La fábula contemporánea de los tres cerditos y los coronalobos

Había una vez tres cerditos que vivían en España, Italia y Grecia y que se encontraron un día con la infausta y triste noticia de que, en China, una nueva raza de lobos, la raza de los coronas, hacía carnicerías tan graves y tan extensas en una región oscura de la cuenca del río Amarillo que resultó necesario decretar confinamiento y mantenerlo. Lo leyeron en los periódicos y lo vieron en las televisiones, antes de ser elegidos delegados en sus respectivos países en asuntos de lobos ajenos. A pesar de lo terrible de aquellas informaciones, ninguno de los tres cerditos atendió a las múltiples recomendaciones de los órganos internacionales. 
A la conferencia sanitaria, celebrada a finales del mes de Enero, para atender a la amenaza que los lobos crona suponían, asistieron los tres cerditos, junto a otros animales afectados de la extensa y vieja Europa. Allí nuestros protagonistas consiguieron imponer la idea de que la amenaza no era muy preocupante pues, según informaciones de medios mal informados, los carnívoros lobos no eran más que perritos pekineses. Además se rebatía a los típicos disconformes que veían el horror del ataque de estos seres sanguinarios, argumentando con fe que no existían razones suficientes para pensar que unos lobos nacidos en extremo oriente quisieran pasar por aquí, de modo que el riesgo era bajo. Después del acuerdo zafio que en Bruselas daba pista a todos los lobos corona, los tres cerditos del cuento volvieron a sus países y siguieron cada uno por su lado su programa peculiar de fiestas y de manifestaciones, pues eran cerditos pigs y hacían lo que les apetecía. Mientras tanto, miles de lobos hambrientos comenzaron en febrero su expansión acelerada, enviando a algunos miembros de su comunidad sanguinaria a los tres grandes países, pensando en los pigs sabrosos. Los lobos sabían bastante de las dehesas de encinas y alcornoques y del sabor especial  de los cerdos de estas tierras, de modo que aterrizaron en Italia, visitaron los museos y las ruinas y atacaron sin piedad a los cerditos del Calccio que llenaban los domingos los grandes estadios de fútbol. Más tarde llegaron a España donde siguieron igual, devorando a los cerditos que salían a su paso en manifestaciones masivas. En Grecia, por excepción, en donde vivía el tercero de los cerditos del cuento, los menos concurridos aeropuertos y algunas medidas sencillas de control en las entradas evitaron las terribles matanzas que en Italia y en España sucedían.
Después del confinamiento de los meses de abril y mayo, que se impuso en la vieja Europa para evitar el asedio de los sangrientos lobos corona, llegó la etapa de las mascarillas, en los meses de Junio y Julio. Esta etapa pretendía despistar al enemigo, impedir al animal depredador conocer a ciencia cierta si el cerdito al fin lo era o si sólo lo parecía, y así, las probables víctimas tenían un tiempo precioso para buscar un refugio y escapar. En esta fase se hablaba de sesudas conclusiones que afirmaban sin temor que a estos salvajes cánidos les gustaba mucho más la carne de los ancianos que la tierna de los cerditos, de modo que los tres amigos de los países del cuento decidieron no ponerse mascarilla con el enojo evidente de sus progenitores mayores. Pasó también que en España siguieron sin controlar la entrada en los aeropuertos y que pronto la llegada de nuevos corona lobos reanimó la carnicería.
El pequeño cerdo hispano no prestó gran atención al incipiente peligro, se marchó de vacaciones y llamó a los otros dos para promocionar un viaje y reunirse con ellos en las islas Baleares, aprovechando los precios. El acuerdo fue sencillo. Alquilaron en Agosto y en Alcudia unos apartamentos y empezaron su siniestro veraneo. Allí sufrieron los tres el ataque espeluznante que habría de poner fin a su vida insustancial. En la enorme playa del oriente, rodeados por una manada y enfrentados con el mar, comprendieron que su fin estaba próximo. Contemplaron a sus enemigos que atacaban con el ojo enrojecido y con la boca entreabierta, como un prólogo terrible de la pasión asesina que después sufrieron todos. No resistieron mucho. Descansen en paz los tres cerdos.