Delincuentes juveniles

Éramos los reyes del barrio e imponíamos la ley en el colegio. Cuando montábamos alguna en los pasillos o en las clases, los profesores miraban hacia otro lado. Los chicos se sometían a nuestras bromas y las chicas no dejaban de dar vueltas a nuestro alrededor como planetas distantes. Una tarde nos juntamos en el gallinero para ver un programa doble y nada más entrar asistimos al desnudo parcial de la protagonista y al comienzo de una violación. En el transcurso del corte que subrayaba la ausencia de la escena caliente, el asunto tuvo algunos comentarios como éstos:
-La metía yo un chorizo hasta la boca... Qué buena estaba la tía...
No sé cómo a la salida del cine tropecé y un esguince en el tobillo me tuvo con dos muletas hasta el final de aquel curso y me impidió seguir tomando parte activa en las correrías de la pandilla. Por eso yo no disfruté de la fiesta que se dieron con el culo de Paulita y ahora no estoy fichado. La gente ha cambiado mucho. Hace un tiempo se tiraban por el suelo con todas nuestras ocurrencias y ahora se quedan mirando, reprobando lo que hicieron y susurrando chismes a mi paso, porque digo que esos tíos que se sientan cada día en el banquillo siguen siendo amigos míos y que yo no soy más listo ni mejor.

Política del amor

Porque el amor carnal es siempre una dictadura, porque el amor filial acepta el absolutismo de los padres y porque el amor paterno suele ser intervencionista, sin amor uno es más libre. Sin embargo, somos padres, somos hijos o buscamos sin cesar unos ojos en los que reconocernos. El amor se nos impone. Amamos porque queremos, entregamos lo mejor, disfrutamos del cariño y la ternura de los otros y aceptamos sin rechistar las placenteras cadenas.

Dos hormigas y N migas

En el mantel de una casa, dos hormigas que venían de dos hormigueros distintos se encontraron cuatro migas y se las repartieron: Dos migas para cada una.
Hablaron un rato largo y se hicieron muy amigas:
-Yo soy de ciencias exactas.
-Pues yo soy de letras puras.
Por la noche se encontraron un mantel mucho más sucio y una dijo:
-N migas hay ahí.
-¿Enemigas? ¿De verdad?
-N migas, N migas...
-¿Enemigas? Éramos viejas amigas. Ya no sigas.
-Lo que digas...
Y se marcharon de allí y avisaron del hallazgo a su hormiguero y olvidaron para siempre su amistad.

La invasión de las gotas

Los invasores del reino de Poseidón no vinieron por el agua, llegaron volando en el aire lo mismo que los marcianos. Cayeron sobre mi techo y mandaron emisarios: 
-Venimos a conquistarte- me dijeron -entrega tu territorio. 
Pero yo ignoré sus amenazas y dejé pasar el tiempo.
No tardaron en llegar organizados. Caían de un cielo oscuro, relleno de nubes grises y eran muy numerosos. Viajaban en sus naves con forma de esfera picuda y se paraban aquí, uniformados de azul y cantando un himno terrible:
-Por Neptuno y por Nerea, -repetían- soy líquido y transparente. Mi reino es limpio y sin forma. Arraso a quien se me enfrenta...
Su asedio resultó firme y rigurosamente organizado. No hubo forma de oponerse a su progreso. Desplegados en distintas unidades, que tomaban forma de círculo, atacaban disparándose hacia abajo como flechas inhumanas. Hacían un ruido seco, semejante al de un martillo, y el sonido machacaba mis oídos con su ritmo monótono y trágico:
-Toc, toc. Toc, toc. Toc, toc...
-Nunca podréis conmigo. Resistiré hasta la muerte- les dije.
Pero ellos continuaron su operaciones militares. Primero rodearon el fluorescente situado en medio de la cocina y luego llenaron de agua el suelo del largo pasillo y la pared orientada al suroeste del dormitorio principal.
-Ríndete. La naturaleza es persistente. Tarde o temprano podremos con tu resistencia. Depón tus armas humanas. Ya no puedes hacer nada.
Intenté pedir ayuda, pero todos me decían que no había presupuestos ni soldados preparados para poder derrotarlos y que aguantar agua, matar matas o correr en corro son pretensiones ridículas, esfuerzos inoperantes, destinados al fracaso. Intenté entablar negociaciones para pactar un alto el fuego y ganar tiempo, pero ellos lo rechazaron:
-Ríndete. No tienes alternativa. Somos invencibles.
Y vi como de mi propio techo brotaban cascadas múltiples que se llevaban por delante todas mis cosas (las frutas y las verduras, guardadas en la despensa, los cacharros de cocina, saliendo de la alacena, las fotos de mis recuerdos, los libros acumulados en cien años de lecturas y el mobiliario de Ikea) y luego una masa amorfa que quedaba frente a mi, flotando sin rumbo fijo, como residuos impuros de un mundo que desaparecía, como la armada que ha visto hundirse a todos sus barcos tras la terrible batalla. Y yo me puse a llorar y mis lágrimas traidoras se fueron con el enemigo, justo antes del momento en que el salón y el pequeño dormitorio de mi hijo cayeran en su poder. No sabía que, entretanto, en el baño se llenaba la bañera y las aguas del retrete rebosaban para unirse de inmediato al invasor y agregarse sin dudarlo al gran imperio.

El estreno

En la noche del estreno pintaban bastos. El patio de butacas estaba totalmente vacío, así que entre los actores cundió la idea de que sería mejor dejarlo, salir al bar de enfrente, tomar unas cuantas copas y emborracharnos. El director de la compañía lo impidió. Nos contó que al entrar había visto a un caballero que estaba comprando una entrada.
-Él no tiene la culpa de ser el único y se merece un estreno como dios manda.
Tras el timbre de llamada y las advertencias de rigor sobre los móviles, un hombre con gabardina y con un sombrero inclinado hacia delante, que le cubría el rostro parcialmente, entró en el patio de butacas y se sentó en su asiento. Después apagaron la luz y empezó la función. Actuamos para él. El drama fue creciendo ante sus ojos, mientras el escenario se calentaba poco a poco. Cuando el protagonista cerró la obra, pronunciando con gran énfasis la frase definitiva, aquella única sombra oscura que nos miraba desde abajo se levantó de su butaca, se puso a aplaudir y gritó:
-Bravo, muchachos, bravo... Y ahora vamos a celebrarlo.