Pulgares vulgares

Miro mis manos viejas y veo cómo se abrazan, con los dedos oponiéndose uno a otro, inclinándose hacia abajo como montañas antiguas ante la extraña pareja de los pulgares en pie. Parecen dos hombres calvos, dos ancianos que muy juntos, en vez de pelo me muestran sus dos uñas, de espaldas a mis ojos grises, dos ancianos que se apoyan uno a otro y que brotan como ramas hacia arriba para mirar a lo lejos. Dos ancianos detenidos, aferrados a su pie de carne blanda que se tocan sin querer, acostumbrados a ser pulgares vulgares sin más, mi pareja de pulgares... Repito todos los días esta experiencia cerrada sin saber por qué ni cómo y los veo levantarse y mirar al más allá.

Todo nada

Me han publicado un libro de aforismos. Su título es “Todo nada”. Son chispas de pensamiento a las que llamo ”Redichos”. De ellos quisiera decirte tres cosas:
La primera es que cada línea es un pensamiento distinto. Los “Redichos” son destellos libres e independientes, reflexiones juguetonas que buscan sentidos ocultos en un universo caótico. Cuando los leas, hazlos tuyos. No busques contradicciones ni pretendas encontrar la coherencia discursiva de un cuento o de una novela. Acepta lo que te sirve o te convence. Necesito de tu experiencia, porque es tu mente la que entiende cada frase libremente, la que abre o cierra la puerta. Así que, por favor, acoge en tu cabeza lo que sigue. Aspiro a ser comedido. Se trata tan sólo de hablar y de dejar testimonio. De entenderme y de ayudar a que te entiendas. Para eso ordeno los distintos temas en capítulos, en lugares donde a veces las ideas reverberan y pueden parecer sistemáticas, aunque no lo son ni lo pretenden. De modo que sigue leyendo, escucha este frágil sonido y deja que el viento lo mueva y llegue volando hasta ti: “Tú eres mi única clave”.
La segunda cosa que quiero decirte es que algunos de mis “Redichos” parten de los refranes, de los dichos. Como en ellos, mi saber es experiencia, el saber de las batallas que el abuelo cuenta al nieto o el conocimiento que da la decepción y el fracaso. Mi saber viene de oído, de la libre apropiación de lo que anda suelto por ahí. Por eso, los dichos me atraen, al igual que los slogans o los títulos. Ellos introducen frases claras y tajantes que se columpian en el ritmo o en la rima para reforzar su eficacia, ellos imponen su ley porque están en nuestras mentes. Son como toros muy bravos que te animan a salir a torearlos, a añadir o a quitar letras y a separar sus sonidos para variar su sentido. Son como primos o tíos, gente de confianza, nuestra lengua familiar, la verdad de nuestra herencia.
En tercer lugar, quisiera hablarte de mi trabajo. Mis redichos padecen del humor e insensatez de mi yo más habitual o de la seriedad transcendente que exhibo en mis días malos. A veces soy sólo un yo, triste o alegre, cuerdo o enloquecido, convencido o asombrado, y a veces intento ser tú, una máscara cualquiera o cualquier cosa ocurrente. Quiero decir con esto, que intento contar, nada más. Escribo por necesidad, para decir que aquí estoy, que por mi respira la historia y el saber común del tiempo. Por eso rebusco en mi mente, en el polvo o la basura restos de cualquier sucedido e intento narrar lo que siento. A las palabras las trato como si fueran personas. Las presento o las enfrento e imagino sus tratos y sus juegos o el disfraz con que se visten ante el espejo de los palíndromos o ante la magia del calambur. Después viene el filtro del sentido, pues no olvido esa absurda aspiración de lo real de emerger tras lo que cuento, de modo que minimizo las sinestesias y la irracionalidad surreal, uso imágenes y tropos para presentar el ser al mito y trato de dar trascendencia a lo que es simple, natural, desorganizado o trivial. Intento ser franco, sencillo y directo, pero, además, muchas veces, exprimo a las palabras para reforzar su carácter o añadir ambigüedad a la expresión. Luego apunto, sintetizo, clasifico, perfilo, combino, corrijo y, al final, selecciono, mientras evito, si puedo, las digresiones ociosas. Me ocupo también del brillo y la limpieza, añadiendo ritmo y rima o poniendo de mi lado a la ironía y al ingenio sin marcar el territorio con oscuros lenguajes gremiales y sin abusar de la queja o de la trascendencia insufrible del sabiondo. Para acabar, finalmente, yo diría que, además, intento buscar tu sonrisa. Por lo tanto, te lo ruego, entiende lo que te digo y valora el humor, por favor. Prefiero una parida fácil a las poéticas frases cuyos verbos y adjetivos concuerdan con el sustantivo sin conocerse siquiera.
Si alguien quiere ojearlo, sostenerlo, adquirirlo, e incluso apropiarse de él igual que en la tradición oral de los refranes y dichos, podrá encontrarlo en las librerías Gil de Santander o Delibros de Torrelavega, y también solicitarlo, después de especificar el título: "Todo nada", el autor: "Carlos Rodríguez Mayo", la editorial: "Libros del Aire" y el ISBN: 978-84-12624S-4-0. Nada más. Recuerda que, en esta rayuela, no hay orden preestablecido. Consulta el índice antes, empieza por donde quieras y salta sobre el raso suelo con la mayor libertad. Un saludo. Espero que lo disfrutes y que nunca te tropieces.

