El disfraz de reloj

Este año me he disfrazado de reloj. Es fácil: Un cartón en forma de cilindro que se mete por la cabeza y dos manecillas convergentes que se mueven desde dentro. La dificultad de llevar este disfraz está en que las manecillas no deben quedarse quietas. Exige mucha concentración y no despistarte nunca, pero a veces compensa porque puedes ralentizar los minutos cuando estás más a gusto o acelerarlos cuando te aburres. El único problema es que tu tiempo se distancie del de los otros. Yo, por ejemplo, hace un ratillo, no había llegado aún a las diez, mientras el reloj de la farmacia marcaba la medianoche. 
Me he divertido mucho en el desfile, especialmente con la chica disfrazada de periódico. Ella me ha dado su email y al final hemos quedado para tomar unas cañas.
De vuelta a mi apartamento, todo me da vueltas. Contemplo una foto en la que mi mujer y mi hija me sonríen y me siento confundido. Decido irme a la cama. Me quito el cartón con cuidado y lo pongo junto al sofá. Sin mi ayuda las manecillas señalan siempre las seis y media, que es además la hora a la que sonará el despertador. El tiempo ya está parado: No sé si tengo que darme prisa o esperar a que, de nuevo, me conquiste la nostalgia.