El reloj y el libro

Me vino a ver tu sobrina para entregarme un mensaje. Querías romper nuestro vínculo. Ese vínculo de amor y de silencio que ambos aceptamos y que habíamos cumplido a rajatabla. Te aseguro que fue tanta mi sorpresa y mi dolor que le entregué mi reloj convencido de que así se terminaba para siempre este juego interminable de cariño y larga ausencia. Ahora estoy arrepentido. El reloj que tú me diste lo he llevado en mi bolsillo todo el tiempo como pago de un tributo a tus promesas. En él ha vivido tu rostro los últimos cuarenta años sin dejar de contemplarme y de contar. Ayer te llamé y tú te mostraste receptiva, así que concertamos una cita para hoy. Te confieso que estoy muy preocupado. Nos jugamos el papel de lo que fuimos en un desenlace final parco y definitivo que no tenemos ensayado. Después del tiempo pasado dejamos de ser quienes éramos. Somos personas distintas. Apenas quedan ya rastros difuminados de lo que nos pasó en nuestra frágil memoria. La historia la hemos cambiado de tanto pensar en ella. ¿Qué podemos esperar que nos suceda? ¿Renacerá la magia antigua o nos comportaremos como desconocidos? ¿Nos dará por repasar nuestro pasado? No, no podremos. Los recuerdos son andrajos, imágenes deformes y descoloridas. No es posible soslayar el paso del tiempo. Sin embargo, sí que podemos leer. ¿No te acuerdas del poema que nos hizo coincidir en la sala de lectura de la vieja biblioteca? En las hojas de papel todo es permanente. Es por eso que te traigo este regalo. Frente al reloj que me diste, frente a la memoria engañosa, las palabras escritas te prometen algo fijo: Una trama, sembrada de símbolos, y unas voces verosímiles. Lo escribí para intentar imaginar esa vida que, cobardes, rechazamos. Lo escribí para que un día lo leyeras y sintieras el calor de la nostalgia. Si consigo que te sientas concernida, al final habré triunfado.