El NADIÓN

En 1925, Mister George patentó su gran invento: El NADIÓN. Un objeto de color amarillo y con forma de lazo textil, compacto y redondeado, cuya cualidad más evidente era que no servía absolutamente para nada. De este original cacharro hizo fabricar en Denver (Colorado) más de dos millones de ejemplares. Tras una agresiva campaña publicitaria, en la que se asociaba el objeto con el envidiable tren de vida de los ricos del oeste del país y con un optimismo que iba mucho más allá de cualquier cálculo razonable, consiguió vender casi toda su producción, de manera que en 1927 era ya un hombre rico y admirado. Cuando a finales de año las ventas empezaron a flaquear, a Mister George se le ocurrió comprar millones de kilos de un matorral exótico, como es la genista escorpius, quemarla en sus almacenes y guardar su oloroso humo en tarros de color amarillo.
-Se venderá como el agua en el desierto y será el complemento adecuado del NADIÓN. Lo llamaremos "Libertity"- explicó a los representantes del producto en una gran fiesta campestre, amenizada por un músico jovencísimo, recién llegado al nuevo mundo, que se llamaba Xavier Cugat.
Contra la lógica implacable del mercado, el nuevo producto, que pasó a la historia como el primer ambientador industrial de los EEUU, alcanzó un éxito tan rápido y tan rotundo que en 1928 Mister George era el mayor contribuyente de la capital del Medio Oeste a la hacienda del estado.  
En la navidad de aquel año, el magnate padeció un fuerte síncope, provocado según las malas lenguas por un exceso en la bebida de una especie de Champagne, cultivado en Cataluña, que acabó con su salud delicada, de manera que el día de año nuevo de 1929, se murió sin remedio en el Hospital Central de Denver. Al parecer, dejó una fortuna considerable a su mujer, Montse, y a su hijo, Jordi, sus únicos herederos, pero ambos sufrieron pronto del impacto cruel del viernes negro, que acabaría por hundirlos en el fango de la ruina. Cuentan las crónicas de entonces que madre e hijo se subieron de la mano a la azotea del palacio-rascacielos de oficinas del NADIÓN Bussines Company y se dejaron caer al vacío. Algunos años después, derribaron el histórico edificio y construyeron otro aún más elevado para mayor gloria de su nuevo propietario, empeñado en la expansión de su apellido judío: Rockefeller, que exhibía como signo incontestable de su poder e influencia en todos sus rascacielos.
Hoy en día, de Mister George y de su empresa apenas quedan recuerdos, salvo aquel anuncio conciso en castellano con forma de la lazo gris en aquel mundo en inglés de tinta sobre papel, que se repetía sin cesar en los diarios de California, Oregón, Tejas, Nuevo Méjico, Nevada y Colorado, y que decía exactamente lo que sigue:
"Independencia, ilusión. El aroma de la libertad. Disfrute de su NADIÓN".

¿Quién?

Me encuentro en plena calle con Antonio, el mejor amigo del único hermano de mi amigo Carlos. Hubo un tiempo en el que Carlos y yo jugábamos al mus contra ellos dos.
-Hombre Carlos, ¿cuánto tiempo sin verte?
-No, hombre, no, Antonio. Soy Elías, el amigo de Carlos.
-Ah, perdona, me he despistado, ¿y tu hermano?
-¿Mi hermano? Bien.
-Tu hermano es un pájaro de cuidado. Anda, dile que le llamo un día de éstos. Hace mucho que no hablamos.
El problema es que Antonio, que yo sepa, no conoce a ninguno de mis hermanos, así que le dejo que se crea que soy Carlos, porque ahora me resulta muy difícil convencerlo en dos palabras de su error.

