Un país corrupto

En aquel país llegó a tal extremo la corrupción que los ladrones dejaron de robar. Salieron de sus agujeros, colonizaron los partidos que alternaban en palacio y llegaron al poder andando el tiempo. 
El pueblo estaba dividido. Alineados en los dos frentes que la historia y el marxismo habían cavado, las gentes pertenecían al mundo rojo o al azul por obra y gracia de su nacimiento. Cambiar el sentido del voto parecía una traición a la familia. Votar no tenía que ver con la razón y lo justo, y sí con la fe en el partido y con el afán de revancha. El comportamiento político de cada cual brotaba sobre todo de los genes heredados y luego se aseguraba con los cálidos biberones que los niños devoraban. Después, en las casas, se escuchaban las razones de la tele y de la radio, que apañaban las historias al gusto de los que escuchaban, y en las fiestas y actos sociales jamás se cruzaban ideas ni se enfrentaban las razones del contrario. Los domingos y festivos se escuchaban en familia instrucciones como estas: "Vaya pinta, pareces lo que no eres","habla como habla tu padre","busca un chico de tu clase y olvida esos pensamientos","si sigues por ese camino, serás una oveja negra." Los muertos seguían votando desde el fondo de sus tumbas. En los sueños de las gentes, la venganza y la deseada humillación de los contarios hacían bueno a cualquier aliado, aunque éste fuera el mismísimo demonio, de tal modo que añadir a los mafiosos, asesinos y sicarios a las filas del consejo de dirección de los partidos se hizo más fácil que nunca y no tuvo efectos nocivos en las contiendas del voto.
Así fue que una doble moral se añadió a la disciplina de los renovados grupos políticos. Una para justificar a los mangantes de la propia casa y otra para destrozar a los contrarios. Así las leyes dejaron de reflejar acuerdos políticos y de buscar el consenso, y luego, cuando se promulgaban, si el partido en el poder no podía reformarlas, se las neutralizaba con reglamentos o se hacía caso omiso de ellas y de los recursos ciudadanos. Así nuestra democracia perdió su razón de ser y todo se corrompió.
Algunos hombres honrados, al margen de la propaganda, buscaron en la web espacios para discutir las soflamas que lanzaban los periódicos o la múltiple propaganda de los debates televisados, y denunciaron la negra espiral en la que el país se debatía. Lo mismo que Moisés, bajando del Sinaí, intentaron que su pueblo dejase en paz a los ídolos, pero al final fracasaron. El pueblo los confundía con la jarca general de los políticos, porque hablaban o escribían, y porque la tradición picaresca no casaba bien con sus ideas filantrópicas. Su honradez, en aquel contexto, no parecía virtud y sí un defecto, el refugio de los tontos, una pretensión imposible... A pesar de que renunciaron al halago dulzón de los políticos, a pesar de que denunciaron la incoherencia culpable del pueblo, que se las da de inocente, a pesar de que dejaron claro que la única salida consistía en prescindir de los partidos que ocupaban el poder e imponían la mordida, siguieron sin tener eco. El pueblo les dio la espalda. ¿Qué más daba que ministros, diputados, jueces o concejales convivieran con la mierda, si el común de los mortales consentía? ¿Qué más daba si la gente no asumía que el poder para limpiar la corrupción estaba en su libre voto? Se cansaron de escribir. Con todo el dolor del mundo dejaron de combatir y esperaron que la ruina del país se consumase o a que los jueces ganasen una imposible partida frente al tahur de las trampas.
Y así pasaron los años en este cuento sin cuento, que acaba sin desenlace, en colorín colorado, bajo el cielo azul del día.

Nada es igual (0:=)

Si la nada es el no ser,
no mover, no vivir nunca,
e igual es una entelequia,
un hecho circunstancial
que implica copiar lo que es,
decir que nada es igual 
supone eludir lo invariable 
y afirmar que todo cambia.

En palabras tan abstractas
como éstas
brilla el sol del pensamiento,
el flujo de fijas ideas
para avanzar hacia un fin:
Parménides y Platón
plantaron en nuestras mentes
la raíz de lo absoluto, 
Rousseau aprovechó su energía
para sacar al poder 
del reino de lo divino
y Newton construyó trenes
en el trayecto inconsciente
del amor de una manzana.

Sin embargo la corriente
del río que a Heráclito baña
o el infinito universo
del jansenista Pascal
nos parecen más verdad.

¿Con qué nos quedamos, entonces?
A pesar de que intentamos
acomodar nuestros actos
a la razón de una lógica,
la realidad es más fuerte.
Los clones, si pasa el tiempo,
comienzan a ser distintos,
la norma es la variedad.

Por eso la escueta igualdad
que promulgamos un día
se rompe a cada momento,
de modo que evita sumar
magnitudes no homogéneas, 
no repartas la mitad 
del premio a cada oponente
y recuerda que en un par
hay dos entes diferentes.

