La fuerza de la naturaleza

Sucedió que, cuando iban a sacarlo del lugar en el que estaba enterrado, se levantó el Francolí.

Frankenstein

En su barca a la deriva, el monstruo recorrió las orillas del Ártico, hasta que el océano lo engulló. Sucedió entonces que una gigantesca ballena le dio posada en su vientre y que dos meses después, justo en el mismo sitio en donde una tatarabuela del cetáceo había depositado a Jonás, aquel pálido individuo emergió del ancho mar: 
-Preparad los caminos del señor- dijo de forma mecánica al locutor de la radio al tocar tierra, pero allí nadie sabía de las sucesivas creaciones de Mary Shelley, del doctor Frankenstein ni de aquel individuo horrible que les hablaba con el verbo arrebatado de los santos convencidos. Él era un ser monstruoso, sí, pero también era inteligente. Él había estudiado incansablemente en sus largos meses de reclusión forzada y ahora intentaba culminar su trabajo, cultivando su presencia en los distintos medios de comunicación y pretendiendo cerrar por fin el círculo, con el invento de un nuevo ser omnipotente que fuera capaz de crear a Mary Shelley.
A pesar de los enormes esfuerzos apostólicos de Franquenstein, el sentido de su mensaje nunca se entendió correctamente.

Jaimito

Había una vez un hombre de risa fácil:
-Ja, ja, ja, ja, ja...
Tanto y tan bien se reía que llamaba la atención, de modo que un día otro decidió hacer lo mismo:
-Ja, ja, ja, ja, ja... Imito.
Con el paso de los años, se entendió que era muy positivo el comportamiento del hombre de risa fácil y el del hombre que lo imitaba, y así surgieron otros muchos que siguieron sus ejemplos, de manera que llegó un momento en el que la mayor parte de la gente se dijeron partidarios de la risa. Y sucedió que en las casas y en las calles de aquel remoto entonces, retumbaban las sonoras carcajadas, de una forma tan notoria que un escritor sensible pensó en componer una historia que contara su opinión acerca de lo que les había pasado. Tras una larga reflexión, sobre el papel de su creativo cuaderno, escribió:
-Ja, ja, ja, ja... Y mito...
Y después de componerlo y publicarlo, y después de que se leyera en todo el mundo y de que la obra fuera reconocida como la mejor de todas las obras maestras del género de los aforismos, alguien quiso poner nombre a su eximio autor anónimo. Fue entonces el turno de un filólogo investigador que trabajaba en la biblioteca nacional y daba clases de literatura, que examinó las fuentes originales, corrigió sus faltas de puntuación y de ortografía, analizó las anotaciones de los márgenes e hizo pública la conclusión definitiva de una sesuda investigación que tenía también como objetivo el nombre desconocido. Al respecto de este último punto escribió:
-"Con arreglo a los datos relevantes que obran en mi poder, la onomatopeya de la risa tuvo que ser la base del nombre de su autor. Por esta misma razón, he rastreado en el diccionario los nombres que empiezan por Ja y he concluído que su nombre pudo ser James, en inglés, Jaques en francés, Jaime, en español, o Jaume en catalán. Sin embargo, la epopeya se escribió en castellano, de eso no cabe la menor duda, y su nombre, por lo tanto. a mi modo de ver, es probablemente Jaime. J'aime Jaime: Ja y me".
Entretanto, en el Valle aislado del Silicio, en California, un joven planteaba otra salida al oscuro misterio de la risa:
-Je, je, je, je,- decía -"Cuatro je". Je, je, je, je, je... "Cinco je".

A vuelapluma

Escucha lo que te digo. No te conozco, lector, ni sé quién eres ahora, ni el tiempo en el que me estás leyendo. Espero no hacerte daño. Como yo no sé de tí, te cuento lo que yo siento. Aprieto en este papel las letras de mis palabras en líneas horizontales y te hablo de quien soy y de las cosas que en verdad me preocupan. Soy una persona normal, un hombre gregario y vulgar que se ha pasado la vida mirando cómo luchaban las gentes a su alrededor. Carezco de rasgos insignes y padezco de la simpleza del imbécil. Soy un pelele común, un individuo mediocre, cuya mente limitada en ocasiones exhibe un sentido del humor de gracia fácil y algún truco intelectual. Mi defecto más notable es que no sé decir no, que me refugio en la sombra de los que quieren mandar y piden lo que necesitan. Sin embargo, no soy malo. Tengo méritos morales relevantes. Me cuesta un mundo mentir y me gusta decir lo que pienso. Cultivo la soledad, buscando en mí una verdad que está lejana y distante y sigo un camino gris, muy lejos de los oropeles. A nadie he rendido culto y pienso seguir así, incluso en el caso difícil de que alguien procure el éxito de estos escritos escasos que emanan descontrolados de mi mente de escritor atolondrado. Por eso puedo decir que soy un autor autista y que soy al final como tú, una enorme masa gris que en el tiempo se ha cocido y ve que sus grandes defectos brotan también en sus hijos y siguen vibrando en sus nietos. La historia conserva su herencia en cajas de carne y hueso. Lo demás, las cuatro cosas en las que he gastado el tiempo, el amor de las mujeres y el cariño que me dieron mis amigos, son sólo pequeños cuentos, ficciones que salvo excepción nadie jamás contará, negruzco légamo azul en el lago del olvido. Si alguno de mis lectores asiste a mi entierro el día que toque hacerlo, en vez de decir mentiras y rellenar los silencios con típicos lugares comunes, podría leer estas letras y recordarme un momento.