El diálogo del viento

-Viajero, ¿dónde vas?
-Si puedo, hasta el fin del mundo.
-¿Qué es lo que quieres lograr?
-Llegar al fin, nada más. Concluir lo que empecé.
-¿Quién eres? Quiero saberlo.
-No tengo forma ni autor, no sé escribir ni pensar, tampoco me puedo nombrar, pero puedo decir algo que me describe mejor.
-Habla entonces, viajero.
-Soy la capa transparente que cubre el mundo macizo.
-Entonces, ¿eres el viento?
-No sé cómo contestarte, porque nadie me ha nombrado todavía.
-Te llamaremos así. ¿Me dejas que te acompañe?
-Yo no puedo decidir. No tengo más voluntad que llegar hasta el final ¿Podrás seguirme los días que me vuelva violento? ¿Soportarás esas calmas que duran como un dolor?
-Te seguiré donde vayas.
Y entonces el dios Mercurio levantó su caduceo, desplegó las cortas alas del casco y de las sandalias y ambos se fueron volando.

La fábula contemporánea de los tres cerditos y los coronalobos

Había una vez tres cerditos que vivían en España, Italia y Grecia y que se encontraron un día con la infausta y triste noticia de que, en China, una nueva raza de lobos, la raza de los coronas, hacía carnicerías tan graves y tan extensas en una región oscura de la cuenca del río Amarillo que resultó necesario decretar confinamiento y mantenerlo. Lo leyeron en los periódicos y lo vieron en las televisiones, antes de ser elegidos delegados en sus respectivos países en asuntos de lobos ajenos. A pesar de lo terrible de aquellas informaciones, ninguno de los tres cerditos atendió a las múltiples recomendaciones de los órganos internacionales. 
A la conferencia sanitaria, celebrada a finales del mes de Enero, para atender a la amenaza que los lobos crona suponían, asistieron los tres cerditos, junto a otros animales afectados de la extensa y vieja Europa. Allí nuestros protagonistas consiguieron imponer la idea de que la amenaza no era muy preocupante pues, según informaciones de medios mal informados, los carnívoros lobos no eran más que perritos pekineses. Además se rebatía a los típicos disconformes que veían el horror del ataque de estos seres sanguinarios, argumentando con fe que no existían razones suficientes para pensar que unos lobos nacidos en extremo oriente quisieran pasar por aquí, de modo que el riesgo era bajo. Después del acuerdo zafio que en Bruselas daba pista a todos los lobos corona, los tres cerditos del cuento volvieron a sus países y siguieron cada uno por su lado su programa peculiar de fiestas y de manifestaciones, pues eran cerditos pigs y hacían lo que les apetecía. Mientras tanto, miles de lobos hambrientos comenzaron en febrero su expansión acelerada, enviando a algunos miembros de su comunidad sanguinaria a los tres grandes países, pensando en los pigs sabrosos. Los lobos sabían bastante de las dehesas de encinas y alcornoques y del sabor especial  de los cerdos de estas tierras, de modo que aterrizaron en Italia, visitaron los museos y las ruinas y atacaron sin piedad a los cerditos del Calccio que llenaban los domingos los grandes estadios de fútbol. Más tarde llegaron a España donde siguieron igual, devorando a los cerditos que salían a su paso en manifestaciones masivas. En Grecia, por excepción, en donde vivía el tercero de los cerditos del cuento, los menos concurridos aeropuertos y algunas medidas sencillas de control en las entradas evitaron las terribles matanzas que en Italia y en España sucedían.
Después del confinamiento de los meses de abril y mayo, que se impuso en la vieja Europa para evitar el asedio de los sangrientos lobos corona, llegó la etapa de las mascarillas, en los meses de Junio y Julio. Esta etapa pretendía despistar al enemigo, impedir al animal depredador conocer a ciencia cierta si el cerdito al fin lo era o si sólo lo parecía, y así, las probables víctimas tenían un tiempo precioso para buscar un refugio y escapar. En esta fase se hablaba de sesudas conclusiones que afirmaban sin temor que a estos salvajes cánidos les gustaba mucho más la carne de los ancianos que la tierna de los cerditos, de modo que los tres amigos de los países del cuento decidieron no ponerse mascarilla con el enojo evidente de sus progenitores mayores. Pasó también que en España siguieron sin controlar la entrada en los aeropuertos y que pronto la llegada de nuevos corona lobos reanimó la carnicería.
El pequeño cerdo hispano no prestó gran atención al incipiente peligro, se marchó de vacaciones y llamó a los otros dos para promocionar un viaje y reunirse con ellos en las islas Baleares, aprovechando los precios. El acuerdo fue sencillo. Alquilaron en Agosto y en Alcudia unos apartamentos y empezaron su siniestro veraneo. Allí sufrieron los tres el ataque espeluznante que habría de poner fin a su vida insustancial. En la enorme playa del oriente, rodeados por una manada y enfrentados con el mar, comprendieron que su fin estaba próximo. Contemplaron a sus enemigos que atacaban con el ojo enrojecido y con la boca entreabierta, como un prólogo terrible de la pasión asesina que después sufrieron todos. No resistieron mucho. Descansen en paz los tres cerdos.