El final de la agonía

Sentado en mi silla, frente a la cama de hospital en donde mi padre agonizaba, pensaba en lo que tenía que decirle antes de que fuera demasiado tarde: Mis palabras no podían sonar a despedida, pero sentía la necesidad de pronunciarlas, aunque sólo fuera una vez. Al tiempo yo quería que me hablase, que me contase aquello que más le preocupaba o que me diera un último consejo. Él, sin embargo, dejaba que sus ojeras se metiesen en su rostro hacia la nuca y que su barba cana aflorase amenazante.
- Papá, dime, ¿te duele?
No estaba para contestar. Apenas podía abrir la boca.
- Venga, papá. Lo vas a superar. Sigue luchando. Lo estás haciendo muy bien.
De pronto me pareció que se movían sus párpados y que su mirada preguntaba alguna cosa. Fue sólo un segundo. Por un momento me sentí perdido... ¿Y ahora? Me incorporé y le miré a los ojos con desconfianza, como si de pronto hubiese brotado en su alma un hombre desconocido:
- ¿Quieres algo? ¿Te traigo agua?
Pero él no dijo nada, de modo que le di un beso y volví a sentarme. Sus ojos se cerraron lentamente.
-Papá, ¿me oyes?
Acerqué mi rostro a su mejilla. Todavía estaba caliente, pero ya no respiraba.
Lo esperaba, pensé, lo habían predicho los médicos y ya lo daba por descontado. Me pareció que con su muerte me hacía sitio y me alegré por él. Así se acababa su sufrimiento... Sin embargo, seguí pensando, ahora ya no podría preguntarle nada, ahora no podría hablar con él... Tal vez le hubiera gustado escuchar que lo quería, que lo quería mucho... Aunque lo sabía, a él le hubiera gustado que mis labios se lo dijeran... Y me sentí tan mal que le hice responsable de todo lo que estaba pasando y que tanto me dolía:
-Papá, no me fastidies... Papá, aguanta un poco más... Papá...

El color de nuestros bancos


Al/fil de la independencia

Decir Más, en catalán,
además de interpretar 
el alma que allí domina,
supone también nombrar 
por su primer apellido 
a quien propone romper
el pacto social nacional.
Intentando derrotar 
a sus rivales
o buscando así pasar
a los anales
ha imitado la propuesta
del partido que pedía
un referendum local,
-ese que ayer dirigía
un “Yo, su-yó” principal
que en vez de Mas 
era “Y mazz"-
y ha invertido ya el hOnOr
del cargo que representa
en pedir soberanía
y un cambio constitucional.
Lo hizo frente a los flash 
de mil mass media polacos,
en medio de la diagonal.
El rey Arturo sin O,
que sin querer suma y suma,
nos anunció un referendum,
pero no nos dijo el día
ni lo que va a preguntar.
Me cuentan que es tal la energía
de los conejos tambor
que viven en su autonomía,
que ya no duran y duran
y sí Durán, Mas y Mas,
escuchando "Els Segadors"
y brindando con champán en sus masías...

Parábola del suicida

Hubo una vez un país que creía en que la libertad no tenía límites, pues venía de un cruel régimen fascista y de una historia cuajada de corrupciones políticas que había hecho abominable el ejercicio de la autoridad. En aquella sociedad desorientada no había norma que no pudiera desafiarse ni otra ley que la de la fuerza y la de la unánime queja y el escaqueo nacional. La televisión vulgarizaba los valores democráticos y convertía los conflictos sociales y las tragedias naturales en un espectáculo lejano que exorcizaba los propios padecimientos. Un buen día, sin embargo, la autosatisfacción general se vio turbada por un programa triste y conmovedor en el que se difundían las penas de anónimos protagonistas. Transcurría la segunda mitad de éste, cuando un joven explicó desde un teléfono su deseo de suicidarse, arrojándose desde la más alta torre de la ciudad. Una unidad móvil se desplazó de inmediato para retransmitir el evento. Después llegó una multitud variopinta y curiosa, atenta al espectáculo. 
En el momento en el que el suicida parecía comenzar a deslizarse hacia el abismo, una figura surgió de la oscuridad para detenerle, mientras la gente suspiraba con alivio. El suicida, sin embargo, forcejeó para liberarse y, en el empeño, ambos acabaron por precipitarse violentamente hasta el suelo. 
Al pie de la torre, frente a las cámaras de televisión y en torno a los dos cuerpos inertes, alguien dijo que el joven estaba en su derecho de quitarse la vida, que con ello no hacía mal a nadie. Sin embargo, si había que dejar morir a quien así lo elegía, dijo otro, ¿qué pintaba ahí su oponente? ¿Acaso no era un intruso? Tal vez intentaba convencerle, disuadirle, pensó en voz alta un tercero. Eso está muy bien, añadió un cuarto, pero él no era nadie para impedírselo. Se puede hablar, convencer, pero no actuar en contra de la libertad, dijo después otro hombre. A eso contestó un anciano que, según la ley, el suicidio está prohibido. Pero entonces, un murmullo de desaprobación general se escuchó entre los presentes. Prohibido, prohibido... ¿Qué ley impide a cada cual disponer de su propia vida? Si esa ley existiese habría que cambiarla, dijo un joven con total seguridad, acompañando su voz de un movimiento firme de sus brazos hacia abajo. 
Éste fue el fin del improvisado debate. Mientras las cámaras se introducían en la intimidad de la muerte de los dos anónimos protagonistas, todos se retiraron a sus casas. Los cadáveres quedaron inmóviles a disposición del juez. Parecían dos estatuas a ras del suelo. Una de ellas representaba a esa libertad heroica que arriesga la propia vida por conseguir lo que quiere. La otra representaba al último estertor del fascismo, aquel que prohibía y prohibía sin razón aparente. Abrazados, ambos parecían estar librando una batalla más allá del tiempo. Izquierda y derecha, revolución y reacción continuaban su lucha a través de la postura de sus cuerpos. Sin embargo, en realidad, los dos cadáveres estaban completamente muertos. 

