Y Rodríguez renació
en el siglo XXI
y cantó a los cuatro vientos
y vió cómo el agua
en el siglo XXI
y cantó a los cuatro vientos
y vió cómo el agua
al revés
giraba en el sumidero
y unas estrellas
en cruz...
en cruz...
......
......
......
......
......
......
......
......
......
......
......
......
......
......
...... ......
......
......
......
......
......
......
......
......
Y luego
el viejo cantante
contó cómo fue Cenicienta
en su barrio a las afueras de Detroit pero nadie le creyó.
Pensaron que cabalgaba sobre la equívoca nieve, pensaron
que estaba loco y que su lengua pirata le había sorbido el seso,
pero su cuento fantástico era su historia en palabras,
era un relato conciso de todo lo sucedido
tan cierto como el hombre/azucar
que había grabado en vinilo allá por los años sesenta,
cuando era un joven poeta que pudo ser y no fue,
el viejo cantante
contó cómo fue Cenicienta
en su barrio a las afueras de Detroit pero nadie le creyó.
Pensaron que cabalgaba sobre la equívoca nieve, pensaron
que estaba loco y que su lengua pirata le había sorbido el seso,
pero su cuento fantástico era su historia en palabras,
era un relato conciso de todo lo sucedido
tan cierto como el hombre/azucar
que había grabado en vinilo allá por los años sesenta,
cuando era un joven poeta que pudo ser y no fue,
tan cierto como el silencio de aquellos dioses del disco
que vivieron de las rentas de su voz, mientras él se acostumbraba
al raquítico salario de un obrero y a un abrigo del color negro del mirlo.
Aquellos corruptos dioses convencieron a Rodríguez del fracaso, enterraron su mirada
en el fondo del gran lago de Saint Clair y dejaron que sus discos volasen al Transvaal...
Por eso cantó en el ocaso y disfrutó del milagro del éxito en Ciudad del Cabo y luego
volvió al recorrido del paseo por su barrio marginal y al negro de su largo abrigo...
Tenía que andar su camino, el mismo camino de siempre, el camino
de sus versos derrotados, el camino que marcaba su destino
al pie de la pista oscura en donde juegan los Pistons.
que vivieron de las rentas de su voz, mientras él se acostumbraba
al raquítico salario de un obrero y a un abrigo del color negro del mirlo.
Aquellos corruptos dioses convencieron a Rodríguez del fracaso, enterraron su mirada
en el fondo del gran lago de Saint Clair y dejaron que sus discos volasen al Transvaal...
Por eso cantó en el ocaso y disfrutó del milagro del éxito en Ciudad del Cabo y luego
volvió al recorrido del paseo por su barrio marginal y al negro de su largo abrigo...
Tenía que andar su camino, el mismo camino de siempre, el camino
de sus versos derrotados, el camino que marcaba su destino
al pie de la pista oscura en donde juegan los Pistons.