Parking

Mientras leía la crítica de Popper al historicismo, me quedé profundamente dormido.
En el sueño que de pronto se proyectaba en mi mente, yo había descubierto un hueco en un aparcamiento gratuito en el interior de la manzana de la casa en donde vivió mi abuelo con la suerte de esos días en los que el sol parece que ha salido especialmente para ti. Cuando a la media hora yo regresaba para recoger mi vehículo había ya un jubilado haciendo guardia en el estrecho acceso.
Como yo llevaba ya las llaves en la mano, el viejo, sentado al volante, me preguntó tuteándome:
-¿Sales?
-Sí, estoy aparcado ahí mismo.
-Con el precio del aparcamiento, merece la pena esperar- comentó.
Yo asentí y avancé hasta mi coche, con la sensación tramposa de aquel que se va de un sitio sin pagar. Luego me introduje en el asiento, arranqué y salí de allí. Al cruzarme con el hombre que esperaba, me dio por pensar en que yo no era igual que él y en que necesitaba decírselo:
-¿Sabe? Este edificio lo construyó mi abuelo y yo nací aquí mismo- le dije.
Y él se me quedó mirando inexpresivo, justo antes de meterse en el espacio que yo dejaba libre.
Nada más salir de aquel parking, que era también un residuo de la vida de mi estirpe, salí también de mi sueño y me topé otra vez, semidesnudo, frente al muro del osado historicismo.