Santander

Si preguntas por la calle, compitiendo con el Racing, con el banco y con los edificios singulares más famosos de la localidad, el símbolo de Santander que prefieren los santanderinos es el de "La Horadada": Unas rocas aisladas en forma de arco, que surgen del fondo del mar, por donde, según la tradición, entraron en la bahía los restos de San Celedonio y San Emeterio, los santos patronos, martirizados al parecer en época romana en un lugar indeterminado del valle del Ebro. De los dos es el segundo, el que como la diosa Atenea en la capital de Grecia, da su nombre a la ciudad. Por eso es que en este lugar que es famoso por su puerto, por su banco y su comercio, si hay una acrópolis cierta, ésta es sin duda alguna: "La Horadada".
Pues bien, después de resistir siglo a siglo los embates de las olas, un buen día, ayer mismo en realidad, un reciente temporal se llevó por delante la clave del arco histórico. Los santanderinos se quedaron perplejos al ver el efecto demoledor de la naturaleza y al comprender de pronto que con el símbolo roto se rompía una parte de la ilustre memoria de los santos mártires, que anidan en el nombre de la ciudad. De espaldas a la iglesia y a la tradición, el nombre de la ciudad era para muchos un nombre antiguo y ya vacío, por eso no resultó muy extraño el que, un día, un personaje anónimo que circulaba por Puerto Chico propusiera cambiarlo por otro:
-Si cambiamos el nombre de Santander, que viene del santo ese, podremos elegir y ser más libres...
A causa de un contexto influenciado por fuertes tensiones políticas, la sociedad se polarizó rápidamente. Algunos insistían en cambiar, argumentando que un gran banquero local se aprovechaba de su nombre y cambiaba su sentido, pintándolo de rojo chillón y sometiendo a sus ciudadanos a la vergüenza de ser sus propagandistas. Otros aludían a la huella de la geografía y de la historia en el alma de la mayoría para defender el santo nombre del lugar. Durante meses ambos grupos se enfrentaron en una lucha sin cuartel cada vez más virulenta, hasta el punto de que incluso hubo un día dos heridos en un enfrentamiento entre jóvenes extremistas en la Playa de los Peligros a la salida del partido de fútbol del domingo. Sin embargo, pasada la fiebre primera, y después de que los periódicos se metieran en harina para intentar moderar el asunto, los partidarios del cambio empezaron a venirse abajo. En ello colaboró sin duda el hecho de que el banquero saliese a la palestra para destacar su compromiso con el desarrollo futuro de la ciudad y el hecho de que el concurso para elegir la opción alternativa se saldase con la división del grupo de los partidarios del cambio a causa de la división producida por los dos nombres propuestos, Springfield y Villanueva de Cantabria, que se enfrentaron entre sí. Además, la aparición de una tercera vía, que agrupaba a los partidarios de una solución intermedia, vino a complicar aún un poco más la situación. El principal promotor de ésta fue un poeta vanguardista que se sentía heredero de la estética dadá y en especial de Tristan Tzara, y que ofrecía para el caso la idea de cambiar, pero tan sólo un poco, es decir, partir del nombre antiguo y dejarlo evolucionar lo suficiente como para independizarlo del banco. Así pudo explicar a las fuerzas vivas del Ateneo que Santander había sufrido de la destrucción de la Horadada, de manera que los arcos de sus dos enes se habían roto para convertirse en dos precisas sílabas que transformaban su nombre en: "Saritarider". Desde ahí y hasta el nombre definitivo propuso un interesante debate, un juego de palabras público y democrático en el que los ciudadanos podrían y deberían participar.
Gracias a la buena puesta en escena de su exposición y a la brillante capacidad dialéctica de su promotor, la tercera vía consiguió concentrar las voluntades de la clientela progresista, sobre todo después de que el principal partido de la izquierda se apuntara a apoyarla tras ser discutida la propuesta en el comité provincial. Pareció entonces que lo único que faltaba era la votación que decidiría entre el cambio o la permanencia, después de la acostumbrada campaña publicitaria. No obstante, antes de convocar el referendum preceptivo, el Ayuntamiento pensó en que resultaba conveniente dar una opinión "institucional" que aconsejase a los vecinos, y para ello creó una comisión compuesta por el director del museo, el rector de la Universidad y los dos poetas más laureados de la región, bajo la dirección del alcalde. En el debate, tras una corta reunión, el día de la Virgen del Mar, triunfó la idea conservacionista.
Este es el párrafo clave del comunicado con el que saldaron el encuentro:
"Cambiar el nombre es peor que conservarlo. Cambiar un nombre es dejar que su contenido se haga añicos. Los nombres de cada uno cargan con lo bueno y con lo malo de nuestra historia y no está en nuestra mano cambiarlos. Lo mismo pasa con los nombres de lugar. Los nombres no son de piedra, son como terrones de azúcar. La lluvia del tiempo disuelve sus letras y su sonido. Los nombres se cambian solos y nunca por decreto".
Al día siguiente, mientras en los bancos de la alameda se discutía animadamente sobre si merecía la pena hablar de Sarader, Sararider o Sanander, en la comisión de obras del Ayuntamiento, se aprobaba con urgencia un presupuesto para revertir a la Horadada a su forma, tamaño y lugar original.