Los consejos del monje

En un cruce de caminos un anciano monje taoista predicaba su verdad. Un día llegaron allí dos jóvenes hermanos huérfanos a la busca de un oficio y de un medio de vida apropiado para su desarrollo. El monje salió a su encuentro y, una vez que hubo escuchado el común objetivo de ambos, les habló de esta manera:
-Este sendero conduce a Pekin -dijo el anciano con una voz pausada-. Si os dirigís allí, el trayecto os ocupará treinta jornadas. Este otro va a Shangay, que se encuentra mucho más lejos; al menos a sesenta jornadas. En Pekin tiene su trono el emperador y en su entorno está el gobierno, por eso éste es un buen lugar para escribanos y gente de letras que sepa mandar y obedecer. Shangay es otra cosa. Es una gran ciudad con un gran puerto sobre el Yang Tsé. En él se ocupan marinos, constructores y contables con muchos conocimientos de números y aritmética.
Los jóvenes escucharon al monje y aplicaron de inmediato sus consejos para determinar que el hermano menor, que había heredado un ábaco con cuentas de marfil, iría a parar a Shangay, mientras que el mayor, que había recibido de su padre los pinceles y la tinta que servían para hacer carteles, se iría a Pekín. Este último, además, decidió que convenía repartir las vituallas y separarse de inmediato. El anciano consejero estuvo de acuerdo, aunque también tuvo en cuenta que Shangay estaba al doble de la distancia, de manera que, para financiar el resto del viaje, propuso hacer tres partes y entregar dos de ellas al menor y una al mayor. 
Los hermanos acabaron aceptando las razones de su interlocutor a pesar de que el mayor defendía que la ley le garantizaba su derecho a la mitad, y a pesar de que el menor se planteaba que arrastrar más cargamento a más distancia suponía multiplicar las dificultades, sobre todo si se tenía en cuenta la insufrible cojera que adquirió cuando era niño y su evidente obesidad.
-El tiempo y los rasgos personales -dijo el monje- no son cosas que se deban contemplar en los convenios. La verdad, la igualdad y la justicia sólo valen en presente. 
El presente, sin embargo, fue pasando al ritmo uniforme de los comunes segundos y el destino fue encontrando un desenlace diferente para cada uno de los tres protagonistas de este cuento. Esto fue lo que pasó: 
El hermano menor nunca llegó a pisar el puerto de Shangay porque un ladrón lo asaltó en el camino, le arrebató los escasos alamares que llevaba y lo mató.
El hermano mayor, por el contrario, destacó en la capital por su recto sentido de la justicia. Con el tiempo se ganó la confianza del emperador, que acabó por nombrarle primer ministro.
La vida del viejo monje sufrió un cambio inesperado. Apenas dos días después de su encuentro con los huérfanos, abandonó el frío cenobio, se olvidó de su oficio antiguo y vivió como un burgués en el puerto más abierto del país. En él el anciano monje fue conocido por lo mucho que exhibía un instrumento de madera con cuentas de blanco marfil. Con él hacía cuentas sin tasa para calcular precios, salarios y márgenes comerciales, a la busca en el azar de las reglas de su incierto porvenir.