Eres mi viva estampa

En mi rostro se enfrentaron desde niña los rasgos de mis padres. Mi abuela decía que yo era un calco de mamá. Recuerdo que me contaron muchas veces la historia de aquel antojo que salía en el centro de la espalda de las mujeres de mi familia y que luego desaparecía como un signo que perdiese con el tiempo su valor. Me acuerdo también de los comentarios de las visitas acerca de la forma semejante de nuestros rasgos o sobre el color de nuestro pelo. Yo entonces quería ser como mi madre. Admiraba su dulzura y su inteligencia y jugaba a disfrazarme con sus vestidos o a calzar sus inmensos zapatos y arrastrarlos por su dormitorio ante el espejo. Luego la fui conociendo mejor. Con los años descubrí que era una mujer vencida, sometida a su marido, y no tardé en ponerme de su lado. Frente al poder de papá, fuimos cómplices. Aún recuerdo con qué riesgo encubría mis salidas nocturnas o su habilidad para quitar importancia a mis suspensos. Bajo su magisterio, aprendí a intuir su pensamiento o a bajar la mirada ante mi padre, a tener el don de la oportunidad o a plantear la mejor estrategia para conseguir cada objetivo. Me modeló tan a su estilo y yo colaboré tanto con ella que pensé que era posible ser su doble. Sin embargo, ahora caigo en la cuenta de mi error y lo lamento. Aunque acerté en la alianza, me equivoqué de enemigo. A pesar de que entonces aún no había heredado sus alergias, a pesar de que mi nariz no había recibido todavía la orden de combarse siguiendo su modelo, tenía que haber comprendido que yo también tenía los genes de papá. Debería haber previsto que en mi cara surgiría esa misma expresión amenazante que exhibía en los tensos silencios y que acabaría por desafiarle a un combate en el que mis ojos atravesarían su máscara de hierro y lo someterían con sus mismas armas. Desde entonces él ya nunca me mira con desprecio, pero a mí, la verdad, no me hace feliz esta victoria. Preferiría seguir siendo como ella. Siempre quise ser como mi madre.

Silencio

En el principio era el verbo,

un verbo activo y capaz,

que empezó la creación.

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Y el Verbo creó la noción

de un tiempo en presente continuo, 

que atrás dejaba al pasado

para intentar ser futuro.

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Pero el tiempo corrompía 

a la verdad, y el altísimo dudó

entre contar su versión,

haciéndose carne y mortal,

o dejar que la verdad 

se escondiese entre las zarzas

de los hechos.

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Verbum caro factum est,

dicen de quien se murió 

en el centro del Calvario,

pero olvidan que después

se instala en la eternidad 

 del trono dorado del cielo 

y está callado y tan quieto

como un dios de cartón piedra.

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El verbo es un gran frontón,

la blanca pared de silencio

que se enfrenta diariamente a nuestra fe.

