No tuvieron velatorio nuestros muertos
ni un entierro ni una misa funeral. No doblaron las campanas de la iglesia,
como hacían hasta ayer,
cuando alguien
se moría
cuando alguien
se moría
y nosotros, sin esquelas y sin rezos,
no hemos podido llorarlos,
entre viejas y enlutadas plañideras,
ni guardar fugaz silencio en el responso,
ni contar lo sucedido ni cuidarlos,
no hemos podido llorarlos,
entre viejas y enlutadas plañideras,
ni guardar fugaz silencio en el responso,
ni contar lo sucedido ni cuidarlos,
ni mostrar nuestro cariño
y lamentarnos como hacíamos antaño
cuando todo tenía un rito y un quehacer.
cuando todo tenía un rito y un quehacer.
Los dejamos apagarse en cuchitriles,
en la cama de un asilo, abandonados,
o en las salas atestadas de un hospital ceniciento.
Se han marchado nuestros muertos
sin haberse molestado en avisarnos,
sin el mínimo consuelo de un watshap.
¿Qué fue de su tiempo largo, de la lenta densidad
del mundo antiguo? ¿Qué fue de los niños
del hambre, de los ojos que seguían
al pastor y a las ovejas y giraban sobre el trillo
y tras el mulo dando vueltas en la era?
¿Qué pasó con esa lucha contra Franco y la pobreza?
¿Que llegó por fin la parca con su guadaña de hierro?
¿Que la muerte los llamaba con su encanto irresistible?
Eran gente acostumbrada a resistir
pero no quedaron UCIS para ellos
y han caído como objetos inservibles y caducos,
como restos del augusto vertedero de los siglos,
como fósiles hundidos sin valor.
Se nos ha borrado el pésame en la lengua,
resbalando por los labios,
resbalando por los labios,
sin lugar para decirlo, y nos hemos olvidado de pensar
en los huevos que le echaron, en las cosas que dijeron
o callaron o en la herencia que nos dejan
de este lado de la inmensa realidad.
Ellos ya no están. Se marcharon sin hablar, sin despedirse,
sin intentar enredarnos con sus cosas, sin repartir sus tesoros.
Se fueron sin confesarse, sin la gracia pasajera de una suave caricia,
sin reclamar atenciones. Se fueron sin enseñarnos los trucos
que usa la muerte, se fueron mientras nosotros nos lavábamos las manos
y llenábamos de higiénico papel nuestros trasteros. Se fueron sin rechistar.
No han querido que sepamos del horror de su tránsito sin vuelta
y nos han dejado aquí este rancio olor a muerto
que resurge en la vigilia, cada noche.
Han embarcado al fin sin el óbolo que sirve para pagar su pasaje,
pero eran gente capaz. Sabrán terminar su viaje.
Que encuentren
la paz más allá.
pero eran gente capaz. Sabrán terminar su viaje.
Que encuentren
la paz más allá.