Enamorado

Una flor 
en el camino
se ha vestido 
de amarillo 
y me ha mirado
una estrella                  una gota 
     desde el cielo                      de agua limpia
   me ha caído                        en mi cuerpo
   justo al lado                  se ha metido
 y ya casi no respiro
y sonrío como un loco
enamorado
.
 .
   .

Cazador

  Bajo la copa de un pino, veía revolotear las moscas a su alrededor... 
Sabía esperar el momento de lanzar su mano diestra para cazarlas al vuelo.
Las moscas no lo sabían... A pesar de que caían
presas en el movimiento
        "                                           del niño aquel                                                      
                                   cazador,                                  "
seguían girando
y girando,
bajo la copa
de un pino...

Fuegos nocturnos

A mi mujer, Laura, le encanta “Memorias de África”. Como la tenemos grabada y a mi no me desagrada, la vemos con mucha frecuencia. Lo que más le gusta, dice, es esa escena en la que el criado somalí le pregunta a la baronesa por la forma que debería tomar su relación cuando ella se marche a Dinamarca. Ella recurre a la alegoría para contestarle:
-Será como cuando vamos de excursión a la sabana y tú te adelantas al atardecer y buscas un lugar para acampar y enciendes un buen fuego.
Entonces la cámara busca el rostro hierático del criado:
-Tendrá que ser fuego grande -dice-, para que yo te vea... 
Por las noches Laura tiene pesadillas. En sus sueños hay terribles incendios que la agitan y yo, que me despierto con el vuelo de una mosca, busco el fuego solitario en la sabana y lo apago con mi mano y con mi voz.

De una súbita luz

El momento en el que Don Quijote concibió esa pregunta fue el más doloroso de toda su existencia: ¿Cómo no se le había ocurrido? Acababa de leer una extensa narración sobre sí mismo y, sin saber por qué ni cómo, entendió que aquella prosa le arrastraba. Las páginas de aquel libro encerraban todo el sentido de su ser desde el principio. Era absurdo, pero cierto. Pensó que resultaba posible que el autor de aquel engendro no estuviera contando sus hazañas y sí estuviera imaginándoselas. Le dio vueltas y más vueltas y así se convenció de que ninguno de los hechos que se contaban de él estaban documentados de forma segura, de que apenas se sabía nada de su historia que no brotase de las letras que leía. Cuanto más reflexionaba más en duda se ponía su existencia. Así que no pudo por menos que concluir que su esencia era tan sólo un pensamiento, un conjunto ordenado de palabras, el producto elaborado de un ser ajeno a quien le importaba un comino que viviera o que muriera. Estaba claro, él no era nada; tan sólo papel escrito, sonido de tambores, columna de humo en la distancia, artificio de un ingenio literario. Su destino no era morir ni seguir idolatrando a Dulcinea. Realmente, ni siquiera había llegado a conocer a Sancho, pues no era un ser de verdad, un hombre de carne y hueso. El autor inaccesible de la extensa novela nos había engañado a todos. Aquel hidalgo loco, aquel vejestorio enjuto, aquel lector incansable no era más que un personaje imaginario. Don Quijote, en realidad, nunca había existido.

Cementerio

Me estremecen las lápidas de mármol con su rosario de fechas desgastadas por el viento y me aterra la profunda oscuridad de las cavernas, penetrando en las naciones del infierno. Me da grima el gran silencio de los féretros tumbados, descansando como cajas apiladas en las tumbas y las cruces que se clavan sobre ellas como blancos puñales asesinos. No soporto el pensamiento de la lenta transición del cuerpo vivo al cadáver maloliente ni la idea de que vengan los gusanos a comernos. Me torturan las miradas penetrantes de los muertos. 
He pensado mucho en ellos y he pensado especialmente en que no vuelven, pero sé que, aunque me asusten por la noche, pero sé que, aunque no quiera, su destino será el mío y por eso me doy cuenta de que tengo que apoyarlos como pueda, de que no puedo dejar que se apague su presencia y de que tengo que enfrentarme con sus ojos y rendirles el tributo del recuerdo. 
Por lo tanto, me embadurno con los restos que ha dejado aquí el pasado: Siento la suavidad de sus manos, los efímeros roces de sus pieles, la ternura de sus voces o la luz de sus sonrisas, y algunas veces parece que los tengo junto a mí, en la misma habitación, y revivo los efectos que en mi alma provocaron sus relatos... Yo quisiera agradecerles el honor de su presencia y quisiera que supieran que conservo su legado, que lo guardo en letras góticas, que cincelo sus palabras y que bebo de su múltiple experiencia. Aunque sé que su recuerdo no es más que un eco perdido, un efímero susurro que se corrompe a medida que todo cambia a mi lado, me hago cargo del pasado y doy forma a su leyenda. Mi memoria es alto fuego. Rememoro sin descanso y sonrío ante sus hechos, aquellos que sin querer retoco con nuevas metáforas. Conservo en la estantería los papeles y las fotos que me dieron en herencia y repito con respeto sus mensajes como si aún pudiera verlos, como si aún pudiera escucharlos. Revivo lo que pasó, actualizo sus hallazgos y torpezas y cultivo la semilla que dejaron al desgaire en nuestras mentes. Sin embargo, ya lo sé, en su negra oscuridad, los muertos se siguen muriendo. Ellos ya nos dejaron, ellos al fin se han ido. Sus cenizas no contemplan estas flores ni sus huesos compadecen mi dolor. Se fueron irremediablemente. Se fueron sin ser consultados y sin condiciones. Se llevaron sus más íntimos secretos y nos esperan inmóviles en sus cajas de madera. No reposan en sus tumbas hacinadas. No son ellos quienes hablan en los sueños. Nunca obtienen respuesta a sus preguntas. Nadie ve aquí su derrota ni en el cielo habla con ellos. Ya no sienten el amanecer de cada día. Ni siquiera nos envidian. Son tan sólo seres virtuales, son fantasmas que compiten en los largos maratones del olvido, inquietantes ráfagas de viento. Son tan sólo nuestros muertos. Pedazos de silencio.