El proceso

El pintor enseña a sus ojos a mirar y a ver el rostro que está pintando. Luego elige los colores que se parecen más al rostro, de acuerdo con la luz que entra por la ventana, y después los dispone sobre el papel o sobre el lienzo y surge una imagen inmóvil, quieta, una imagen que, sin embargo, transmite la sensación de que quiere hablar, porque sus ojos abiertos están llenos de vida.
Tanto le gusta al autor el retrato que ha pintado, que lo lleva a la galería y lo expone a la mirada de la gente. Las personas que asisten a la inauguración ven el cuadro y se imaginan que ese rostro no está quieto y que en el fondo hay un hombre que les mira y que se mueve y que, además, parece que quiere comunicarse, que tiene algo que decir y puede escuchar nuestras palabras. "Sí", dice el contemplador, "este rostro me habla, me interpela...", y la gente le hace ver que también a ellos les dice cosas, que a veces pregunta y que en ocasiones contesta, que es un señor parlanchín que quiere explicarse allí y que eso es lo que espera cuando se queda plantado justo en el medio del cuadro y te mira como diciendo: "¿Qué me dices? ¿Qué?"
Sin embargo, el personaje al que miran está callado. En realidad no se mueve. "Qué locos estamos todos", concluyen. "De remate, de remate", dicen... Y siguen mirando a los ojos y a la boca del retrato. Que ¿para qué? Para entender, para pedir perdón, para obtener placer, para salvarse.

Luces de la ciudad


Hoy y he visto una vez más la última escena de "luces de la ciudad". La ponían en TCM. Me he topado con ella al zapear y no he podido resistirme. Decir que me encanta es decir poco. Me emociona. Veo al Charlot-mendigo, que viene de la cárcel y que acaba de ser humillado por los chicos de la calle, justo en el momento en que se encuentra con su amada, la bella y rubia cieguita que ahora está tras el limpio cristal del escaparate de una floristería en el centro de la ciudad. En ese momento el joven mendigo siente que su corazón se rompe. Ella está preciosa y no puede reconocerle aún, porque esa es la primera vez que puede verlo, a pesar de haber sido él su benefactor. Sin embargo algo le llama la atención en el rostro del mendigo que le impulsa a salir afuera para darle una limosna y una flor que sustituya a la que él ha destrozado entre sus manos, presa del nerviosismo, al descubrirla en la tienda. Ella intenta convencerlo de que coja sus presentes, mientras él hace por irse, pero ella le detiene y al tocar su mano, de pronto, su rostro se ilumina. Acaba de darse cuenta de que es él. El hombre que pagó para operarla de la vista y que luego desapareció sin dejar pistas. Entonces ella, que recorre su cuerpo para estar totalmente segura, pone la mano de Charlot sobre su pecho y le entrega su belleza.¿Será verdad lo que dicen las imágenes? ¿Será verdad que ella lo ama, aunque sepa, finalmente, que él es tan sólo un mendigo, un joven sin oficio y sin futuro? Sí, es verdad. La verdad pura del arte.

La paleta femenina

Estoy haciendo un dibujo

en el que salgo en el centro

y aparecen a mi lado mis tías y mis abuelas.

Encima de cada una 

pondré su nombre

en mayúsculas.


Si los nombres de la gente son vestidos diferentes,

cada nombre le hace juego a algún color.

En mi nombre y el de Blanca el asunto es evidente 

porque Aurora significa también Alba,

aunque el rosa es más bonito, para mí.

A abucarmen la pondré de color carne

y de negro a mi mamá, a Lala y a tía Denise.

A abuleo, Lily y Cuca las haré mejor de rojo

y el azul se lo reservo a Cuqui y a Beatriz.

Dejo sin rellenar a dos figuras sin nombre

por si acaso me he olvidado de pintar 

alguna mujer importante.

Tal vez pinte al sol dorado

y a algún pájaro volando

sobre el mar.


Mamá dice que es precioso.

Por la tarde, 

cuando acabe,

les envío a todas ellas

un watsapp.

 ¨:_:¨ 

Ayúdame, por favor

Me desperté un día más tarde y todavía sigo atrás, sin poder recuperar el tiempo que se pasó soñando que estaba despierto. Lo grave de no vivir en el día que corresponde es que las cosas suceden sin ti, que llegas tarde a todo, que no contestas con espontaneidad a las cosas que te dicen, que han de esperar a tu firma los documentos, como mínimo veinticuatro horas, que has de llegar a tus citas el día anterior al que tienes señalado en la agenda, y muchísimas cosas más que resultan aún peores, en especial todas esas que tienen que ver con el sentimiento o con una excitación momentánea y que se deciden de pronto, sin que tú colabores en el calor de los hechos y de forma muy diferente a la que la naturaleza o la dinámica del acontecimiento parecía que debía resolver en su momento. Eso por no añadir lo que piensas al sentir lo que pasa en tu corazón y en las partes más sensibles de tu cuerpo al padecer a destiempo los dramas y las alegrías. Yo siempre lo he lamentado y hubo períodos en mi vida en los que comentaba mi extraño padecimiento sin temor, intentando justificarme o buscando remedio a mi mal, pensando en que yo no era el primero en sentir lo que sentía y que había gente sabia que podría aconsejarme con un día de retraso. Hablé con médicos, filósofos y literatos del más diverso signo y ninguno fue capaz de comprenderme o de darme una receta que sirviera como cura. La mayor parte de ellos se rieron en mi cara, pensando que lo que a mí me pasaba era increíble y que les estaba tomando el pelo, y los que me creyeron no supieron enfocar el problema, ni dar con la causa o con una prescripción que enfrentase los desagradables efectos de mi enfermedad. Por eso he decidido abandonar esta estrategia, aparentar que vivo el mismo presente que todos, disimular y buscar la solución en el mundo de la ficción. Esto es lo que ahora hago aquí. Escribo este cuento corto que plantea la cuestión y espera que algún lector piense el asunto por mí y me encuentre una salida. Lo hago muy convencido, pues sé que la literatura es sobre todo tiempo, tiempo en conserva puro, presente que se hace eterno en el papel. Entiendo que a la literatura le pasa lo mismo que a mi, que sirve para parar la incesante sucesión de los instantes. En efecto, creo yo, el tiempo estalla a tu lado de la forma más ruidosa y olorosa y no se detiene por nada. El tiempo labra arrugas en tu frente y te hace viejo y cascarrabias. Sin embargo, la literatura es siempre joven y fresca. Ulises o Don Quijote mantienen su edad y su sino por los siglos de los siglos. Por eso yo acudo a ella, y me cuento como el ser protagonista de esta historia. De modo que no digo más, querido lector y amigo, escucha mi triste pasión y ayúdame, por favor.