El poder del asesino

Matar es algo sencillo que se aprende y te estimula. Después de matar varias veces, el asunto se convierte un poco en vicio. Es como una borrachera. Se puede matar por nada. Se puede matar por dinero, se puede matar por política o se mata simplemente porque así te viene en gana. Cuando se llega a asumir que uno es capaz de matar, se puede matar a quien sea por el simple placer de acertar con aquello que se mueve. Cuando uno aprende a matar, su sangre está vacunada. Se asciende de categoría. Empiezas a respetarte y a ser respetado por todos como si fueras un dios. Te sientes más poderoso, más libre y mucho mejor. Nada de códigos muertos de lloronas melindrosas, nada de pactos escritos. Entonces no son necesarios grandes argumentos ni la presión del mercado que utilizan con frecuencia los burgueses para llevar al aprisco a los corderos. Entonces basta con empuñar la pistola y con mirar a los ojos a las víctimas para ver qué fácil es acabar nuestro trabajo con sólo un golpe de dedo y contemplar de seguido cómo cae la masa humana que rogaba hace un momento. Cuando el cañón de tu arma elige el lugar donde irá la bala que está en la recámara, uno se siente más fuerte, uno disfruta a lo grande en medio del alto Olimpo, dejando atrás la vergüenza, la pobreza o lo que sea. Disfruta porque uno al fin es un inmenso gigante que impone su ley por la fuerza y puede obligar a los otros a hacer lo que nunca pensaron. La muerte no es ningún drama. Muchas veces es gracioso lo que pasa. Se muere de muchas formas y el hecho de ser la causa permite cambiar la comedia, improvisar el papel, jugar con las ansias de vida y construir un teatro en torno al protagonista: 
-Te jodes, cabrón, te he cogido. Te voy a matar, si quiero. Mírame a los ojos fijo y empieza a rezarme en voz baja, porque ahora tu pellejo está en mis manos. ¿Qué me dices, insolente? ¿Que de verdad no te crees que sea capaz de matarte? Espera a que apriete el gatillo. Verás que pronto termino con tu sonrisa insultante y te mando al más allá.