Está

Antonio se levantó poco antes del amanecer. No es fácil quedarse en la cama, cuando uno está habituado a despertarse a las cinco y hace rato que esa hora ya ha pasado. Es la costumbre, una certeza evidente que te avisa de que intentar conciliar de nuevo el sueño es poco menos que imposible. Así que levantó la cabeza e impulsó su tronco hacia arriba y las piernas hacia fuera. Luego, sentado ya en la cama, rebuscó en el suelo el tacto suave de las zapatillas. El somier crujió levemente cuando se enderezó en la oscuridad. Caminando hacia la puerta, intentaba no hacer ruido, porque Concha se había acostado tarde y convenía que siguiera dormida hasta las nueve.
Salió del dormitorio y recorrió el pasillo. Entró en el baño, encendió la luz y cerró la puerta tras él. Luego levantó la tapa del retrete, desahogó su vejiga, pulsó otra vez el interruptor y se dirigió a la cocina.
Por la ventana se colaba el primer rayo del sol, cuando el hombre abrió la nevera y sacó la leche que iba a echar en el tazón. Su forma de cúpula invertida destacaba blanca y brillante sobre el tapete. Quitó el tapón al tetrabric, abrió el microondas, rellenó el recipiente del desayuno y lo introdujo dentro. Siguiendo el programa acostumbrado, ocupó los cincuenta segundos que había marcado en el aparato en sacar las galletas y en disponer la sacarina y el termo del café sobre la mesa. Esperó la llamada que le avisaba del final del proceso para extraer el tazón y el ahora humeante líquido, y se sentó en la silla. Un segundo después, con los ojos fijos en las luces de la calle, encendió la radio.
-Son las siete de la mañana -decía la voz del locutor-. Malas noticias... De madrugada, la tragedia nos ha visitado otra vez. En la discoteca "Siglo" de nuestra ciudad se ha producido un horrible incendio en el que han fallecido decenas de jóvenes. Se desconoce el número exacto de víctimas mortales. Una unidad móvil ha salido desde esta emisora hacia allí para informarnos.
Antonio sintió un súbito malestar. Una fuerte descarga de adrenalina le produjo una súbita sensación de ahogo. No recordaba haber escuchado aquella noche el ruido que acompañaba normalmente al retorno de su hija. Se giró en el asiento y dio un brinco para volver a levantarse. Salió otra vez al pasillo y se dirigió a la habitación de la joven. La puerta estaba cerrada. Giró el picaporte y abrió. En la oscuridad escuchó su plácida respiración. "Eso basta, duerme", pensó y un suspiro le subió hasta boca... Entonces se acercó hasta la cama y se inclinó sobre ella. Con los dedos de su mano dibujó una caricia sobre su mejilla. 
-¿Papá? -dijo, resistiéndose aún a levantar los párpados.
-Buenos días, bonita... Tranquila, ya está amaneciendo...

