Del origen de la familia

El primer hombre, tras inaugurar la lengua con un celebrado palíndromo ("Yo soy Adán, nada yo soy"), pasa al lado del árbol de la ciencia y contempla el cuerpo desnudo de Eva. La visión de las formas sensuales del cuerpo femenino le producen un efecto inesperado. De pronto su corazón se acelera y se le ocurre fijar en el tronco, con resina, unas letras de molde que ha encontrado allí mismo en una caja. "NADA ROPA VE", escribe justo a la derecha de un corazón grabado en la corteza que parece dejarse acariciar por las manos de la letra E. Entonces la mujer se acerca, coge una manzana del árbol, la muerde delicadamente y se la ofrece.
-"Toma"- dice, e invierte el orden de los signos alfabéticos: “EVA POR ADAN”, pone justo encima del grabado.
El primer hombre duda, pero tiene hambre y está encandilado por el atractivo irresistible de lo que tiene ante los ojos, así que lee el mensaje, se anima a comer de la manzana y se aproxima a la mujer para intentar rozar sus labios:
-"Amo T"- dice en voz alta, intentando asimilar el juego, mientras ambos gozan del placer del primer beso en el centro del exuberante paraíso. Son apenas veinte segundos, justo el tiempo necesario para que se saluden las lenguas y se haga sensible la humedad interior de los cuerpos. Después, se separan.
El ejercicio se ha acabado con un signo de interrogación. ¿Y ahora qué? Ambos están indecisos, pero ella, que se ha tomado un momento para pensar, se decide finalmente. Se acerca de nuevo al árbol, junta todas las letras en el mismo orden y despega la última para ponerla más abajo, a la derecha del grabado que parece inflarse como un globo ante la presión insistente de aquella: "EVAPORADA" pone arriba, mientras abajo la N busca la forma de combinarse con el signo.
Adán gira su cabeza de izquierda a derecha y luego de derecha a izquierda en un gesto inequívoco, al tiempo que la mira fijamente y le sonríe:
-No- dice y se acerca para intentar un nuevo beso.
Ella le está esperando, de manera que sus labios se juntan, se separan y se vuelven a juntar, mientras sus vientres se acoplan y los miembros van tejiendo las acciones sucesivas que conciertan sus instintos y se van abriendo puertas que conducen a los túneles oscuros del placer.
-¡Oh!- grita ella.
-¡Oh!- grita él.
Y en tan sólo diez minutos surgirá en las entrañas femeninas un embrión humano, un ente inquieto, carnoso y minúsculo que empezará a latir por su cuenta con la fuerza renovada con que brota un nuevo ser.