un cursillo necesario para ver a que te obliga la deseada libertad. Con demasiada frecuencia olvidamos que la soberanía es la base del sistema, y eso implica que el acuerdo original de la Constitución debe de renovarse para abordar con el respaldo mayor posible la política común de cada día. Alguien debería decir que siempre es mejor la ley que vota el ochenta por ciento que la que vota el cincuenta, que las leyes duraderas nos sirven mejor a todos que las que cambian cada cuatro años. La unidad que se desprende del "todos" de la soberanía no debe de confundirse con la unanimidad totalitaria de los fascistas y de los comunistas. La unidad permite la discrepancia pero fomenta el diálogo, la colaboración y el aprecio por los otros. Tachemos el excluyente "no" de nuestras papeletas de votación. Trabajemos en común. Ya es hora de pactar o, al menos, de intentarlo. En vez de explorar los caminos de la intolerancia, remarquemos las cosas que nos unen. Hablemos de lo que es España, excitemos el orgullo de ser españoles, expliquemos nuestra historia en las escuelas y ataquemos la desfiguración interesada de los nacionalistas excluyentes y de los marxistas doctrinarios. El juego de los extremismos lleva siempre a lo peor. 

Miedo

En el tiempo en que duró la horrible epidemia, el rey entregó todo el poder al Miedo. El Miedo era intrigante, pero también frío y calculador. Su política era inmoral porque mentía cada vez que le cuadraba, aunque estaba sometido a las encuestas y a la rígida opinión de los expertos. El Miedo despreciaba a la Libertad porque no soportaba los riesgos innecesarios y porque su figura grácil, que exhibía con orgullo el pecho descubierto y el rostro sereno e idealizado, le desagradaban íntimamente. Por eso, y porque sufría de íntima soledad, buscó el apoyo del Hambre, un muchacho desgarbado y muy delgado, un joven desempleado que intentaba prolongar su vida de vago público, seguir viviendo del aire, sin darle un mal palo al agua. El Miedo delegó en el Hambre las leyes y la justicia, llenando de subvenciones su mundo de privaciones, mientras la Libertad buscaba el apoyo de la Valentía, una mujer recta y noble, de verbo seguro y firme, que se puso a rastrear el descontento en el país y el apoyo que banderas y cacerolas le podrían ofrecer en una eventual algarada.
El equilibrio aparente del sistema establecido se rompió cuando una niña, la Inconsciencia, creció lo suficiente como para llegar a la edad de merecer y creyó que su príncipe azul era el Miedo. "A nadie le amarga un dulce", pensó el poderoso intrigante, a quien nunca su carácter fue capaz de aconsejarle en las cuestiones de amor con éxito. El medroso y retraído personaje, que odiaba a la Libertad, aceptó encantado el corazón anhelante que la joven le ofrecía y se enamoró de ella como un tonto. Su historia, sin embargo, fue muy corta porque ella no era más que una inquieta mariposa que salía de su interna ofuscación y al poco tiempo buscó otro novio más abierto y más amante, y se marchó como vino, a la busca de otra flor. Para él, sin embargo, el romance fue un episodio doloroso, un incidente trágico que lo encerraría aún más, si cabe, en su talante. El Hambre, entre tanto, sintió una pasajera envidia e intentó aprovechar la coyuntura, echándole los tejos a una señora de buen ver que se llamaba Prudencia. Ésta aceptó el envite y los tristes sonetos de amor que el  muchacho le escribía y acabó por ayudarle en sus funciones de gobierno, corrigiendo a las doce de la noche las leyes que le enviaba con faltas de ortografía para salir en el B.O.E., o criticando sin ambages el vicio que había adquirido su pareja de insultar a los jueces y de entrometerse en la administración de la justicia. 
La historia que estamos contando parece que continúa. Dicen que la Inconsciencia ha frecuentado últimamente el círculo de la Libertad y que habla por las noches con ella y con la Valentía en tugurios de mala muerte en donde discuten y beben. Sin embargo, no me consta que los hechos se produzcan en el sentido cerrado que me cuentan los rumores. Tampoco sé si el gran Miedo ha pasado del temor y ha llegado ya al terror, como algunos vaticinaron. Tal vez surjan, además, otros nuevos personajes. Tiempo futuro vendrá que hará del vital presente tan sólo un vago recuerdo. Por eso yo digo ahora que el cuento está vivo aún y que nadie sabe hoy su desenlace. Habrá que esperar un tiempo. Seguiremos en la vida, periódicos y telediarios las huellas de sus actores. Dejad que sigan saliendo a las calles frecuentadas los hombres y las mujeres. Ellos nos informarán del Miedo y de la Libertad. Que sea lo que Dios quiera.

