Salto mortal

Rudolf "el mono", el mejor equilibrista de los años setenta, pagó muy caro su orgullo. Él nunca estuvo dispuesto a aceptar que en su profesión había alguien que le superaba, por eso, en la soledad de su granja de Alabama, luchó como un poseso para mantenerse en la cresta de la ola. 
Todo comenzó cuando conoció al equilibrista del Circo Clooney, un joven irlandés, llamado Adam, que, con una fiabilidad del ochenta por ciento, hacía un triple salto mortal con tirabuzón que parecía casi imposible. Durante meses practicó un salto semejante con doble tirabuzón, pero no consiguió más que una lesión lumbar que provocó su baja en el circo durante seis meses. Convaleció en un hospital privado, localizado en el estado de Nevada, de donde salió reforzado con una estrategia práctica que habría de conducirle, pensaba, a la consecución de su objetivo. El programa incluía un período de reforzamiento físico muy elaborado con todo tipo de ejercicios físicos, una dieta especial en la que se incluían esteroides para reforzar la masa muscular de las piernas, lo que aumentaría la potencia del impulso, y un apoyo psicológico externo con varias sesiones de hipnotismo.
El programa se cumplió de forma estricta porque hacerlo resultaba para él absolutamente prioritario.
Un año más tarde, Rudlpf se creyó ya en condiciones de intentar el salto con el que superaría a Adam, su rival. Lo anunció así al gran público en el Cronical de San Francisco: 
"El Circo Williams se complace en presentar el espectáculo más asombroso del mundo. En la última sesión de mañana domingo, Rudolf "el mono", el rey de los equilibristas, realizará un salto imposible, el triple salto mortal con doble tirabuzón. Acudan a presenciar este hecho histórico. Acudan a presenciar lo nunca visto. Entradas a la venta en las taquillas”. 
Aquel día Rudolf volvió a fracasar, pero esto no fue lo peor. Lo peor fue que, justo entonces, se enteró de que jamás lo lograría. En la caída, su cuello golpeó brutalmente contra el suelo y una vértebra cervical quedó seriamente afectada. Como consecuencia de ello, tuvo que dejar el circo, cobró el seguro de accidentes y se retiró a su granja de Alabama. En aquel lugar oscuro, a pesar de su impedimento físico, el equilibrista siguió persiguiendo su antiguo sueño. Aunque su cuello ya no giraba hacia la izquierda, aunque su cuerpo y su mente envejecían sin remedio, Rudolf siguió preparándose para el salto y siguió alimentando la esperanza de conseguirlo. Para demostrarlo programó un último intento. 
Así fue, en efecto. Sucedió casi diez años después y en esta ocasión sin ningún testigo que pudiera dar fe de lo sucedido. No hacía falta. Para entonces a Rudolf le daba exactamente lo mismo que se conocieran o no los resultados de su histórico ejercicio. De modo que intentó otra vez su triple salto mortal y tuvo éxito.