Nuestras vidas son los ríos

El agua nos envuelve en el útero materno y luego nos acompaña hasta el lago del olvido. Somos agua, agua limpia y natural que, sin cesar, corrompemos. El agua no tiene color pero es capaz de cambiar y hacerse verde o azul, cuando juega con el sol, o roja en el cuerpo animal. Tampoco tiene sabor, pero disuelve la sal y el azucar o la miel. La bebemos transparente, del grifo o de la botella, y nuestro cuerpo la usa y acaba por devolverla vestida de un tono amarillo. Dicen que es propio del hombre hacer canales de agua, como el que conecta el Mar Rojo con el Mediterránero y llaman canal de su hez. El hombre lo ensucia todo. “De perdidos, al río”, decimos. “De vertidos, al río”, deberíamos decir, y así entenderíamos mejor cómo se mancha el mar y qué es lo que ven nuestros ojos de anónimos robinsones una vez que naufragamos en la isla de la soledad. Dicen que allí el agua es gris, que es agua de putrefacción, y que el barco que nos transporta deja caer por la borda las ruinas de nuestra memoria. Es el barco de Caronte, una especie de patera para muertos. Hasta allí llega la vida. Después del guardián Cancerbero se entra en el reino de Hades. Mientras la sólida tierra acepta que nos entierren, el agua desaparece. Ya lo dijo el gran Arquímedes: El final del principio es el líquido desalojado. Así es, no cabe duda. Pero el universo es esférico y por eso, en la realidad, el principio y el final no sólo coinciden en todo, sino que además, son lo mismo, el mismo espacio sin más... En el Génesis se dice que en el principio era la nada y el Apocalipsis sugiere que habrá un final para todo... En la nada estaba el todo, y en medio el agujero del tiempo, ese paréntesis corto que va labrando el presente en medio de la eternidad. Sin embargo el tiempo no es un cuerpo sólido. El informe tiempo fluye como el río o la cascada y en el tiempo todo nada. Tenemos tan sólo tiempo, el latido continuo de nuestro corazón, la corriente que nos empuja hacia el mar. Cada uno de nosotros somos tiempo. Por eso bebemos tiempo y vivimos en el agua. Bebemos un tiempo vivo, que es el único que existe, y vivimos en el agua que manchamos cada día sin querer. Así que nada y navega, contempla lo que sucede en esta orilla del puerto, escucha a los dioses marinos y deja que pase la vida, sabiendo que hay un final que es a la vez el principio de un infinito imposible.