La empresa de Sánchez e Iglesias

En la época de los Reyes Católicos, las empresas las hacían personajes como Colón, que buscaban el apoyo de la Reina y se iban, persiguiendo el sueño de los marinos portugueses a los que los alisios les llevaban hacia el Oeste, y descubrían América.
En nuestro "Siglo de Oro", las empresas se ganaban en la guerra, a donde acuden Garcilaso de la Vega y Cervantes, o en los círculos sociales palaciegos, en donde Quevedo y Góngora se enfrentan. Son ahora gente culta, que ha cursado en Salamanca, en Alcalá o en Valladolid, que manejan con habilidad la espada y el castellano y que saben usar los latines como apoyo.
Con Velázquez y con Goya, las empresas son pictóricas y mantienen ya un contacto directo con el rey, que es la fuente del poder y que es ahora una persona, un señor, sometido a intrigas palaciegas, un personaje que se mueve en el mar de una corte que distribuye las cuantiosas rentas que pagan las alcabalas y el oro de las Indias.
En el siglo XIX, las empresas las construyen liberales, unos tímidos burgueses que creen en la libertad y en la soberanía nacional y malviven en ciudades muy pequeñas de las rentas de unas tierras, que trabajan campesinos, mientras ellos hacen política en las logias masónicas progresistas o en las sacristías conservadoras.
A finales del XIX, el asunto se complica porque, una vez construido el mercado nacional por el ferrocarril, surgen empresarios capitalistas textiles en Cataluña, siderometalúrgicos en el País Vasco y financieros en Madrid, que solicitan y consiguen aranceles para explotar al país en su beneficio, mientras surge un movimiento social, preferentemente anarquista en el Sur y en Cataluña y con predominio marxista en Madrid y el País Vasco.
Luego, en el siglo XX, la ceguera revolucionaria radicalizará a la 2ª República, que fue una experiencia democrática fallida, y tras la horrible Guerra Civil, llegará una dictadura militar, marcada por el fascismo del partido único: El Movimiento.
Parecía reverdecer el sueño del liberalismo democrático, tras la Constitución del 78, que culmina la Transición, cuando se alternaron en el poder el P.S.O.E. socialdemócrata de Felipe y el P.P. de Fraga y Aznar, al ritmo de un crecimiento continuo del nivel de vida y de la clase media urbana. La democracia triunfaba a medida que crecía el estado del bienestar, apoyado por Europa y por la OTAN. Mientras tanto la corrupción se instalaba en el poder como medio de financiación irregular de los partidos.
Sin embargo, en el siglo XXI, tras la matanza de Atocha, un atentado terrorista que parece pergeñado para influir en las elecciones, y tras una batalla campal en los medios de comunicación que la izquierda dominaba, llega al poder Zapatero. El político sonriente cavó profundas trincheras mediáticas, introdujo en la Moncloa a una generación de mediocres, criados en el partido, y metió al país en el hoyo con sus políticas de gasto alocado, que aumentaron el déficit público hasta extremos muy peligrosos, y que llevaron al final a Rajoy, su sucesor, a la necesidad de los recortes.
A Rajoy lo desbanca Sánchez, con una moción de censura pactada con los independentistas, siguiendo con radicalidad las líneas del izquierdismo de Zapatero. Aprovecha el nuevo lider del PSOE la corrupción del Partido Popular para negar el pan y la sal a la mitad del país y se alía con un joven Pablo Iglesias, que ha nacido sobre las ruinas del P.C. Ambos, Sánchez e Iglesias, emprenden un viaje muy peligroso. En efecto, montados sobre el tren de nuestro endeudado estado, indiferentes a la ruina que el sistema productivo padece como consecuencia de la paralización de la producción por el coronavirus y dispuestos a gastar lo que haga falta para apoyar a una población subsidiada, pretenden seguir viviendo del crédito del país. Para ello haría falta que Europa se hiciera cargo de nuestra reconstrucción, permitiendo el aumento sensible de nuestro nivel de endeudamiento. Sin embargo, Europa, como ya hizo con Grecia, no caerá en esa trampa y le cerrará la puerta a Sánchez. En ese caso, si pretende seguir aferrándose al poder, su única salida será la de ofrecer a las derechas un pacto con garantías. Tendría que romper con Iglesias y con los independentistas y proteger de verdad a las empresas. Si lo hiciera podría aguantar un tiempo y permitir al PSOE su supervivencia. Si no, porque no puede convencer a los que ha ninguneado y despreciado durante años o porque ya es demasiado tarde, el país se enfrentará a una crisis económica y social muy grave, mientras crece la ultraderecha.

