Marathon

Salgo corriendo. Soy tan joven como ingenua y me siento fuerte por dentro. Necesito descubrirme tal cual soy lejos de mi familia, cambiar de lugar y de gente, navegar por mares sin nombre. La vida ha de ser mejor al otro lado, allí adonde me llevan mis pasos. ¡Qué gusto me da sentir! ¡Qué placer da comprobar la forma natural en la que el cuerpo me responde! Yo sé que tengo futuro. Puedo con pesos pesados y resisto mucha más de lo que se podría esperar después de no haberme entrenado para ello. Por eso sigo corriendo y piso la blanda hierba, satisfecha, a la hora en que la aurora está naciendo. "¡Venga! ¡Corre!, las puertas del mundo aún están abiertas". 
El sol aspira en el cielo y me quita el aire limpio que respiro. Es el calor asfixiante de la mañana ascendente. Empiezo a cansarme un poco por el esfuerzo continuo. Estoy en medio del mundo, en una larga carrera que se sucede a sí misma. Voy buscando las razones de todo lo que me pasa, rompiendo amarras antiguas y buscando cosas nuevas: El mundo es un gran almacén que acaban de abrir allá lejos y cada vez que tomo una decisión dudo de que el sentido del camino sea el correcto y de que merezca la pena debatirse contra un mal que tan sólo intuyo, porque aún no soy muy sabia. Mis pies son como mariposas y mis manos van tirando de mis pies, cual marionetas sin hilos. Gotitas de agua salada se deslizan por mi frente y riegan mi piel del olor que los poros de mi cuerpo van soltando. Jadeo de forma rítmica, acomodando los ritmos del corazón inconsciente con los del fuelle del pecho y cada paso que doy me cuesta más que el que di un momento antes. Así que sigo corriendo y pienso que en algún momento tendré que detenerme. Luego las nubes se instalan, restando luz al paisaje y mi cuerpo empieza a dar síntomas de agotamiento. Corro sin fuerzas ya y pienso en pararme en seco y descansar finalmente. Sin embargo, siempre hay razones para persistir. La fuerza de las decisiones, el pasado con su peso insobornable que gobierna a la memoria: "Venga, aguanta un poquito", me digo, "Tienes que llegar aunque agonices, aunque sea lo último que hagas. La meta no debe andar lejos. Seguro que se encuentra ahí, después de llegar a esa cumbre o a la vuelta de esa curva tan cerrada". De este modo me convenzo de que aún está a mi alcance el objetivo e intento un último impulso. Amplío mi corta zancada y reduzco la frecuencia de los saltos y siento que mi carrera se hace lenta y que apenas puedo seguir, pero lo intento de nuevo: El cuerpo desmadejado, el corazón hecho un cisco y mi piel bañada en sudor: "Adelante... ¡Vamos! ¡Vamos!" 
Al rato el fracaso me asalta. Empiezo a sentir un cansancio insoportable. Ya no puedo con mi alma. El depósito está casi vacío. No encuentro lo que esperaba y estoy cada vez más sola. El sol ha borrado las nubes y escala en el cielo claro hasta un punto vertical. Parece afirmar su dominio. Lo siento, no puedo más.