El sexo de patria

En un mundo organizado en estados nacionales, el concepto de "patria", que alude al país en donde se ha nacido y que representa la parte más sentimental de la razón de ser de las naciones, plantea una profunda contradicción con la semántica igualitaria del feminismo. 
Así es, en efecto. A pesar de su género femenino, la palabra es sólidamente masculina, porque proviene de padre y porque responde a una tradición en la que el territorio es esencialmente patrimonio. Intentando hacer a su esencia más fecunda y en la búsqueda de un cierto equilibrio entre los sexos, en la España del siglo XX se sumó a patria la fuerza creadora de "la madre". Surgió entonces "la madre patria", ese concepto tan manoseado por los franquistas que los colectivos feministas nunca llegaron a aprovechar su sentido igualitario, de manera que hoy en día, a pesar de que las mujeres reinan en la calle, la palabra "patria" sigue sola, sin ningún contrapeso femenino. 
La discriminación se agrava cuando se valora la práctica habitual para su adquisición legal. Como sabemos dos son los caminos posibles para ser declarado español: el primero es el nacimiento, que es el único aspecto en el que la mujer, como madre, tiene un mayor protagonismo, aunque siempre es obra común de los dos sexos. El segundo camino es el proceso de nacionalización para los no nacidos, para los inmigrantes. Sus trámites son en general muy masculinos. En España, el proceso comienza con el registro en el "padrón", sigue con el programa PADRE, con el que todos acabamos retratándonos ante Hacienda, y utiliza con frecuencia un servicio militar, cuyo sexo, aunque ya no es exclusivo, sigue siendo en muy alto grado masculino.
Frente a patria, se me ocurre proponer a feministas, nacionalistas, sindicalistas e izquierdistas que hoy emplean el llamado lenguaje igualitario e inclusivo, el uso de un nuevo término, un sustantivo brillante que aluda más bien a las féminas y hable de nuestro origen. Propongo en este sentido, usar la palabra: útero, para sustituir por sistema al viejo y machista término, y reivindico, además, el uso de su derivado, el histerismo, como instrumento conceptual que equivaldría al de ese patriotismo cargado de hormonas que tan abundantes ejemplos tiene.

Un consejo de transporte

Para ir al quinto pino viene bien un pinto equino.

Demócratas de andar por casa

Mi amigo escribe un wathsapp en donde se queja del comportamiento insultante de los que lo llaman fascista cada vez que su opinión se enfrenta con la de ellos. Yo le digo que es verdad que eso sucede, pero que tiene que entender que los contrarios se confundan porque saben que entre los que opinan esas cosas existen muchos fachas, muchos estómagos agradecidos del franquismo, muchos mafiosos meapilas del Opus Dei o muchísimos clasistas despreciativos y despreciables. Lo mismo nos pasa a nosotros (me pongo en su mismo lado), cuando les acusamos de utilizar en exclusiva ese esquema dual del mundo que lo divide en ricos y pobres, como si eso fuera lo único que se puede ser sobre la tierra, o cuando les reprochamos que intenten imponer en la calle una fuerza que las urnas no les dan o cuando decimos de ellos que son comunistas extremistas o bien marxistas que aún no entienden que luchar por la dictadura del proletariado, cuando el mundo es de las clases medias y no de los obreros, es una barbaridad tanto en lo democrático como en lo sociológico.
Mi amigo se queda perplejo y piensa que le estoy traicionando:
-Vaya con Pablo Iglesias- me dice.
Y yo le digo que no, que entienda que democracia es pacto, no imposición, porque no hay democracia sin izquierda y sin derecha, y que sin respeto no hay pacto, y él me responde al instante:
-Demócrata de pacotilla.

Centauros del desierto

Vuelve Ethan a su hogar.
Añora su casa lejana.
El desierto queda atrás.
Descabalga su montura
y muestra el botín que ha traído:

La novia va en busca del joven,
y la madre reconoce
a la hija que los indios se llevaron...
Y traspasan el umbral
y todos entran adentro, 
salvo Ethan que, en la duda,
le da la espalda a la casa
y se sumerge en la luz,
y entonces se cierra la puerta.