Pandémica escritura

Estoy mortalmente aburrido. Por esta maldita peste, me levanto cada día y repito mi rutina. Sigo un camino trillado, relleno de acciones útiles para aguantar la cuarentena. Es así. Como, duermo, recorro el pasillo cien veces, hablo por el teléfono, atiendo mensajes del móvil y veo la televisión. Además, suelo leer alguna cosa, por las tardes, y al anochecer escribo en mi diario. En él pongo mis recuerdos, el cabreo o el placer que sentí en algún momento, las reflexiones vulgares de un hombre vulgar como yo. Nada importante, lo sé. El mañana y el ayer se parecen tanto al hoy que es difícil aportar nada importante, pero no se trata de eso. Se trata de publicar la herencia que recibí y de editar los conjuros que usaba en mi juventud. Se trata de volver a contar, de remover la mochila y de ver por dónde salgo. Por eso me embarco en esto y brotan en mí las palabras. Se diría que de pronto me ha hecho efecto un elixir que tomé hace muchos años. Necesito contar algo, cuando la pluma se mueve y empieza a manchar el papel.

¿Qué fue de los revolucionarios?

Hubo un tiempo en el que creí en la fuerza de la revolución. Me habían contado que las fuerzas del progreso, el impulso de la juventud, las ansias de justicia social y los viejos ideales de libertad estaban del mismo lado. Del otro no había más que fuerzas reaccionarias. Fue muy fácil creer en ello en la época de Franco. Sin embargo con el tiempo, después de darle cien mil vueltas, surgieron grietas en mi pensamiento y descubrí que no era cierto todo lo que me decían. En efecto, con el tiempo descubrí que frente a la revolución social estaba la revolución burguesa y su gran conquista, la democracia, y que ésta merecía más nuestro apoyo porque respondía mejor a nuestras necesidades y a nuestros ideales, y también descubrí que aquellos que vendían la revolución social se olvidaban de la libertad cuando llegaban al poder, rechazaban la idea de que el capital fuera la causa de que el mundo diera de comer a diez veces más humanos que hace doscientos años y no querían darse cuenta de que los obreros no llegarían nunca a ser la fuerza de trabajo dominante.
Poco a poco, los revolucionarios de entonces abandonamos nuestras posiciones. La razón y la historia nos fueron convenciendo. Así llegamos a un tiempo en el que nadie en su sano juicio (salvo Mao, Paul Pot, Sendero Luminoso y muchos ecologistas demagogos) planteaba la vuelta a una economía feudal o a otra aún más primitiva, porque eso habría supuesto la muerte por inanición de la mayor de la población del planeta. Hoy en día son muy pocos los que siguen defendiendo a los regímenes totalitarios comunistas que siguen gobernando tras la desaparición de la U.R.S.S., como es el caso de China, Korea del Norte o Cuba. Por eso lo único que tiene algún sentido para los antiguos "progres" en los países desarrollados de las clases medias es alcanzar el poder en unas elecciones libres, es decir, la socialdemocracia. El problema aquí es que detrás de ese título se esconde un gran amasijo de antiguos totalitarios que aún no han terminado sus deberes de aggiornamento y que suelen acabar en demócratas autoritarios, semejantes a los chavistas o a los peronistas, que entienden que sólo hay auténtica democracia cuando ellos llegan al poder. Y es que para ser un auténtico socialdemócrata es necesario