Los muertos en Tepoztlán

Cuando el viento se levanta, las telarañas ondean como banderas de muerte. En los huecos del adobe de las tapias de la calle que baja hasta el cementerio, las arañas nos recuerdan a las parcas, que tejen y tejen trampas y que cortan al final el hilo que nos condena.
-Si vibra la trampa tejida es como si llamases al aldabón de una puerta. Mira cómo sale el bicho- dijo Rafa.
Ana vio cómo el joven adelantaba su mano hasta tocar la telaraña y cómo asomaban las enormes patas:
-¡Déjalas quietas, por favor! 
Ana se había apartado horrorizada, pero Rafa tiró de ella y la apretó contra él. La muchacha cedió un poco para seguir en contacto, pero giró su cabeza para impedir que él la besara.
-Vamos, que se nos hace tarde. Anda, vete sacando la cámara. Tenemos que filmar la fiesta- cortó Ana.
El joven se quitó la mochila de la espalda y le fue dando el material, empezando por la cámara. 
-¿Tienes preparado el micrófono?- preguntó Ana.
-No te preocupes eso es pan comido.
La chica fijó su atención en el rumor que venía del cementerio.
-Oye- le dijo -me encantan esos mariachis. ¿Te imaginas la película? Un sonido que se va concretando poco a poco, un sonido que se hace más claro a medida que el paisaje va saliendo del polvo o de la niebla.
-Sí- contestó -eso está chido. Espera, que pongo en marcha la grabadora.
Rafa preparó sus aparatos y avanzó con el micrófono delante, como un cazador de sonidos en el centro de un safari. Ana le seguía con la cámara colgada, con los objetivos apropiados instalados y con el trípode bajo el brazo. Los ecos de la música se mezclaban con el guirigay de los puestos de flores y con el ruido de sus pasos ligeros.
Al pasar bajo el arco de la entrada del cementerio, Rafa interrumpió la grabación y comentó el espectáculo:
-¿Qué te parece? ¿No te lo había dicho? ¡A que merece la pena!
La noche estaba cayendo y las luces de las bombillas reforzaba los colores amarillos de las flores. Ana estaba fascinada. Tenía allí delante a todo el pueblo: los viejos y los adultos hablaban animadamente. Los niños jugueteaban, saltando sobre las tumbas y se oían las canciones superpuestas de la fiesta.
-Esto es mi México- añadió Rafa -un territorio mestizo. El país que debe al tuyo su lengua y su magro estado, y también los curas viejos que hicieron su independencia. Un lugar donde la vida vale poco y en donde la muerte está presente en casi todo.
Ana extendió su brazo para dejar el trípode en las manos del joven y se llevó a los ojos la cámara para ensayar los encuadres.
-¡Es formidable! La vida y la muerte juntas, compitiendo. ¿Crees que nos dejaran hacerlo?
-Sí, no creo que se opongan. A los mejicanos nos encanta salir por la tele.
A su izquierda, un hombre con su guitarra cantaba "Cachito mío" y Rafa le comentó a su amiga y compañera de fatigas:
-Para la gente rica hay mariachis grandes con cinco o seis miembros, pero también los hay de dos o de uno para los pobres.
Ana, sin embargo, estaba más interesada en la familia de la tumba de la derecha, que había empezado ya la cena. El puchero con mole caliente olía mejor que un perfume.
-Oye Rafa- dijo Ana -pregúntales si hay algún problema en que les filme.
Rafa se acercó a los mayores, que se encontraban sentados sobre la losa de la tumba, y Ana vio cómo sonreían ante la plática de su amigo. Apenas tardó un minuto. El muchacho hizo un gesto inequívoco, levantando el dedo gordo en la distancia, y Ana comenzó un largo plano que penetraba en el grupo. Luego el objetivo giró en horizontal persiguiendo un primer plano de los rostros.
-Mi hermano Tomás se murió hace tres años estuvo luchando un mes entero, pero al final claudicó-dijo el que parecía más anciano-. Mientras vivió fue mi hermano. Apenas nos encontrábamos en navidad y el día de los muertitos, pero desde que se murió no hay un día en que no piense en él.
-Yo lo entiendo- dijo Rafa - mi padre también está muerto.
-A mi hermano le gustaba mucho el mole y hoy lo hemos hecho a su salud, ¿quieren ustedes probarlo?- añadió el viejo.
Como el hambre no faltaba y los pesos no eran muchos en sus bolsillos de pobre, los dos jóvenes aceptaron la invitación. Se sentaron en la tumba, justo al lado del anciano, intentando con sus gestos dar señales de respeto y de sincero agradecimiento. Sin embargo, la comida estaba picante y Ana no pudo evitar resoplar.
-Vaya, se ha enchilado- dijo entonces el anciano-. Lo mejor es beber leche. Dadle un vaso.
Un chiquillo rebuscó en una bolsa verde, sacó la botella blanca y rellenó un vaso de plástico. La joven bebió a tragos cortos.
-Ana es española y no está acostumbrada al picante- dijo Rafa.
-¿Española?
-De Santander, en el norte.
La chica, que empezaba a lamentarse de no haber besado a Rafa, dejó ahora que su mente volase hacia su patria lejana. Echaba de menos aquello. Dos enormes lágrimas bajaron por sus mejillas y añadió:
-Cuando mi padre falleció, yo ya estaba de este lado del Atlántico, así que no pude despedirme.
-De mi padre apenas me acuerdo. La última vez que lo vi yo tenía solamente cinco años- dijo Rafa.
-Morirse es lo más natural. Lo que es raro es estar vivo- terció el anciano justo al tiempo en el que el mariachi de la tumba de al lado entonaba desafiante el estribillo de: "Y volver, volver, volver..."
El sonido de este canto sirvió entonces para raptar la palabra del viejo. Parecía embelesado por el sentido que adquiría la letra en aquel contexto. Elevó su mirada cansada hacia la oscuridad de la noche y esperó como ausente. Cuando la música cesó, en su pecho se abrió paso un profundo suspiro. Después añadió:
-Ustedes son muy jóvenes y tienen toda la vida por delante. Nosotros, los viejos, somos otra cosa. Nosotros somos memoria y vivimos recordando a nuestros muertos, suavizando los contornos de sus faltas, perdonando sus ofensas o incluso insultándoles, y así los animamos un poco. Seguimos hablando de ellos, valorando el patrimonio que dejaron, visitando los paisajes o las casas que hace años compartimos y rememorando sus frases afortunadas o sus visibles torpezas hasta que al fin conseguimos que algunos nos hagan caso. No es necesario invocarlos por su nombre. Ellos ya no son seres humanos. Ellos son sólo fantasmas, almas huecas, transparentes, que en sus huras nos esperan como arañas al acecho de un extraño movimiento al exterior. Al final salen confusos, temerosos de los riesgos de la luz y nosotros no nos damos cuenta. Asoman su cabeza, nos miran un momento e, incapaces de saber si son ellos realmente, vuelven a meterse en sus guaridas, sin decir una palabra y sin llorar.

