Es la verdad

Escribir es revestir la realidad con la negra lencería de las palabras, disfrazarla de meretriz o de ilustre santa e impulsarla a caminar por las calles de la imaginación. La realidad, que es una mujer que tiene una experiencia tan redonda y tan completa como el mundo, sabe que el autor no la quiere, que él no pretende más que revolcarse con ella en el lecho blanco de la hoja de papel para satisfacer su instinto y colmar su curiosidad. Ella sabe también que esta eròtica relación no sirve para procrear, porque no es en sí fecunda, y que al final, en la ficción, sólo queda una cruel caricatura de lo que pasó, un negro residuo en tinta que nos cuenta que vivimos. Sin embargo, a su pesar, ella cede casi siempre. Se somete sin poner ninguna condición. No le importan ni los principios morales del autor con el que trata ni el contenido del desenlace ya previsto. A la realidad, le basta con escuchar las confusas frases del amante y con pasar por el proceso creativo en el que las cosas adquieren significado...
Con el tiempo, ella acaba por leer lo que se escribe y no suele disfrutar con la experiencia. Normalmente asimila mal el contenido falaz de la ficción, no soporta que se mienta, que se diga que fue así lo que no fue. Sin embargo, en ocasiones, la gran dama sonríe satisfecha: Aunque en la trama reconoce el afán de simplificar o el esfuerzo insolente por someterla a una ley que desconoce o que no quiere respetar, aunque en muchas ocasiones se sienta engañada, manipulada o ridiculizada, también, a veces, entre el barro de los hechos deformados, descubre un reflejo dorado, un aura brillante e inexplicable que la conquista y la justifica.
-Es la verdad -dice-, y sigue su camino, rellenando la inmensidad del tiempo con sus cosas.