entender la segunda parte de su nombre compuesto, pensar más en el origen del poder y en la función de la soberanía y actuar en política sin odio, lejos del revanchismo dualista de pobres y ricos (o de hombres y mujeres) y cerca del pacto con los otros partidos para establecer mayorías amplias y centradas que eviten los radicalismos extremistas y la inestabilidad de los gobiernos en minoría. Llegar a ser un verdadero socialdemócrata es entrar en la autocrítica, para entender que todos los regímenes totalitarios, tanto los de izquierdas como los de derechas, han sido auténticos nidos de corrupción, y que el conchabeo con los sindicalistas y amiguetes es una forma de lo mismo tan odiosa para la gente común como la que se adjudica a sus contrarios. Llegar a ser socialdemócrata es dejar de votar a los corruptos e impedir la colonización del poder judicial por el ejecutivo, y entender que el poder es de todos, de los que te votan y de los que no te votan, y defender el acuerdo para que las leyes recojan el sentir general, y se apliquen sin distinción, incluso en el caso de que el partido no las votara en su momento. Ser socialdemócrata, por último, no sólo debería de suponer que paguen más impuestos los que tenga más renta y patrimonio y desarrollar el estado del bienestar, sino que también debería incluir la defensa del himno, del rey y de la bandera, como símbolos de la constitución que dicen respaldar.
Miro a mi alrededor y veo muy pocos socialdemócratas. De su escasez da muestras el izquierdismo de la política del PSOE en el poder en siglo XXI, desde la irrupción de Rodríguez Zapatero, con el pacto del Tinell, hasta el gobierno que hoy preside Sánchez. Ambos han preferido los pactos con revolucionarios sindicalistas, comunistas o nacionalistas periféricos a los acuerdos con lo que con cierto desprecio y desdén llaman la derecha o las derechas. Esta situación y el uso de la corrupción para marginar del poder a la mitad del país que representan sus contrarios, ha conducido a que se rompieran los acuerdos básicos de política exterior e interior y a que nuestros medios de comunicación estén tan atrincherados que la realidad se oculta o se desfigura de forma torticera cada vez más.
Vivimos en una España especialmente maniquea. Son demasiados años de enfrentamiento civil. Televisiones y radios presentan el debate descontrolado entre periodistas de uno u otro signo como el típico espectáculo al que se acude los fines de semana para tranquilizar las conciencias izquierdistas y renovar los argumentos. A pesar de todo esto, sin embargo, no desfallezco. Voto porque en el futuro la lógica de la razón democrática se imponga. Espero que en algún momento llegue la prueba del nueve de la normalización democrática que es la de un gobierno de coalición entre los dos partidos mayoritarios en el más alto nivel de la Moncloa. Para ello, habrá que combatir a los sectarios que se creen que se puede ser más solidario, libre y justo que los otros y que no admiten otra verdad más allá de la suya, a pesar de contemplar que los de enfrente no están de acuerdo. A estos les digo, sed demócratas, nadie os pide que cambiéis de opinión, solo se os dice que miréis y escuchéis al otro lado y que entréis en negociación con ellos. En eso, y no en llegar al poder y mantenerse en la poltrona, consiste la verdadera democracia.