Últimas palabras

 Escribí: “Me estoy muriendo” 
 y mis ojos se han llenado de ternura. 
             Luego digo: "Ahora”             
 y persigo los tres golpes de mi voz 
 por la lúgubre cubierta. 
 Ella está sobre el timón y comprueba 
 que se agota mi ya débil resistencia. 
 Cómo ladra el fiel guardián del laberinto, 
 cómo duelen los pecados sin perdón, 
 y cómo el terror se abre paso 
 desde las hondas tinieblas. 
 Desfilan las olas blancas 
 como un batallón de espuma 
 frente a la grada de arena. 
 La playa espera tumbada, 
 tiritando bajo el manto gris de niebla. 
 De pronto se apaga la vela 
 y se arroja de cabeza el cormorán 
 en la fría superficie de este mar 
 que transforma mi memoria 
 en gotas negras... 
 En el fondo, la ceniza, 
 cual notario del pasado 
 que se escapa, 
 toma nota. 

Anunciación

La virgen contemplaba la trayectoria espiral de una pluma que caía. Sentada en su silla de cuero repujado, la joven cerró el libro que tenía entre sus manos, lo puso sobre su regazo, levantó su mirada hacia la ventana y escuchó un trino agudo y sorprendente:
-Dios es ave, María- le cantaba un pájaro blanco y parlanchín.
La muchacha sonrió al principio levemente, pero pronto se abrió paso una sonora carcajada justo al tiempo en que sus labios susurraban:
-Gracia plena.

En el rápido del río

 Las cosquillas que hace el sol 
 al mirarse en el espejo 
 de su plana superficie 
 multiplican los reflejos saltarines. 
 El agua se muere de risa 
 y al cielo salpica su gozo, 
 mientras la espuma florece 
 mientras corre por la roca como loca 
 y sus dedos acarician los brillantes escalones 
 en el centro del pequeño paraíso 
 que es el rápido del río. 

Hablar se escribe sin h, en catalán

Después del gran Tarradellas, 
(Puigdemont, Pujol y Más), 
el honor/hable entre rejas, 
de verdad.