yO

Muchas veces me pregunto por qué escribo. Qué es lo que lleva a mi yo a perder su tiempo aquí, secretando estas palabras y contando a mis lectores, que son además tres o cuatro, qué es lo que pienso ahora. Nunca he llegado a intentarlo, pues mi intuición me aconseja ser prudente, si mi yo se encuentra en juego. Sin embargo, hoy lo he pensado distinto, porque hoy me encuentro con fuerzas y deseo enfrentarme de una vez con esta extraña pregunta que siempre está dando vueltas en esta cabeza mía que está demasiado libre y que suele carecer de disciplina por falta de curiosidad o por pura comodidad. Un poco de orden mental seguro que me irá bien, de modo que empiezo ahora y tiro del hilo del yo, para buscar la respuesta:
El yo es el centro de uno, aquello que suma o resta, lo que se alegra o entristece cuando las cosas van cambiando o se mantienen. El yo está dentro, muy dentro. Se parece demasiado al joven tierno que fuimos y apenas se reconoce en el viejo cascarrabias en que nos hemos convertido. Es este yo identitario que tanto nos hace sufrir y que a veces crece y crece y otras decrece de golpe, cuando se pincha de pronto y deja escapar su aire para dejar de ser "O" y empezar a ser un "o", o incluso minimizarse en simple punto y seguido. Es este yo tan cambiante, el que avanza en nuestra vida hacia la muerte, el que se arrepiente, el que pide y el que quiere, el que ama, odia o le da igual lo que pasa ante sus ojos, el que recibe desplantes o muestras de cariño, el que peca y el que obra por acción o por omisión. Pues bien, es un yo como éste el que aquí escribe, un yo que se mira en el espejo de las letras, como un Narciso de libro, para verse diferente. Muchas veces he pensado que las letras para mi son un espejo especial que intenta disimular mis defectos y magnifica el perfil que más me gusta, pero también he pensado lo contrario, porque también Mister Hyde brota siempre de una forma natural y las letras nunca dicen otra cosa diferente que aquello que dejamos escrito. El escrito es mucho más que nuestro espejo, en él se juega la vida. El escrito es un producto transcendente, una especial religión que te obliga a no mentir y que modela a ese yo que teje la red de palabras destinadas a encantarte con su ritmo y contenido. Sea como sea, en todo caso, lo que sí que queda claro es que hoy mi yo está algo abultado. Los artistas somos siempre un poco autistas y le damos mucho a esa bomba, que viene en nosotros de fábrica, y que hincha nuestro ego como un globo relleno de gas que nos permite flotar y elevarnos por el aire para mirar el paisaje desde arriba. Yo sé que eso no es bueno porque entiendo que avanzar de esta manera no concede más verdad a lo que escribo, que sucede más bien al contrario, porque uno empieza alejarse y no siente lo que siente el personal, la gente común que trabaja, la gente que lee los periódicos y escucha el telediario. Sin embargo, yo no puedo dejar de ser quien soy, atrapado en este yO que vota y bota. Así que sigo ascendiendo y me mantengo en mi ser y sigo en mi afán de escribir este mundo de ficción desde la óptica del águila. Luego pienso que bajar es una necesidad para explicar lo que pasa. Que para hacerme entender necesito la razón, la historia y la misma lengua y dar transcendencia a las cosas. Y sé que no puedo engañar, que el plumero se me ve y que he de decir la verdad para que el voto que pongo en la urna transparente parezca más relevante y se entienda su sentido. Y entonces yo pincho el yO para que quede una huella que explique cuál es mi ser y cómo entiendo a los entes que están a mi alrededor y qué símbolos lo explican. Y entonces me acerco a tí y pinto cómo es mi mundo, te cuento lo que he aprendido en un pasado aburrido y saco de mi lo que pienso que puede servirte a ti porque, a veces sin querer y otras queriéndolo mucho, yo te estoy representando en el presente lo mismo que lo hace el político en una democracia. Lo mismo que cuando votas o te manifiestas o haces huelga por una común idea, y te fundes con la masa, al leerme tú te metes en mi piel y yo me disfrazo de tí. Tú me buscas para ver, para entender tu papel y qué es lo que significas, y escarbas en esta tierra de símbolos y significados en donde nos cruzamos tú y yo en un impreciso tiempo. La realidad es presente y la literatura lo pone en conserva. Por esta razón tan sencilla, en lo que escribo hay futuro. Escucha pues mis palabras, que yo quiero para mí la parte completa de ti que deja su vida al leerme.