Te escribiré

Te hablo desde muy lejos, para reprocharte tu actitud. Tú me has declarado la guerra, no lo niegues, tú lo has querido así. Tú me has hecho callar, tú me has tapado la boca, alegando que en mi había una cerrazón inexplicable. Tú has anulado mis razones, agregándolas de antemano al cubo de la basura, y te has cebado conmigo. No admites mi olor natural ni el uso que hago del mando a distancia, te molestan mis comentarios intrascendentes, mis reflexiones políticas, mis opiniones morales e incluso las sugerencias que se me ocurren de pronto para dar salida a un hecho que se impone de repente. No soportas que pregunte para aclarar lo que dices y te irrita en ocasiones que hable alto o que hable bajo. Tienes algo contra mí. Algo actúa en el tono de mi voz, en la tensión muscular de mis risas, en el rumor de mis ronquidos o en el ruído que hago al comer que te repele, que te hace actuar con rabia y con mala leche. Nada de lo que sale de mi tiene interés para ti, no te importan ninguna de mis experiencias. Me desprecias. Se diría que segregas una hormona cuyo fin es combatirme. Yo no sé de qué manera te hice daño ni la idea que te has hecho de mi, pero si que estoy seguro de que lo que digo, lo que sé o simplemente mis olores o la sombra que proyecta mi figura en la pared se enfrenta con lo que eres y con lo que quieres y que, por eso, me has desterrado de tí y me has sentenciado al silencio. Pensar en intentar reconstruir los puentes que has destruido, pedirte una reconciliación o una cita en territorio neutral para cambiar impresiones y sembrar la concordia es simplemente ridículo. Todo eso, ahora, son estrategias vanas, destinadas al fracaso, porque tú ya has tomado la decisión definitiva, porque tú ya no me quieres.
Me voy. Contigo no hay nada que hacer. Me voy para que sepas que no soporto que me trates de esa forma, pero también para decirte que yo te sigo queriendo y que te seguiré escribiendo cada noche para seguir a tu lado y para romper el silencio.