El hilo de Cloto

-¿Te llamas Teseo?- preguntó la señora del palacio.
-No, -le dije- no es ese mi nombre. 
Ella ordenó a sus soldados que me liberasen. Salí del salón del trono, decorado por frescos con peces y delfines y con el azul de las olas. En la habitación de al lado había tres hilanderas. La más joven me ofreció un ovillo de lana. Tiré del hilo y salí al jardín secreto. No tardé en perderme por sus innumerables senderos. Entonces comenzó la búsqueda. Varias veces se cruzó la trayectoria del camino recorrido con el nuevo, pero seguí adelante porque sabía que ese era mi deber. Al final me encontré con el monstruo. Su cabeza de toro salvaje me miró desafiante. Empecé a temblar. Pensé en huir, pero imaginé la vergüenza del cobarde. Me sobrepuse. Decidí atacarle con mi espada. Avancé gritando como un loco: 
-La gloria y la libertad o la muerte y el olvido. Todo o nada... 
Sólo entonces me di cuenta de que el hilo que habría de servir para mi vuelta acababa de quebrarse.