Punto y final

El dolor que me oprimía el pecho fue cediendo poco a poco, de modo que volví a coger la pluma y continué escribiendo sobre mi vieja mesa, la que se apoya en la ventana orientada hacia poniente. Levanté la vista hacia el horizonte y paré un momento para contemplar la belleza del ocaso. Del fondo del cielo vi salir un punto oscuro que parecía acercarse hacia aquí. Se movía lentamente, caminando de una forma maquinal. Una sensación íntima de abatimiento iba creciendo en mi alma a medida que la sombra precisaba su silueta. ¿Qué pasaba? No vivía tiempos malos, no tenía ningún síntoma de depresión ni especiales razones para sufrir, y sin embargo un frío seco me invadía, mientras mi corazón se iba llenando de soledad. Tuve sólo dos minutos para formular la más pesimista de las hipótesis y para confirmar su presencia. Cuando llegó a mi lado, lo vi claro: Era un esqueleto antiguo, cubierto de sucios harapos y con una gran guadaña. Resultaba evidente. Aquello no era un disfraz. 
-Haces bien en no rehuirme - me dijo-, es imposible. Ahora me quedaré contigo.
Me sentí un poco confuso, de modo que tardé varios segundos en preguntarle:
-Entonces, ¿ya estoy muerto?
-No, en realidad estás vivo, pero ahora eres más sabio.
-¿Por qué?
-Porque sabes que la muerte te acompaña.
Pensé en el cuento que ella misma protagonizaba y que estaba sobre mi mesa de trabajo.
-Es extraño- dije-. Me siento en paz, estoy dispuesto, pero no entiendo lo que pasa. Nadie te ve, nadie ha podido negociar nunca contigo y, sin embargo, ante mi te presentas y me hablas con confianza. ¿Qué es lo que pretendes de mi? ¿Qué se supone que va a sucederme ahora?
-Lo que pase en este instante de ti depende. Puedes seguir o detenerte. Si no has muerto todavía es por pura curiosidad. Quiero leer el desenlace de tu cuento. Quiero saber si los suicidas están realmente enamorados y si soy un ser amable que concede a los enfermos el descanso o si soy un enemigo que hace daño al que hay que derrotar.
-Bien, entonces seguiré. Yo también quiero saber. Contaré lo que me cuentes.
-Aunque sé que soy la muerte, yo no sé qué es ser quien soy ni sé del por qué de las cosas. Mi oficio consiste en matar hombres, un trabajo tan sencillo que cualquiera se acostumbra y que no es bueno ni malo en si mismo. Yo hago frente a la vida con todas las fuerzas que tengo, pero no soy invencible. Tampoco soy sabia, ni dura, ni inflexible.Yo también he de pensar en lo que hago y en el por qué y en el cuándo. Te aseguro que el futuro es un misterio para mi. En consecuencia, no sé qué puedo decirte. De mi no sabrás nada que no supieras antes. Eres tú el que crea, el que sabe, el que da sentido a las cosas, el que expresa lo que sienten los ancianos y los niños cuando mueren y el que fija unos límites claros. Yo no sé diferenciar el bien del mal ni la exacta dimensión de la verdad. Seguiré a tu lado un tiempo, mientras acabas tu historia, y luego te mataré.
Hundí mi mirada en los ojos vacíos de la calavera y cambié de opinión. Ella tenía razón. De sus palabras o de su mirada no sacaría nada en limpio. Así no tenía sentido prolongar la agonía. Haciendo acopio de valor, quité el capuchón a la pluma para escribir el último punto en mi cuaderno. Lo hice con la determinación de un juez que firma una sentencia justa, lo hice cargando con la nostalgia de toda mi vida. Después, volví a cubrir la estilográfica con su oscuro capuchón y la dejé descansar, horizontal, sobre la mesa. La tinta estaría aún líquida, todavía caliente y palpitante, pero ya no me hacía falta porque había decidido terminar.
-Punto y final- dije.
La muerte esperó decepcionada a que dijera alguna cosa, a que rogase, a que pidiera un plazo, una pequeña prórroga para añadir una palabra o para poner alguna clave a aquel escrito que se llevaba la última parte de mi vida. Pero yo no moví ni un músculo, así que ella me habló de este modo:
-Yo suponía que estabas empeñado en cambiar mi perfil, en llenar mis huesos de carne. Yo pensaba que tú cambiarías la forma de interpretarme. Yo creía que entendías que hoy en día hay muchos viejos que aún caminan y que en realidad están muertos, porque ya se han olvidado de su nombre y de su historia. Yo creía que sabías que en las UVI de algunos hospitales es posible hacerme trampas por un tiempo. Yo pensaba que estarías preocupado por los niños que no tienen en su vida más horizonte que el hambre, por los fetos que se mueren en el vientre de sus madres y por los millones de ancianos que se pasan el día haciéndome la corte. Yo imaginaba que serías sensible a lo que realmente sucede y que incluso encabezarías a los que reivindican mi presencia y que tal vez inventarías para mi una imagen de mujer más atractiva para evitar que la gente siga viviendo de espaldas a la inmensa realidad que represento... Sin embargo, tú prefieres seguir el camino trillado, cargar con el peso de la historia y abundar en el personaje que aparece al final de la película y que apaga la vela y se va... Está bien, tú lo has querido. Pudiste quitarme los harapos e intentar seducirme, pudiste explicarme mejor. Con ello perdemos ambos.
La muerte descargó un golpe seco y la guadaña dibujó una línea roja a lo largo de mi cuello. La sangre brotó a borbotones, y yo busqué los labios de ella y comencé un beso eterno.

Ecos cruzados

Ella pensaba que sólo estando a su lado la vida tenía sentido. Él la había rechazado porque no estaba aún seguro. La muchacha, con el corazón hecho añicos y los pies a un palmo del abismo, quiso saber si la montaña también la despreciaba y, elevando mucho la voz, preguntó:
-¿Me quieres?
Al instante, la montaña respondió:
-Eres... Eres... Eres...
Justo al mismo tiempo, al otro lado del gran precipicio, él estaba interrogando al oráculo rocoso:
-¿Quién soy? 
La montaña, de inmediato, también le respondió:
-Oy... Oy... Oy...
Mientras el muchacho quiso creer que aquella voz femenina confirmaba su existencia y aceptaba de modo implícito un largo y prometedor futuro, la muchacha entendió que la montaña le hablaba con voz grave y reclamaba que tomase una decisión urgente cuyo límite acababa en veinticuatro horas.
El joven retrocedió, seguro ya de sí mismo, y ella se arrojó al vacío.