Me mola Kant, cantidad

En el camino, hay un cuento que de canto está dispuesto y Kant canta: "Canto... Luego existo..."

En el cuento se tropieza y piensa en el cuento de canto y en su canto, y dice: "Un cuento de canto cuenta y un canto de canto canta. Si el cuento cantase cantos y el canto contase cuentos, tal vez el cuento cantase y el canto contase cuentos".

Y sigue cantando Kant el canto del cuento de canto o el cuento del canto y el cuento que se encontraron de pronto en el medio de su canto.

Nuestras vidas son los ríos

El agua nos envuelve en el útero materno y luego nos acompaña hasta el lago del olvido. Somos agua, agua limpia y natural que, sin cesar, corrompemos. El agua no tiene color pero es capaz de cambiar y hacerse verde o azul, cuando juega con el sol, o roja en el cuerpo animal. Tampoco tiene sabor, pero disuelve la sal y el azucar o la miel. La bebemos transparente, del grifo o de la botella, y nuestro cuerpo la usa y acaba por devolverla vestida de un tono amarillo. Dicen que es propio del hombre hacer canales de agua, como el que conecta el Mar Rojo con el Mediterránero y llaman canal de su hez. El hombre lo ensucia todo. “De perdidos, al río”, decimos. “De vertidos, al río”, deberíamos decir, y así entenderíamos mejor cómo se mancha el mar y qué es lo que ven nuestros ojos de anónimos robinsones una vez que naufragamos en la isla de la soledad. Dicen que allí el agua es gris, que es agua de putrefacción, y que el barco que nos transporta deja caer por la borda las ruinas de nuestra memoria. Es el barco de Caronte, una especie de patera para muertos. Hasta allí llega la vida. Después del guardián Cancerbero se entra en el reino de Hades. Mientras la sólida tierra acepta que nos entierren, el agua desaparece. Ya lo dijo el gran Arquímedes: El final del principio es el líquido desalojado. Así es, no cabe duda. Pero el universo es esférico y por eso, en la realidad, el principio y el final no sólo coinciden en todo, sino que además, son lo mismo, el mismo espacio sin más... En el Génesis se dice que en el principio era la nada y el Apocalipsis sugiere que habrá un final para todo... En la nada estaba el todo, y en medio el agujero del tiempo, ese paréntesis corto que va labrando el presente en medio de la eternidad. Sin embargo el tiempo no es un cuerpo sólido. El informe tiempo fluye como el río o la cascada y en el tiempo todo nada. Tenemos tan sólo tiempo, el latido continuo de nuestro corazón, la corriente que nos empuja hacia el mar. Cada uno de nosotros somos tiempo. Por eso bebemos tiempo y vivimos en el agua. Bebemos un tiempo vivo, que es el único que existe, y vivimos en el agua que manchamos cada día sin querer. Así que nada y navega, contempla lo que sucede en esta orilla del puerto, escucha a los dioses marinos y deja que pase la vida, sabiendo que hay un final que es a la vez el principio de un infinito imposible.

La lengua de dios

Muchos fueron los judíos que buscaron las fuentes de la palabra, sometiendo a las letras del alfabeto a repeticiones de índole matemática o jugando con los términos del Génesis, pero ninguno de ellos llegó tan lejos como Iván Aví. Para este sefardí, la lengua original, ese idioma perfecto por divino y primigenio, fue el castellano. En efecto, según su punto de vista, expresado en 1661 en su obra: “Oro”, si Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, pensar que el idioma de Adán era el del mismísimo Verbo resulta muy razonable. Si además se tiene en cuenta que la creación se hizo de la nada y por oposición de contrarios, como un trance del combate especular entre el ser y el no ser nunca, entre el signo más y el signo menos, entre el vicio y la virtud, este primer idioma debió de tomar forma a base de palíndromos. Aví se enfrentó con los judíos londinenses que defendían que una mistificación de inglés y francés habría sido el vehículo de las primeras palabras de Adán. Según estos, el varón se habría presentado a la mujer diciendo: “Madam: I'm Adam”. Pues bien, nuestro sabio sefardí explicó en castellano que el idioma estaba ya en la mente de Dios y del mismísimo Adán desde antes de su nacimiento, aunque Dios jamás hablaba pues no tenía con quien. Por eso, según Avi, aquella presentación cortés no fue el primer balbuceo de la lengua de los hombres y sí una ingeniosa ocurrencia. Su hipótesis razonaba que, si Adán fue de verdad la imagen del mismo Dios, este momento mágico se tuvo que producir justo en el mismo instante en que nacía. Según su punto de vista, aquel extraño ser fue consciente de que toda su esencia humana era un reflejo de Dios, de modo que frente a él, convenientemente arrodillado, dijo con honesta humildad: "Yo soy Adán, nada yo soy".

