Un nuevo Ulises

Delante de mis alumnos, acababa de escucharle que los libros que teníamos delante y vendía aquella organización de beneficencia eran libros viejos. Hablaba con una sonrisa de conmiseración, sin manifestar el menor respeto por el pasado, e imaginé que al hablar de esos conjuntos encuadernados de letra impresa se refería a unos trastos molestos que esperaban su último retiro en un asilo barato justo antes de morir, pensé que estaba aludiendo a unos objetos decrépitos, rellenos de arrugas profundas o de desgastadas hojas amarillas y atacados ya por la humedad y los insectos. 
-¿Cuanto quieres por este libro?- pregunté, señalando una vieja edición de la Odisea.
-Lo que te parezca- dijo.
Saqué de mi bolso la cartera y dejé tres euros en la mesa:
-Los libros son algo extraño. Los libros no tienen edad ni un paisaje definido entre sus letras, pero saben hacernos viajar. Los libros renacen en nuestras mentes y acaban por recibir nuestra sangre y nuestros sueños y, por eso, son tan jóvenes o tan viejos como lo somos nosotros, sus lectores.
De inmediato abrí el libro y comencé a leer la historia que Homero imaginó hace siglos y volví a ser Ulises. Un Ulises con más años, un Ulises que conoce las palabras del relato que los siglos han dejado pero quiere ir más allá porque sabe que sus viejas experiencias son la fuente que rellena de sentido lo que mira, el filtro que expande o limita la comunicación con los otros, la fuerza que integra o rechaza los mensajes de la cruda realidad.
Y entonces la magia de Circe, la ternura de Telémaco, la fidelidad de Penélope o la rabia de Polifemo lograron hacerse un pequeño hueco en nuestras mentes y volvieron a circular entre nosotros.