Los frentes de la Historia de España reciente

Guerra civil

Franquismo
Democracia bipartidista
Octubre 2017

España actual
Signos convencionales:   Círculo rojo-izquierda    Círculo azul-derecha    Círculo verde-nacionalistas periféricos

La tierra de Pico de monte

 Dicen que hay un país 
 al sur de los Pirineos, 
 que llama a sus picos: Puig 
 y siente fluir por sus venas 
 el latido de una tierra 
 independiente. 
 En las alturas, los Puig, 
 tan fríos y tan escarpados, 
 han puesto una estrella azul 
 a las rayas de color de su bandera 
 para intentar explicar 
 que rechazan la cultura horizontal de la llanura 
 y que aspiran a llegar a tal ruptura, 
 que al final todos sus Puig puedan volar. 
 En la llanura, las gentes 
 trabajan todos los días 
 y tienen que soportar 
 las locuras de la clase dirigente, 
 la mentira de una historia reformada 
 y el imperio de una lengua diferente. 
 ¡Qué solas se van a quedar     al pie del Puig convergente! 

Canción del drogata

Le he visto llegar en moto.
Hoy vende a precio de oro 
viajes de blanco caballo...
Preparo la guita en silencio 
y se la entrego al pasar.
El antro umbroso en la tarde
protege su identidad:

-Te busqué en la cabalgata, 
siguiendo a Melchor o a Gaspar-
le digo, intentando un sarcasmo.

-Salimos con Baltasar. 
También nos gusta lo negro-
me contesta en la penumbra
y luego se gira en redondo
y se enfrenta con mi rostro
en el fondo del local:

-Es cierto, soy un camello,
un despojo, un traficante,
un viejo pirata sin mar,
un ser humano inmoral.
No aspiro más que a esnifar
un par de veces al día.
Estoy de vuelta de todo.

Tú sabes que suelo cantar:
"Que es mi dosis mi tesoro, 
que mi ley es la omertá, 
mi dios el polvo de nieve 
y mi patria un sucio bar".

Pues eso, no digo más.
A Espronceda, estoy seguro,
la letra le va gustar.

La novena

En mi pueblo, cuando se acerca Santa Cecilia, siempre nos ponemos de acuerdo para hacer una novena.

No es justo

Toño apareció de improviso por la puerta del salón, llorando con toda su rabia:
-¡Me ha pegado! ¡Me ha pegado!
Detrás venía Rhut:
-No es verdad, papá, no es verdad.
El padre levantó la mirada, ajeno a toda la historia. Tenía un engorroso examen en la mano y un argumento clave en la cabeza que había que verificar antes de que se esfumase.
-A ver, ¿qué demonios pasa?
-¡Me ha pegado! ¡Me ha pegado!
-No es verdad, ¡mentiroso!
El padre empezó el interrogatorio, intentando poner calma en medio de la excitación y haciendo ostensible su mirada escrutadora, ese intenso dardo de la verdad que sólo servía cuando hacía diana justo en el centro de las pupilas de cada uno de los niños.
-Dime, Toño, ¿por qué te ha pegado?
-Porque, porque...
-Qué no, papá, no le creas, que se lo inventa todo- le interrumpía Rhut cada vez que su hermano pequeño abría la boca.
Lo de siempre, pensó el padre, así no hay forma de aclararse.
-Sabéis lo que os digo, Ni una palabra más. Ahora mismo os vais de aquí. Cada uno a su habitación, luego hablaremos.
-Pero papá, yo no he hecho nada- retrucó la niña.
-No, no es justo- dijo Toño, que seguía llorando como una magdalena.
El padre suspendió su juicio un momento para escuchar el eco de esa última frase, la misma frase que él repetía de niño cuando su madre, que siempre lo hacía responsable de todos los conflictos, le castigaba.
-Justicia, ¿qué es eso? Una palabra, nada más. ¿Tú quieres ser justo? Entonces di la verdad ¿Qué es lo que ha pasado?
Pero antes de que los dos niños ordenasen sus ideas e intentaran explicarse, el padre se paró en seco. De pronto se dio cuenta de que cada vez estaba más lejos de saber qué sucedía. El tiempo corrompe el pasado porque la memoria, en realidad, es ya un cadáver. La verdad y la justicia son términos abstractos. Ideas de un éter lejano. Si seguía preguntando tan sólo contribuiría a dar pábulo a las varias justificaciones de cada uno. Además, este juego tenía siempre un perdedor: el muchacho que aún no usaba las palabras como un arma arrojadiza, el muchacho que a su edad aún no sabía que ésa era la única forma civilizada de atacar y defenderse. Por eso y porque la urgencia del examen demandaba toda su atención, el padre lanzó un suspiro, abrazó a los niños y reconoció su fracaso. 
-Lo siento. Se acabó. Ni una palabra más. Se acabó.

