Caín y Abel

Pesa más el interés que la proximidad de la sangre. Eso es lo que se deduce de la historia de Caín y Abel tal y cómo nos la contaron. Sin embargo, todo hay que decirlo, la verdad es algo más complicada, porque el honor familiar también influye y porque las cosas, en realidad, no son ni blancas ni negras y siempre tienden al gris.
Por todos es conocido que Caín era ganadero, y Abel, era agricultor, y que se comportaron como buenos hermanos hasta que la tierra se interpuso entre ellos. Después de múltiples discusiones, amenazas e insultos, los dos jóvenes adultos se enfrentaron en la era en una pelea noble en la que Abel se llevó la mejor parte. Humillado Caín por la derrota, buscó la venganza un día, que armado con una quijada bajó del monte a desquitarse. El ataque le pilló desprevenido al hermano agricultor. Su sorpresa fue tan grande que salió corriendo despavorido de una forma tan cobarde que todos sus descendientes prefirieron contar la historia de un cruel asesinato que nunca se cometió. Los cainitas, por su parte, obviaron el primer enfrentamiento y cuentan tan sólo el final, liberando a su antecesor del estigma del asesinato y subrayando lo magnánimo del que permite la fuga de su oponente vencido. Ambas versiones son parciales, además, porque ignoran el hecho de que, años después, los dos hermanos decidieron tolerar sus actividades y se reconciliaron.

Pandémica escritura

Estoy mortalmente aburrido. Por esta maldita peste, me levanto cada día y repito mi rutina. Sigo un camino trillado, relleno de acciones útiles para aguantar la cuarentena. Es así. Como, duermo, recorro el pasillo cien veces, hablo por el teléfono, atiendo mensajes del móvil y veo la televisión. Además, suelo leer alguna cosa, por las tardes, y al anochecer escribo en mi diario. En él pongo mis recuerdos, el cabreo o el placer que sentí en algún momento, las reflexiones vulgares de un hombre vulgar como yo. Nada importante, lo sé. El mañana y el ayer se parecen tanto al hoy que es difícil aportar nada importante, pero no se trata de eso. Se trata de publicar la herencia que recibí y de editar los conjuros que usaba en mi juventud. Se trata de volver a contar, de remover la mochila y de ver por dónde salgo. Por eso me embarco en esto y brotan en mí las palabras. Se diría que de pronto me ha hecho efecto un elixir que tomé hace muchos años. Necesito contar algo, cuando la pluma se mueve y empieza a manchar el papel.

Puertas

                                                                    
                                                                    
  Hay puertas que se abren hacia dentro  
     y puertas que se abren hacia fuera      
          y hay, además, otras puertas           
       que rechazan ser un sólido telón        
                 y no soportan la idea                 
          de que alguien las confunda            
             con un pedazo de muro                 
        que se ha desgajado de pronto          
         y está de guardia en el quicio,          
           pendiente de las bisagras...            
         Son puertas que desaparecen          
             por arte de birle birloque,             
           como las blancas persianas            
             que se meten en su caja,              
                 imitando sin querer                   
                a nuestros párpados,                 
            como los labios que besan            
              en el umbral de la boca,              
             como el esfínter carnoso              
        por donde el cuerpo descarga,          
        o como las blandas cariátides           
                   que abren paso                       
                   a la hoz estrecha                     
                         del pasillo                          
            por donde brota el placer.