La fuerza de la naturaleza

Sucedió que, cuando iban a sacarlo del lugar en el que estaba enterrado, se levantó el Francolí.

La metamorfósis del P.S.O.E.

El hecho incontrovertible de que en las tres últimas direcciones del partido no hubiera ningún obrero en su ejecutiva les condujo a la idea de que sería bueno prescindir de la O de sus siglas. Finalmente se aprobó por mayoría. 
Más tarde, la relación especial de alianza con los nacionalistas catalanes y vascos y el apoyo circunstancial a puntos de su estrategia independentista llevó a plantear que sería interesante prescindir de la E de España. No fue fácil, pero al final, también se aprobó.
Llegó un tiempo en el que la crisis de la socialdemocracia planteó que, tal vez, denominarse socialista quitaba votos. Socialista era un sustantivo muy duro y podría resultar interesante su posible sustitución por un término más ancho e inclusivo como era el de demócrata o el de progresista. Esos fueron los dos términos alternativos que se ofrecieron a la discusión de los militantes. Primero se aprobó por mayoría la eliminación de la S. Tras un corto debate en el que se expresaron los líderes, se llegó a la votación: La D salió derrotada y la P salió triunfante. "Demócratas", decían, "son los conservadores y los moderados de derecha. Gente de mal vivir como Reagan o la Tatcher son indiscutiblemente demócratas. En cambio los progresistas están del lado correcto. Son todos los que nos apoyan para llegar al poder. Con la P de progresista se puede ligar con Podemos, con Esquerrra y hasta con Bildu..." Desde entonces el partido de Largo Caballero, de Besteiro, de Iglesias y de Felipe pasó a denominarse P.P., Partido Progresista. 

Del P.E.N. independiente

Del P.E.N. "in" dependí. Di pendientes. Pendiente de los pendientes, pendiente de la pendiente de los dependientes, diente a diente, te di un ente independiente.

Cernícalo

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 Mi vecino más querido es un cernícalo pardo. Él cazaba a los topillos 
 del prado de enfrente de casa, cerniéndose sobre ellos, para dar carne a sus crías. 
 Su nido estaba en la esquina del tejado colorado del edificio más bajo que está justo al lado del mío. 
 Ahora gaviotas blancas, intentan echarles de aquí. Son bandas organizadas, atentas a la basura, 
 mafiosas y muy ruidosas, crueles y peligrosas. 
 "¿No eres un ave rapaz? 
Pues lucha 
por tu 
 libertad" 
 . . 
.

El sexo de patria

En un mundo organizado en estados nacionales, el concepto de "patria", que alude al país en donde se ha nacido y que representa la parte más sentimental de la razón de ser de las naciones, plantea una profunda contradicción con la semántica igualitaria del feminismo. 
Así es, en efecto. A pesar de su género femenino, la palabra es sólidamente masculina, porque proviene de padre y porque responde a una tradición en la que el territorio es esencialmente patrimonio. Intentando hacer a su esencia más fecunda y en la búsqueda de un cierto equilibrio entre los sexos, en la España del siglo XX se sumó a patria la fuerza creadora de "la madre". Surgió entonces "la madre patria", ese concepto tan manoseado por los franquistas que los colectivos feministas nunca llegaron a aprovechar su sentido igualitario, de manera que hoy en día, a pesar de que las mujeres reinan en la calle, la palabra "patria" sigue sola, sin ningún contrapeso femenino. 
La discriminación se agrava cuando se valora la práctica habitual para su adquisición legal. Como sabemos dos son los caminos posibles para ser declarado español: el primero es el nacimiento, que es el único aspecto en el que la mujer, como madre, tiene un mayor protagonismo, aunque siempre es obra común de los dos sexos. El segundo camino es el proceso de nacionalización para los no nacidos, para los inmigrantes. Sus trámites son en general muy masculinos. En España, el proceso comienza con el registro en el "padrón", sigue con el programa PADRE, con el que todos acabamos retratándonos ante Hacienda, y utiliza con frecuencia un servicio militar, cuyo sexo, aunque ya no es exclusivo, sigue siendo en muy alto grado masculino.
Frente a patria, se me ocurre proponer a feministas, nacionalistas, sindicalistas e izquierdistas que hoy emplean el llamado lenguaje igualitario e inclusivo, el uso de un nuevo término, un sustantivo brillante que aluda más bien a las féminas y hable de nuestro origen. Propongo en este sentido, usar la palabra: útero, para sustituir por sistema al viejo y machista término, y reivindico, además, el uso de su derivado, el histerismo, como instrumento conceptual que equivaldría al de ese patriotismo cargado de hormonas que tan abundantes ejemplos tiene.

