A vuelapluma

Escucha lo que te digo. No te conozco, lector, ni sé quién eres ahora, ni el tiempo en el que me estás leyendo. Espero no hacerte daño. Como yo no sé de tí, te cuento lo que yo siento. Aprieto en este papel las letras de mis palabras en líneas horizontales y te hablo de quien soy y de las cosas que en verdad me preocupan. Soy una persona normal, un hombre gregario y vulgar que se ha pasado la vida mirando cómo luchaban las gentes a su alrededor. Carezco de rasgos insignes y padezco de la simpleza del imbécil. Soy un pelele común, un individuo mediocre, cuya mente limitada en ocasiones exhibe un sentido del humor de gracia fácil y algún truco intelectual. Mi defecto más notable es que no sé decir no, que me refugio en la sombra de los que quieren mandar y piden lo que necesitan. Sin embargo, no soy malo. Tengo méritos morales relevantes. Me cuesta un mundo mentir y me gusta decir lo que pienso. Cultivo la soledad, buscando en mí una verdad que está lejana y distante y sigo un camino gris, muy lejos de los oropeles. A nadie he rendido culto y pienso seguir así, incluso en el caso difícil de que alguien procure el éxito de estos escritos escasos que emanan descontrolados de mi mente de escritor atolondrado. Por eso puedo decir que soy un autor autista y que soy al final como tú, una enorme masa gris que en el tiempo se ha cocido y ve que sus grandes defectos brotan también en sus hijos y siguen vibrando en sus nietos. La historia conserva su herencia en cajas de carne y hueso. Lo demás, las cuatro cosas en las que he gastado el tiempo, el amor de las mujeres y el cariño que me dieron mis amigos, son sólo pequeños cuentos, ficciones que salvo excepción nadie jamás contará, negruzco légamo azul en el lago del olvido. Si alguno de mis lectores asiste a mi entierro el día que toque hacerlo, en vez de decir mentiras y rellenar los silencios con típicos lugares comunes, podría leer estas letras y recordarme un momento.