Te doy mi vida entera

-Te doy mi vida entera- dijo ella.
Él amante sacó el arma, dirigió el cañón cilíndrico hacia la grieta carnosa en donde confluyen sus piernas, penetró los bajos fondos y disparó su cargamento, gimiendo de placer.

Un mayo de carne y hueso

Hoy me he visto en el espejo al levantarme y he pensado que, en pijama, soy la viva imagen de mi abuelo. Contemplo su foto en el álbum y me vuelvo a sorprender. Qué mirada tan intensa. Esa brillante calva, esos ojos enterrados en las carnosas arrugas, las largas mejillas colgantes de sabueso y la voluminosa papada que se abomba y se repliega para insertarse en el cuello... Él fue un hombre de carácter, un antiguo concejal de Izquierda Republicana que sufrió atentados falangistas en el año treinta y seis, la cárcel durante la guerra y los campos de concentración del sur de Francia, antes de volver a casa, en el cuarenta, arruinado por el régimen de Franco. Sin embargo fue capaz de levantarse y de sacar adelante a su familia a pesar de seguir siendo un apestado, el único superviviente en treinta años de la antigua democracia en su ciudad. Además, le dio tiempo a contemplar en la tele en blanco y negro la muerte infame del dictador, a conocer en persona al joven Felipe González en un mitin del P.S.O.E. y a votar en las primeras elecciones generales. Murió el día en que se votaba en las municipales y en familia lamentamos que el proyecto imaginado de visitar el ayuntamiento y entregar al alcalde democrático de la naciente monarquía su digna y cansada carga de legitimidad republicana nunca pudo hacerse efectivo.
Recuerdo que, en los años sesenta, en la época en que yo le visitaba con mis padres los domingos, tuvo un problema médico extraño y de mucho interés, al menos para el que suscribe. Fue una especie de colmillo que brotó como un volcán en el centro de su viejo paladar. El dolor que padeció fue tan intenso que pensó que aquello era el principio del fin, pero él no era un hombre sin recursos. Buscó ayuda, recorrió la consulta de cien médicos y acabó por extirpárselo y un día nos lo enseñó:
-¿Lo veis? Creía que era un demonio, pero al parecer era tan sólo una herencia algo tardía.
Yo le pregunté por si lo iba a guardar bajo la almohada para ver qué le traía el ratoncito.
-¿El ratoncito?
-Sí, el ratoncito Pérez...
Y, enseñando bajo el labio mis pequeños incisivos, separados cual menhires en el campo de mi encía, añadí:
-El diente que a ti te sobra, a mi me falta.
Le hizo gracia mi ocurrencia y me dijo que algún día aquel mal diente acabaría por ser mío, porque él lo dejaría establecido ante notario.
Ahora lo tengo aquí. El canino palatino de mi abuelo compensaba el incisivo que nunca jamás brotaría en la boca de su nieto. Por eso, ahora que estoy de nuevo ante el espejo y me miro a los ojos fijamente, le recuerdo como era: un anciano alto y derecho, un mayo de carne y hueso. Sus antiguos cromosomas descansan en paz conmigo y conducen en la nave que hoy piloto su mensaje hacia el futuro.

Tiempo al tiempo

El tiempo es un ser voluble que unas veces nos parece perezoso y otras un bruto sin alma, un violento asesino. Es así. Le gusta quedarse dormido y esconderse tras las formas sienciosas de su accion imperturbable, mientras el mundo se aburre y contempla la inquietante permanencia. Otras veces se comporta como un niño irresponsable, decide cambiar de golpe y de pronto nos sorprende por la fuerza que despliega. Normalmente, sin embargo, trabaja con calma y cautela, programa un proceso preciso que pregonan vientos vivos y que las nubes decoran a medida que en el cielo se construyen nuevos impetus. Él obra siempre en presente, aceptando las herencias del pasado y pensando solamente en el futuro. Hay que darle tiempo al tiempo.

El oráculo

El anciano habló con un murmullo. No te entiendo, le dije, estoy un poco sordo... Y el oráculo cesó.