Frente a La Esfinge

Tan sólo tres horas después de que el médico le diera el resultado de los análisis, Eddy ya estaba rumbo a El Cairo en un avión de la TWA. Llegó al mediodía, con el tiempo suficiente para tomar posesión de la habitación de su hotel, para comer un mal sandwich y coger el autobús hacia la Esfinge. Desde la escalerilla de salida de la línea de transporte la vio por primera vez, mientras el sol se ponía.
-El cielo tiene el color de la sangre- pensó...
Eddy sentía la emoción de quien está cumpliendo sus sueños. Desde niño había acariciado la idea de estar allí, justo en el mismo sitio en donde Napoleón arengó a sus soldados. Ante aquella gran obra, con la pirámide de Kefrén al fondo, tenía la sensación de estar en el centro del centro del mundo, en el punto en el que el tiempo dio comienzo, en el foco en torno al cual la historia se reinventa.
-Mírala- pensó-, parece tallada en la misma piedra del desierto, inmóvil... Es como el gran centinela de la gran tumba del fondo. Es un léon silencioso con rostro de mujer. Es de piedra desgastada por la labor de la arena o por el Nilo invasor. Sin embargo en su gesto se percibe que está en paz con los estratos y con los vientos del cielo. Ese gesto que precede al de la Bicha de Balazote y a las sonrisas enigmáticas de los esposos etruscos y de la Mona Lisa: ¿Es un anuncio sin voz de la forma funeral de la pirámide? 
Cuando estuvo a cincuenta metros de la gran escultura sacó su cámara Cannon y comenzó a hacerle fotos. Dio una vuelta completa a su alrededor, buscando perspectivas nuevas, añadiendo realidad a un espacio imaginado tantas veces que ahora le parecía aún más ficticio que en sus sueños. Consiguió que unos turistas le sacasen tres retratos con su cara de turista satisfecho y sonriente bajo el rostro de la imagen que siempre había presentido. Después miró a su reloj y siguió el camino ciego del segundero infinito hasta el fin del blanco círculo, y luego se quedó quieto, agotado por el ajetreo de aquel día, sentado sobre una gran piedra, plantado en el suelo seco como un arbusto inservible, sin moverse para nada, con los ojos casi clavados en el centro de aquellas huecas pupilas que parece que están viendo el más allá.
Así, hasta que cayó la noche y se fueron los turistas y los guardas.
- Bien, ya estoy aquí, -dijo-. Pregunta, vamos, pregunta...
Una pregunta es sólo un pequeño rasguño en la piel de la verdad.
La Esfinge escuchó la demanda y siguió inmóvil, sin decir ni una palabra, una vez más.

Salto mortal

Rudolf "el mono", el mejor equilibrista de los años setenta, pagó muy caro su orgullo. Él nunca estuvo dispuesto a aceptar que en su profesión había alguien que le superaba, por eso, en la soledad de su granja de Alabama, luchó como un poseso para mantenerse en la cresta de la ola. 
Todo comenzó cuando conoció al equilibrista del Circo Clooney, un joven irlandés, llamado Adam, que, con una fiabilidad del ochenta por ciento, hacía un triple salto mortal con tirabuzón que parecía casi imposible. Durante meses practicó un salto semejante con doble tirabuzón, pero no consiguió más que una lesión lumbar que provocó su baja en el circo durante seis meses. Convaleció en un hospital privado, localizado en el estado de Nevada, de donde salió reforzado con una estrategia práctica que habría de conducirle, pensaba, a la consecución de su objetivo. El programa incluía un período de reforzamiento físico muy elaborado con todo tipo de ejercicios físicos, una dieta especial en la que se incluían esteroides para reforzar la masa muscular de las piernas, lo que aumentaría la potencia del impulso, y un apoyo psicológico externo con varias sesiones de hipnotismo.
El programa se cumplió de forma estricta porque hacerlo resultaba para él absolutamente prioritario.
Un año más tarde, Rudlpf se creyó ya en condiciones de intentar el salto con el que superaría a Adam, su rival. Lo anunció así al gran público en el Cronical de San Francisco: 
"El Circo Williams se complace en presentar el espectáculo más asombroso del mundo. En la última sesión de mañana domingo, Rudolf "el mono", el rey de los equilibristas, realizará un salto imposible, el triple salto mortal con doble tirabuzón. Acudan a presenciar este hecho histórico. Acudan a presenciar lo nunca visto. Entradas a la venta en las taquillas”. 
Aquel día Rudolf volvió a fracasar, pero esto no fue lo peor. Lo peor fue que, justo entonces, se enteró de que jamás lo lograría. En la caída, su cuello golpeó brutalmente contra el suelo y una vértebra cervical quedó seriamente afectada. Como consecuencia de ello, tuvo que dejar el circo, cobró el seguro de accidentes y se retiró a su granja de Alabama. En aquel lugar oscuro, a pesar de su impedimento físico, el equilibrista siguió persiguiendo su antiguo sueño. Aunque su cuello ya no giraba hacia la izquierda, aunque su cuerpo y su mente envejecían sin remedio, Rudolf siguió preparándose para el salto y siguió alimentando la esperanza de conseguirlo. Para demostrarlo programó un último intento. 
Así fue, en efecto. Sucedió casi diez años después y en esta ocasión sin ningún testigo que pudiera dar fe de lo sucedido. No hacía falta. Para entonces a Rudolf le daba exactamente lo mismo que se conocieran o no los resultados de su histórico ejercicio. De modo que intentó otra vez su triple salto mortal y tuvo éxito.

