Eterno retorno

Escucho en el tocadiscos a Cat Steevens. Con sus canciones sonando -tengo casi todos sus elepés-, vuelven aquellos años. Al parecer, un día se convirtió al Islam e hizo unas declaraciones en las que metió tanto la pata que gran parte de las radios del mundo se pusieron de pronto de acuerdo para boicotear sus discos. Por eso, su música no obtiene hoy en día ni la décima parte del reconocimiento que mereció en su tiempo y por eso se ha convertido en el gran olvidado del pop contemporáneo. Sin embargo, para los que vivimos en directo cómo ascendía en las listas de éxitos el "Morning has broken" o el "Moon Shadow", Cat, el viejo Cat, ha estado siempre con nosotros y sigue siendo un compañero inseparable. Desde la cubierta de sus discos, su rostro siempre joven me ha visto mil veces desnudo y otras tantas se ha reído de mi pinta con pijama o con corbata, e incluso me ha despertado de la siesta muchas veces. Ha seguido mi carrera, ha visto crecer a mis hijos y a mis canas blanquear la melena juvenil. Siguió cantando en mi casa a pesar de mi divorcio, a pesar de mis pecados, y nunca se me ha enfrentado. Sigo sin saber inglés. Suena su voz de bajo en los bafles y sigo sin entenderlo. Como una letanía imperturbable, a pesar del tiempo transcurrido, sus palabras no han cambiado. Repite las mismas frases con la misma entonación, pero nunca consigue que sus canciones dejen de ser lejanos enigmas, permanentes puertas abiertas hacia un pasado que se fue. Sé que cuentan historias sencillas de gente que ama y que sufre, pero a mí, la verdad, ya no me interesa lo que dicen. Aunque podría repetir su fonética imprecisa, aunque suenen cada día en el salón como si fuera la banda sonora de la película de mi vida, me doy cuenta de que ya nunca podré entenderlas. Ya no aspiro a comprender. Prefiero seguir creyendo lo que siempre he imaginado. Pasó el tiempo en que todo era posible. Ahora, sentado en el sofá, vuelvo otra vez a escucharlo y se me forma un nudo en la garganta. Cat sigue estando a mi lado: Gira en su círculo negro mientras el tiempo pasa a nuestro alrededor. La aguja navega en los surcos rumbo hacia el infinito, explorando sin cesar los cuatro puntos cardinales para extraer todo el alma de su voz. Y suena ese tope seco y entra en la línea espiral y se levanta, y en los bafles se hace frente al imposible silencio con un sonido continuo, casi imperceptible, y la aguja, después de llegar al centro, vuelve de nuevo al principio.