Frankenstein

En su barca a la deriva, el monstruo recorrió las orillas del Ártico, hasta que el océano lo engulló. Sucedió entonces que una gigantesca ballena le dio posada en su vientre y que dos meses después, justo en el mismo sitio en donde una tatarabuela del cetáceo había depositado a Jonás, aquel pálido individuo emergió del ancho mar: 
-Preparad los caminos del señor- dijo de forma mecánica al locutor de la radio al tocar tierra, pero allí nadie sabía de las sucesivas creaciones de Mary Shelley, del doctor Frankenstein ni de aquel individuo horrible que les hablaba con el verbo arrebatado de los santos convencidos. Él era un ser monstruoso, sí, pero también era inteligente. Él había estudiado incansablemente en sus largos meses de reclusión forzada y ahora intentaba culminar su trabajo, cultivando su presencia en los distintos medios de comunicación y pretendiendo cerrar por fin el círculo, con el invento de un nuevo ser omnipotente que fuera capaz de crear a Mary Shelley.
A pesar de los enormes esfuerzos apostólicos de Franquenstein, el sentido de su mensaje nunca se entendió correctamente.