El estreno

En la noche del estreno pintaban bastos. El patio de butacas estaba totalmente vacío, así que entre los actores cundió la idea de que sería mejor dejarlo, salir al bar de enfrente, tomar unas cuantas copas y emborracharnos. El director de la compañía lo impidió. Nos contó que al entrar había visto a un caballero que estaba comprando una entrada.
-Él no tiene la culpa de ser el único y se merece un estreno como dios manda.
Tras el timbre de llamada y las advertencias de rigor sobre los móviles, un hombre con gabardina y con un sombrero inclinado hacia delante, que le cubría el rostro parcialmente, entró en el patio de butacas y se sentó en su asiento. Después apagaron la luz y empezó la función. Actuamos para él. El drama fue creciendo ante sus ojos, mientras el escenario se calentaba poco a poco. Cuando el protagonista cerró la obra, pronunciando con gran énfasis la frase definitiva, aquella única sombra oscura que nos miraba desde abajo se levantó de su butaca, se puso a aplaudir y gritó:
-Bravo, muchachos, bravo... Y ahora vamos a celebrarlo.