La sirena

Dicen que su canto enloquece, pero ¿qué saben ellos si nunca lo han oído? Ella canta con la fuerza de un intenso escalofrío. Ella corre por las calles como una ballena metálica que entra en la gran bahía para escapar de las orcas. Ella grita para avisar al común del horror que nos rodea. Ella intenta seducirte, te embelesa con su cuerpo blanquecino y te conduce a su seno. Y tú cedes a su juego, te dejas llevar al suelo, escuchas su idioma monótono y le besas en la boca y conoces el sabor de su saliva mientras sus ojos brillantes devoran sobre el camino las rayas pintadas de blanco. Tú te pones en sus manos e imaginas en su rostro la belleza, mientras tu sangre y la suya se mezclan buscando la vida. Después sientes la exigencia de su vientre y sueltas toda tu hombría y cierras al fin los ojos.
De pronto vuelve el silencio. El camino ha concluido. Los coches, como sonámbulos, se cruzan sobre el asfalto. El tiempo se paraliza y luchas con todas tus fuerzas para que se abran tus párpados y miras hacia los lados y ella ya no está allí. En aquella encrucijada, frente a las líneas de angustia de las ventanas abiertas de aquel vulgar rascacielos, una sombra te susurra: “Jaque mate”, y tú miras sin querer hacia la tapia que se encuentra treinta metros más allá, en el reino de la negra oscuridad.