El gurruño

El gurruño se abre un poco. Las palabras se despegan de su fondo y luego se van agrietando. Y después que pasa un tiempo se van rompiendo en cachitos, en sílabas sin sentido y en absurdos sonidos huecos. Y cuando el gurruño se olvida de que fue en su vida plana el soporte necesario de la tinta, se le caen las letras de negro. Es entonces cuando brotan cien mil bichitos pequeños en torno a la papelera. Son bacterias, virus, ácaros o tal vez insectos ínfimos que miran con avidez, luchando por sobrevivir. A veces se enfrentan entre ellos por una Pe o una ese o por un trozo de tilde perdida en la marabunta, en un extraño conflicto que nadie mira ni cuenta. El polvo se posa a su lado. Se escucha el rumor del silencio.