Mis héroes


De Carlos el mundo de ahora 
y los fuertes de la Gloria,
las pavanas del Infante 
o el ingenio de Quevedo 
diciendo que es coja la reina. 

La obra de Don José Luis, 
cuyo apellido es la rosa 
que busca su utilidad (*) 
conecta con Don Ramón 
y muchos de los astracanes. 

Sin conseguir en Madrid
el triunfo que han merecido
mis afanes,
yo prosigo mi camino,
Casado con el Olvido
y con los nombres más grandes.


(*)Rubén Darío: “Nacimiento de la col”. Diario la Tribuna (Buenos Aires) 1893.

SARdinero.


Dedicatoria

No lo puedo remediar, no lo soporto. Mi editor se empeña en presentar todos mis libros y yo voy recorriendo los ateneos de las capitales de provincia y siempre les cuento lo mismo: Que soy profesor de instituto, que soy hijo de Carver, de Borges, de Cortázar, de Calcedo y de Millás, y que me gustaría no aburrirles con mis cuentos... Luego viene lo peor, cuando se forma la fatídica cola de caras sonrientes y de enhorabuenas complacidas. Yo les pregunto su nombre e improviso unas frases de cariño y de agradecimiento, pero siempre estoy deseando terminar para no meter la pata, para no escribir nada inconveniente. Y es que me conozco, que sé que la pluma con frecuencia me enloquece y que, si la tengo en la mano, los límites entre realidad y ficción para mí desaparecen. A veces se me va mucho la olla, como cuando se me acercó aquel señor bajito y enjuto, de larguísima nariz aguileña y ridículos rizos sobre la frente... 
-¿Me lo dedica?- dijo, mostrando mi libro con esa extraña mueca que consiste en elevar ligeramente la comisura de sus labios.
Yo le devolví la sonrisa y le miré a los ojos para poder interpretar sus intenciones. Él seguía con la mueca, tan feliz.
-Soy un admirador suyo- añadió-. Su último libro, "Asuntos internos", tiene algo muy especial. Cada tarde, después de la siesta, a la hora del té, me leo un cuento. ¿Sabe? Yo creo en su capacidad, tengo mucha fe en usted... Si sigue así, llegará lejos...
Y entonces tuve una inspiración, esa musa insoportable que, si llega, no se puede reprimir, así que no esperé a que me dijera su nombre. Es más, ni siquiera se lo pregunté... Él seguía hablando, me decía cómo se llamaba para que lo pusiera, pero a mi ya no me importaba nada de lo que pudiera decirme... Así que dispuse la punta de la pluma sobre la segunda hoja del libro y escribí:
- "Fe o té, esa es la cuestión"- y firmé con un garabato, cerré el libro y se lo entregué. 
Él, que estaba frente a mi y que no podía haber leído la críptica inscripción manuscrita, se despidió con cortesía y se apartó como dos metros, pero entonces abrió el libro y leyó el mensaje. Así que se detuvo, volvió sobre sus pasos, se puso delante de las tres mujeres que quedaban en la cola, cortó la cubierta y la hoja de la dedicatoria y, ante todos los presentes, las rompió en mil pedacitos y regó el suelo con ellas.
-¿Lo ve usted? A mi también me gusta jugar con las palabras- dijo.

Promisciudad

Hace un año que planté 
en un campo de papel:
un James Bond, de guerra fría, 
la vid para hacer buen vino
y dar para recibir...

He dejado que el silencio 
las deje medrar en paz:
Bond, vid, da
fueron creciendo
por fuera del alma mía
hasta llegar a ser grandes...

Y hoy, al mirar la ciudad,
he visto vida Bondad
del brazo en la calle del medio.

Se mezclan por puro azar
¡qué promiscuas las palabras!