Juan II

A las puertas de la vejez, después de intentarlo año tras año, Isabel consiguió que en su vientre se instalase un nuevo ser. Entre los más allegados, pronto empezó a comentarse que aquel embarazo tardío daría a luz un varón que se llamaría Zacarías, como su padre. Por eso fue muy extraño que ella se plantase ante sus suegros:
-Si lo que está por llegar es un niño, se llamará Juan.
-¿Juan?
-Sí, Juan, como su padre.
Entonces todos miraron a Zacarías y Zacarías, en tono conciliador, dijo:
-Bueno, no importa. ¿John? ¿Juan? ¿Giovanni? Juan está bien. El niño será un seductor. De casta le viene al galgo. Así lo quiere Dios.

Los imanes

A las puertas
de un palacio blanco y frío,
están haciendo guardia los imanes.
Si mi nieta lanza el brazo y su manita
toca el gorro de la bella Nefertiti
o dispone sobre el puente de Rialto
la gran masa de la esfinge de Gizé,
yo la dejo que someta mis recuerdos
al gobierno autoritario del azar.
Veo el agua de una inmensa catarata
acercarse hasta el augusto Coliseo, 
y parece que el solemne Corcovado
le comenta, frente al mar, a la sirena
que el Empire State Building
tiene celos del sonido del Big Ben.
Ella ignora los sucesos de la historia,
las señales, el porqué y su geografía,
pero sabe que le presto mi memoria
y que basta con mezclar su contenido
en la plancha vertical de la cocina
 para hacer que lo que ha sido, 
en el juego del recuerdo y el olvido
sentido, poco a poco, al nuevo ser.
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La ballena de Jonás

Recorrió de punta a punta aquel extenso mar, revisó sus bajos fondos y su blanda superficie, intentando hacerse idea del paisaje que surgía más allá de la barrera que las olas dibujaban a la vera de la costa y haciendo preguntas incómodas a los pocos marineros que pasaban en sus barcos. Lanzaba sonidos oscuros, una especie de ronco quejido que olía a negra batea y que a veces encontraba alguna audiencia entre los viejos lobos de mar. A pesar de su insistencia, poca cosa es lo que pudo averiguar sobre el mundo que las aguas rodeaban, pues el común de los hombres rehuía su presencia ante el miedo que infundía su dimensión monstruosa. Le contaron, eso sí, que en la tierra había un sol que jugaba al escondite cada día, hundiéndose en el horizonte, y que en los campos crecían plantas verdes y amarillas que luego se recogían para servir de alimento, y que ejércitos de árboles peleaban en silencio por un trocito de tierra para plantar sus raíces, y que bichos con cuatro patas se enfrentaban por amor y se mataban temblando, sobre todo en primavera, y que el agua de los ríos hacía bailar a los peces con ojos llenos de asombro, mientras arriba, en el cielo, los pájaros batían sus alas y volaban muy deprisa, cantando alegres canciones.
Con la escasa información acumulada, la curiosa protagonista de este cuento tomó un día la decisión de escapar del mundo azul por donde siempre había circulado su cuerpo descomunal. Estaba convencida de que toda su vida había sido una absoluta equivocación y de que su medio natural, su medio verdadero, era el territorio sólido en el que estaba dispuesta a aventurarse. Entonces se puso a nadar hacia la costa y su corazón se llenó de nostalgia. Aquel viejo cetáceo recordó entre la bruma lo fecundo de su vientre -que alojó hace treinta siglos a Jonás y luego, mucho más tarde, al padrastro de Pinocho-, y no quiso seguir dándole vueltas al futuro, de modo que se dejó llevar por la corriente y, cuando la espuma de las olas empezó a hacerle cosquillas, sintió que su gran cola se rozaba con la arena y que la piel de sus bajos se hacía girones. Sin embargo no se volvió atrás. Siguió adelante, sin miedo, porque eso es lo que siempre había deseado... Pocos segundos después llegó a la playa y allí la ballena quedó definitivamente varada. Notó que su peso la aplastaba, que apenas podía respirar y que su corazón se rompía, pero eso no ocupaba su atención. Ella estaba fascinada por la imagen de los hombres, que se acercaban despacio a contemplar su agonía y que luego, con las vísceras aún calientes, la despiezaron sin piedad.