Demócratas de andar por casa

Mi amigo escribe un wathsapp en donde se queja del comportamiento insultante de los que lo llaman fascista cada vez que su opinión se enfrenta con la de ellos. Yo le digo que es verdad que eso sucede, pero que tiene que entender que los contrarios se confundan porque saben que entre los que opinan esas cosas existen muchos fachas, muchos estómagos agradecidos del franquismo, muchos mafiosos meapilas del Opus Dei o muchísimos clasistas despreciativos y despreciables. Lo mismo nos pasa a nosotros (me pongo en su mismo lado), cuando les acusamos de utilizar en exclusiva ese esquema dual del mundo que lo divide en ricos y pobres, como si eso fuera lo único que se puede ser sobre la tierra, o cuando les reprochamos que intenten imponer en la calle una fuerza que las urnas no les dan o cuando decimos de ellos que son comunistas extremistas o bien marxistas que aún no entienden que luchar por la dictadura del proletariado, cuando el mundo es de las clases medias y no de los obreros, es una barbaridad tanto en lo democrático como en lo sociológico.
Mi amigo se queda perplejo y piensa que le estoy traicionando:
-Vaya con Pablo Iglesias- me dice.
Y yo le digo que no, que entienda que democracia es pacto, no imposición, porque no hay democracia sin izquierda y sin derecha, y que sin respeto no hay pacto, y él me responde al instante:
-Demócrata de pacotilla.

Un mayo de carne y hueso

Hoy me he visto en el espejo al levantarme y he pensado que, en pijama, soy la viva imagen de mi abuelo. Contemplo su foto en el álbum y me vuelvo a sorprender. Qué mirada tan intensa. Esa brillante calva, esos ojos enterrados en las carnosas arrugas, las largas mejillas colgantes de sabueso y la voluminosa papada que se abomba y se repliega para insertarse en el cuello... Él fue un hombre de carácter, un antiguo concejal de Izquierda Republicana que sufrió atentados falangistas en el año treinta y seis, la cárcel durante la guerra y los campos de concentración del sur de Francia, antes de volver a casa, en el cuarenta, arruinado por el régimen de Franco. Sin embargo fue capaz de levantarse y de sacar adelante a su familia a pesar de seguir siendo un apestado, el único superviviente en treinta años de la antigua democracia en su ciudad. Además, le dio tiempo a contemplar en la tele en blanco y negro la muerte infame del dictador, a conocer en persona al joven Felipe González en un mitin del P.S.O.E. y a votar en las primeras elecciones generales. Murió el día en que se votaba en las municipales y en familia lamentamos que el proyecto imaginado de visitar el ayuntamiento y entregar al alcalde democrático de la naciente monarquía su digna y cansada carga de legitimidad republicana nunca pudo hacerse efectivo.
Recuerdo que, en los años sesenta, en la época en que yo le visitaba con mis padres los domingos, tuvo un problema médico extraño y de mucho interés, al menos para el que suscribe. Fue una especie de colmillo que brotó como un volcán en el centro de su viejo paladar. El dolor que padeció fue tan intenso que pensó que aquello era el principio del fin, pero él no era un hombre sin recursos. Buscó ayuda, recorrió la consulta de cien médicos y acabó por extirpárselo y un día nos lo enseñó:
-¿Lo veis? Creía que era un demonio, pero al parecer era tan sólo una herencia algo tardía.
Yo le pregunté por si lo iba a guardar bajo la almohada para ver qué le traía el ratoncito.
-¿El ratoncito?
-Sí, el ratoncito Pérez...
Y, enseñando bajo el labio mis pequeños incisivos, separados cual menhires en el campo de mi encía, añadí:
-El diente que a ti te sobra, a mi me falta.
Le hizo gracia mi ocurrencia y me dijo que algún día aquel mal diente acabaría por ser mío, porque él lo dejaría establecido ante notario.
Ahora lo tengo aquí. El canino palatino de mi abuelo compensaba el incisivo que nunca jamás brotaría en la boca de su nieto. Por eso, ahora que estoy de nuevo ante el espejo y me miro a los ojos fijamente, le recuerdo como era: un anciano alto y derecho, un mayo de carne y hueso. Sus antiguos cromosomas descansan en paz conmigo y conducen en la nave que hoy piloto su mensaje hacia el futuro.