Gigantes y enanos

Los gigantes son tan grandes que son admirados y temidos, pues son muy altos y fuertes. Los enanos son pequeños y hay gente que los desprecia. No saben los que así piensan que los gigantes padecen de graves problemas vitales, pues deben ocupar su tiempo en procurarse un sustento que es caro y voluminoso y padecen deformaciones como consecuencia de su rápido y, a veces desordenado, crecimiento, de manera que entre ellos predominan los rudos, torpes y fatuos, los dañinos y gordotes, y son cada vez más escasos los individuos cultivados, como aquel Gargantúa francés, o los listos, pero ingenuos, como el viejo Gulliver. Tampoco se habrán dado cuenta los mismos que así pensaban de que esos enanos simpáticos se alimentan fácilmente y disfrutan de un ocio abundante, así que saben de todo y aprenden otros idiomas y todas las ciencias prácticas que se les pongan a tiro. Sus consejos están tan llenos de sabiduría que hasta los reyes consultan sus augurios. Por eso quien los conoce, por eso quien investiga y reflexiona invierte el tópico infame y permite que los grandes se transformen en pequeños y deja que los enanos se conviertan en gigantes. 

Sin luz

                                       

          Vino un chino            

                con un pino                

                  excepcional,                   

                       vino Tina                        

                       con su lino                        

                       y con su tul                         

                         y después                           

                     se fue la luz                       

         y empezamos a mirar         

         alrededor,           

      y a tocarnos       

        para ver       

       quien era quien        

      en medio de la oscuridad.    

                      

 El destino 
 en el portal 
 con mi sino 
 en el cabás. 
 Tan solo lo ví pasar, 
 igual que a la cabalgata 
 que, al morir la navidad, 
 llenaba en la noche el silencio 
 de la casa de mamá. 

El uro

    /\                                        /\   

En la hura,                   al gran uro 

  ata el héroe        el aro de oro,  

        luego hiere su cabeza 

           coronada y, sin ira, 

               cuando muere, 

                   grita alto:

                      ...O...

                “Ya era hora”.

                                                

Palimpsesto

Tu rostro es un palimpsesto.
En tu cara están inscritas
las palabras que dijimos.
Tus lágrimas son elegías
y en tu sonrisa hay un ritmo
de imprecisas comisuras.

Paleológo de tu cuerpo,
recorro líneas de tiempo
en tu frente y en tus labios
y encuentro un rastro perdido
en el camino ondulado
de un rizo de tu cabello.

Yo sigo buscando signos 
y sigo leyendo en tu cuerpo
e interpreto el laberinto
de tus dos blandas orejas
o el pequeño movimiento
de tus cejas
al final de la meseta
que rasa tu frente rugosa,
y el abrupto acantilado
que cobija las lagunas
de tus ojos.

Y me lanzo de cabeza
y en el negro torbellino
de tus párpados inquietos
contemplo emerger la sombra
de una dura decepción…

Yo sé que tú mantenías
opiniones divergentes
de las mías y que tu fuerza
y sentido superan a mi torpeza
en cualquier campo de juego,

yo sé que somos distintos,
pero hemos vivido tanto
la misma historia común
que debo mirar hacia ti,
para escuchar el runrún
del tiempo que nos tocó,
para entender qué pasó
y el ciego futuro escondido.

Me dices lo que he de hacer
y en qué acerté sin querer, 
y me recuerdas quién fui
y cómo he llegado a ser
ese rostro con arrugas 
que me mira en el espejo,
la torpe caricatura 
del hombre que imaginé,
que ahora dirige mi yo.
Tú tienes la clave, lo sé.