El ojo de la aguja

Me cuentan que en Doha han construido una gran aguja de metal y que la han dispuesto verticalmente, con la cúspide afilada compitiendo con sus altos rascacielos. Dicen que cada día los camellos de Quatar desfilan bajo el arco que introduce el hueco de su base y que esto les produce un placer muy especial a los hombres más ricos del emirato del Golfo.

Charada de primavera

Habito en la primavera,
me muero si me desmayo.
Si sabes que doy a las flores
sus más intensos colores,
y que los pájaros cantan
desde el principio hasta el fin
del calendario marcado
por el nombre que me callo,
es fácil saber si estoy
o si mi tiempo ha pasado.
Si apunto que soy un mes
y que voy detrás de abril,
no queda más que añadir...
Yo creo que está muy claro:
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Es cierto, lo has acertado,
me dicen: "el mes de ____"

La palabra

 La pala abra lapa, labra la pala, abra lapa, labra          
                                                                                                    Pala, lapa, ala
                                                                                                      La palabra.  

Un sueño de muerte

En aquella pesadilla, una mujer harapienta con rostro de calavera se le acercaba. El soñador era un hombre que intuía de algún modo un gran peligro y que, a pesar de que intentaba levantarse a toda prisa para poder escapar, estaba paralizado por el terror. Aprovechando el momento, la mujer armó su brazo para accionar su guadaña y cortar el cuello al hombre. Lo hizo con precisión. Después se introdujo en una cueva y se inclinó sobre el cabo de una vela temblorosa que apagó de un golpe seco. Mientras tanto, el descabezado recorría el sendero inclinado que conduce hasta el barco de la noche... 
Por miedo a ver a la muerte, el hombre dejó que sus párpados siguieran cerrando sus ojos y así pasó varias días, fingiendo que seguía dormido. Le inquietaba el gran silencio que reinaba a su alrededor y el hambre que iba creciendo. Al tercer día ya no pudo más: "Que sea lo que Dios quiera", dijo, e intentó ponerse en marcha. Su mente pensó en levantarse y mil órdenes precisas brotaron en su cabeza pero sus músculos ya eran rocas y sus huesos pesos muertos en el ámbito infinito de aquel sueño del que nunca llegaría a despertarse.

Aquel amor luminoso

La luciérnaga salió de su oscuro refugio, subió a la acera y llegó hasta el pie de la farola.
-Te quiero- dijo el insecto en su idioma luminoso.
La farola contempló desde lo alto la tibia luz que se arrastraba por la acera y permaneció inmóvil.
-Amor mío, no te entiendo- continuó la luciérnaga
La luz eléctrica se mantuvo quieta, absolutamente estática. Parecía disfrutar con el círculo de claridad que producía a su alrededor o tal vez con lo impreciso de la zona de penumbra que surgía más allá.
-Me deslumbras, pero no te entiendo, lo siento- insistió.
Como siempre en aquel sitio, la farola repitió de forma terca el sentido de su único mensaje. Lo hizo diez, cien, mil veces. Lo hizo de forma automática e inconsciente porque su luz provenía de los watios de su bombilla, mientras el insecto luminoso intentaba sacar conclusiones de su extraña experiencia:
-Ya, ya sé que no me engañas y que no puedes hablarme ni entiendes lo que te digo.
Y de pronto el filamento incandescente que alimentaba el intenso brillo de la máquina de luz se fundió sin previo aviso y todo cambió de repente. Confundida, la luciérnaga no sabía qué pensar: ¿Aquel brillo del que estaba enamorada se había ido, se había muerto o intentaba contestarla con silencio? Esperó acontecimientos un momento, sin moverse. Pasaron dos coches rugiendo y el viento jugó al escondite con las hojas de los árboles. Escuchó vibrar al suelo y no quiso responder al instinto que la apremiaba para evitar el peligro. Decidió resistir, intentar descifrar el arcano de aquel amor marchito y cometió un error fatal: La suela de un gran zapato le cayó sobre su cuerpo de lombriz fosforescente con la fuerza de un batán y aplastó su desaliento. Como un recuerdo marchito, la luz verde se apagó sobre la acera.