Reflejos

              El rostro de la tristeza|azetsirt al ed ortsor lE  
             se gira sobre sí mismo|omsim ís erbos arig es 
          e interroga en un espejo|ojepse nu ne agorretni e
        al rastro que deja el rostro.|.ortsor le ajed euq ortsar la
                rasroque deja el rostro. |.|osor le  ajed euq ortsar la       
               ortsor le ajed euq ortsar lE|El rastro que deja el rostro
                       ,azetsirt la a agorretni|interroga a la tristeza,        
              ojepse le ne acsub sartneim|mientras busca en el espejo
              .ortsor led ojelfer núgla|algún reflejo del rostro.
                                |                     
              El reflejo es sólo un resto|otser nu olós se ojelfer lE
              que gira sobre si mismo|omsim is erbos arig euq
            y escapa sin dejar rastro.|.ortsar rajed nis apacse y

Pisar callos

En "L'Ecole Superieur des Arts" de la Camargue, en el Sur de Francia, trabajaba un antiguo profesor al que le dio por bailar y bailar a todas horas. Ocupaba los anchos pasillos para dar demie pliés y saltos cada vez más enérgicos bajo el hilo musical que siempre sonaba muy tenue y a la vista del común de los mortales. A pesar de que extrañaba tan singular movimiento en un señor de su edad, aquello se toleraba. Se tenía muy en cuenta la acogida excepcional que algunos alumnos raros brindaban a su propuesta, de modo que no era infrecuente ver al vejete bailando y a unos muchachos muy jóvenes, movíéndose detrás de él.
Un buen día, sin embargo, el bailarín tropezó y tuvo la mala suerte de que se cayó sobre el callo del profesor de escultura. El profesor agredido no se calló en ningún caso. Adobando su dolor de gritos dramáticos múltiples, echó por su boca el veneno, poniendo pingando al vejete, vistiéndole de chupa y dómine y llamándole mil lindezas. Mientras tanto Don Antiguo, que así se llamaba el buen hombre, tan cándido como arlequín, seguía saltando a su lado, pensando que así rebajaba el daño que había causado. No entendía el bailarín que el escultor dominaba en la escena del lugar y que ya nadie atendía a los pasos de su baile y sí a los sonoros insultos del profesor dolorido. 
A la mañana siguiente, en el aula 109, se reunió un comité, para hablar del incidente. Allí fueron nuestros dos protagonistas. El profesor Don Antiguo intentó en su parlamento defender que la agresión, en forma de gruesas palabras, era la que él recibió de boca del agredido, pero el otro contestó mostrando su enorme callo dolorido e intentó justificarse, diciendo que su reacción fue la reacción natural, lo que cualquiera habría hecho en situación semejante. El primero replicó que el que hacía en aquel medio lo que era natural era él, porque estaba en una escuela y enseñar a cada paso la belleza del andar del cuerpo humano era hacer lo que era propio del lugar... El tribunal le escuchó, pero no sirvió de nada. Aquel movimiento vil, aquel saltar por aquí y tumbarse más allá, tan ambiguo y tan notorio, no gustaba en absoluto, era incómodo y extraño, de manera que entendieron que las culpas del asunto se repartían tan bien que pidieron al unísono que el asunto se saldase con un abrazo de amigos.
-"Dejémoslo estar así" "Aquí paz y después gloria". "El tiempo todo lo cura..."
Don Antiguo se negó a pedir excusas por hacer lo que debía y contempló a su alrededor cómo algunos de sus compañeros afeaban su conducta. El hecho debíó de hacer pensar al viejo profesor que sintió que sus ganas de bailar se congelaban de pronto y decidió jubilarse. Con ello el centro de artes volvió a ser lo que era, un centro normal y corriente en medio de la Camargue que pudo ser especial, muy cerca de la capital.

La visión

Alguien le había dicho que su vida quedaría concentrada en un segundo y él esperó durante años ese instante en el que todo cobra sentido. Llegó el momento. Lo intuyó según venía. “Ya está ahí”, les dijo a sus compañeros... Se quedó quieto como una roca, concentrado en la visión de un punto de luz que llegaba hacia él desde el fondo del horizonte y vio pasar toda su vida en un momento... "Fue como un flash, un relámpago sin ruido", añadió... Y el tiempo pasó de largo...

Calambur es de verdad

De/jar/dinero 

Sabiendo de mi indolencia 
y mi afición por las aves, 
mi padre, que era el señor 
de saldos muy suculentos,
me dijo desde Madrid: 
“En nuestra casa matriz 
o en una agencia importante 
te ofrezco ser el que mande.” 
No quise contradecirle: 
“Entre las aves y el mando, 
el/ijo de/jar/dinero..."
Con eso salgo ganando, 
pues puedo cambiar de banco 
y escuchar al Ruizseñor... 

Vivir y dejar vivir.
Él nunca volvió a insistir.

-AVE, CÉSAR DE ROMA: Saludo imperial que inspiró a Nerón su famoso: “A veces arde Roma”. Desde entonces el saludo se repite sin cesar: Ave cesar de Roma, dicen: Ave...

