Un ocaso

Era el momento mágico en el que el sol intentaba esconderse bajo tierra y mis ojos disfrutaban con el fulgor colorado. Avancé hacia el horizonte y de pronto me encontré con su silueta inconfundible al contraluz:
-Coño José, ¿tú por aquí?
José levantó la vista como para mirarme pero no pareció verme, así que le hablé en voz alta:
-Joder, tío, cuanto tiempo.
Él estaba a lo suyo, miraba hacia el fondo del mundo, miraba sin enfocar. Su rostro no daba muestras de escucharme.
-Sí, lo sé. No quieres hablarme. Estás enfadado conmigo.
De pronto me dio la espalda y comenzó a caminar.
-Oye, espera, espera... Nosotros somos amigos ¿no? Los amigos son amigos porque quieren. Ser amigos es un acto de voluntad, no un acto de conveniencia. Es como en las parejas. Ser amigos significa muchas cosas: Que nos hemos ayudado, que nos hemos hecho daño y que hemos vivido a la vez.
José siguió caminando sin volver la vista atrás.
-Joder, tío, perdona. Sé que a veces no he cumplido, que no te he seguido en tus cuitas, que me pasé con mis críticas y con mis chanzas a destiempo. Deberías entenderme. 
Pero él se marchó hacia el ocaso y yo me froté los ojos porque un vago sentimiento de abandono me decía que de allí no volvería nunca más.