Política del amor

Porque el amor carnal es siempre una dictadura, porque el amor filial acepta el absolutismo de los padres y porque el amor paterno suele ser intervencionista, sin amor uno es más libre. Sin embargo, somos padres, somos hijos o buscamos sin cesar unos ojos en los que reconocernos. El amor se nos impone. Amamos porque queremos, entregamos lo mejor, disfrutamos del cariño y la ternura de los otros y aceptamos sin rechistar las placenteras cadenas.

Sin moverse

En aquellos lejanos años sesenta, las chicas se juntaban a las seis, cuando salían del colegio de las monjas, situado junto al río, y jugaban a la comba a las puertas de mi casa hasta las siete o siete y media. Venían vestidas con un uniforme de faldita príncipe de gales y jersey verde, y yo escuchaba sus canciones y el ruido que hacía la cuerda, repicando sin cesar sobre la acera, mientras intentaba a toda prisa acabar con los deberes para conseguir el visto bueno de mi madre y poder así llegar a tiempo de ver los dibujos animados. Entre ellas, casi siempre, estaba Elsa, una chica encantadora que saltaba como nadie aquí debajo. Su afición, al parecer, iba mucho más allá del propio juego, porque en muchas ocasiones aparecía con aquella cuerda corta con sus mangos de madera y empezaba aquella danza colosal sin moverse del lugar en donde estaba. Mi madre también la miraba y decía que, salvando las distancias, era como Manolete, porque su acción primorosa se clavaba en un lugar del que a pesar de los saltos apenas se movía. Yo tan sólo hablé con ella en un baile matinal de discoteca. Fue un momento deseado muchas veces, porque ambos nos hacíamos algún tilín, aunque todo pasó sin pena ni gloria. Ella, no sé por qué, me dijo entonces que su objetivo en la vida era seguir en su sitio, mantenerse imperturbable frente a todos los que intentaban manipularnos y permanecer siempre en el bien y en la defensa de lo correcto. 
Cuando tiraron las chabolas del callejón, Elsa se marchó con su familia a un piso de protección oficial de un barrio lejano y gris. Supongo que para ella aquello fue muy doloroso. Sus amigas me contaron que estudió en el I.N.E.F., que se afilió en la transición al partido socialista y que trabajó como profesora de gimnasia en un instituto de provincias. 
Anteayer me la encontré dando un paseo por la orilla del río. Fue como una aparición: Una señora jubilada, dando saltos a la comba sin moverse del lugar en donde estaba.
-¿Eres Elsa?- le dije.
Y ella me reconoció al instante y luego me sonrió. Me contó que, aunque la vida te modela de tal modo que destila tus mejores virtudes y que oculta tus mayores defectos, ella seguía siendo la misma; que los tiernos ideales que un día me confesó seguían, grabados en oro, sobre su único altar, y que por eso, precisamente por eso, ahora vivía sola y no votaba ya al partido.