A veces arde Roma 

Tras el pavor del incendio, 
el augusto del circo: Máximo, 
atreviose a saludar: 
"Ave, César de Roma, 
tea mandan, fuego enciendes,
yertos andan los cristianos..." 
"A veces arde Roma," 
-respondió el emperador- 
"te aman, dan fuego, 
en cien desiertos
andan los cristianos..."
Así dejó claro al clero 
de los augurios del vuelo 
que el César de Roma no era 
el simple autor del siniestro, 
y que era también Pío<Nero 
del calambur y otros juegos. 
Y una lágrima añadió 
al rostro pintado de blanco 
 de Máximo, del circo augusto, 
 el artista y gran poeta 
 que fue nuestro cónsul Nerón 
 después de la instalación 
 del gran incendio de Roma.

MENsage: ¿ERE en CIA?

Nuestros Sindycatos son ERE<=(d'Eros D=> Marx 
 Nuestros Sindycatos son ERE<=(d'Eros D=> Franco
Nuestros Sindycatos son ERE<=(d'Eros D=> CNT
------------------------------------------------------------------------
muñecos metamórficos ERE<=(d'Eros D=> " " " " "
                                                                             

Hace diez años bastaba cualquier simetría con apariencia de orden -el materialismo dialéctico, el antisemitismo, el nazismo- para embelesar a los hombres*
*del cuento titulado "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius" en Ficciones. Emece Editores. 1956. Jorge Luis Borges.    

Un pasatiempo del tiempo

Lo digo como lo siento. Tanto he dejado de ser
lo que fui en algún momento
que ya no sé si soy yo
o un cuento que no te cuento.
El tiempo me ha vuelto a enredar,
he cambiado sin querer mis fundamentos
y pienso de todo distinto. Tú sabes que no te miento.

¿Cuánto?

¿Me quieres?
¿Cuánto me quieres?
Te quise y te quiero tanto

Entre lo negro y lo blanco,
entre el sí y el no desnudos,
hay un matiz, hay un grado 
o una escondida reserva.
De las palabras, el peso
varía según su lugar,
según la voz 
de quien habla,
según el color del santo
o el tamaño de la letra
de su banco.

No supe decirle cuánto...

Travesía del desierto

El PSOE ya tiene nombre para su travesía del desierto. Será la travesía del Gran Chaco. (Espero no ser maChacón).

Mal empezamos: Un gobierno inadecuado

Que un presidente Mariano ponga al gobierno bajo la advocación de Santa María resulta muy coherente con el concilio de Trento. Resulta también natural que Pastor esté en los puertos, aunque no se entiende bien que se le entreguen los canales, las carreteras y las vías del tren. Tampoco entiendo el por qué de que una provincia casi deshabitada, como Soria, se haga cargo de energía e industria, ni las razones por las que el ministro de economía no se puede caer del guindo, ni el por qué el de educación necesita Wer para creer, y menos que el argumento para desempeñar la cartera de justicia sea el de ser muy gallardo. Sin embargo, lo peor, lo que me resulta más incomprensible es lo que queda: ¿A quién se le ha ocurrido entregar sanidad a Mato? 

A2A2

C11rta2 2 coman2,
apoya2 por parti2
de símbolos encarna2
y por Alá2 con fe: SOS,
esos bárbaros bandi2
preparan 2 atenta2.

Atentan 2 11s distintos,
en mun2 diferenCIA2
y matan a más de 2 mil
con dar2 envenena2.

Maldeci2, insulta2,
odia2 como malva2,
busca2 y deteni2,
por par2 uniforma2,
en “Guantá n'amó” encerra2
por su con100CIA y honor,
sufrieron su 2is de horror.

Después, al ser libera2,
exhiben 2 de2 en uve
ocultan sus páli2 mie2,
penetran bajo 2él
en feu2 ya caduca2
y rezan al 2 de las suras
y de la lucha de clases
bebiendo un Marx Ala
en 2 vaSOS:

“2 ban2 deshereda2.
2 mun2 duros uni2
contra el poder de la CIA
Gloria al 2 en las alturas”

Rubalcaba

Fue químico y corredor,
portavoz del gran señor
y cocinero de un ave
de cola larga y hermosa.
     
Fue el Jesús
del gran poder
bendiciendo al nuevo rey 
desde la calle Ferraz,
tuvo PRYSA por llegar
y al final
abandonó
después
de pactar
la paz
entre el terror
 y la ley 

Carma, mucha carma...

La política de la izquierda se está fraguando en Andalucía. En Almería, el PSOE utilizó por fin la lengua del pueblo, la lengua del pueblo andaluz. Su nuevo lema define la estrategia del partido a corto plazo. Dice: "Carma, mucha carma..."

La CIA en el país de las maravi11as

Dice llamarse Alí, 
y seguir la voz de Alá, 
al explotar por aquí. 

En esta, su realidad, 
saber cuál es su planETA 
o su comETA escindido, 
o si es su vieja GALaxia 
la misma que la de ET, 
es un secreto de andén, 
o un rumor muy extendido. 

Dice llamarse Alí, 
y seguir la voz de Alá, 
al explotar por aquí.