Cementerio

Me estremecen las lápidas de mármol con su rosario de fechas desgastadas por el viento y me aterra la profunda oscuridad de las cavernas, penetrando en las naciones del infierno. Me da grima el gran silencio de los féretros tumbados, descansando como cajas apiladas en las tumbas y las cruces que se clavan sobre ellas como blancos puñales asesinos. No soporto el pensamiento de la lenta transición del cuerpo vivo al cadáver maloliente ni la idea de que vengan los gusanos a comernos. Me torturan las miradas penetrantes de los muertos. 
He pensado mucho en ellos y he pensado especialmente en que no vuelven, pero sé que, aunque me asusten por la noche, pero sé que, aunque no quiera, su destino será el mío y por eso me doy cuenta de que tengo que apoyarlos como pueda, de que no puedo dejar que se apague su presencia y de que tengo que enfrentarme con sus ojos y rendirles el tributo del recuerdo. 
Por lo tanto, me embadurno con los restos que ha dejado aquí el pasado: Siento la suavidad de sus manos, los efímeros roces de sus pieles, la ternura de sus voces o la luz de sus sonrisas, y algunas veces parece que los tengo junto a mí, en la misma habitación, y revivo los efectos que en mi alma provocaron sus relatos... Yo quisiera agradecerles el honor de su presencia y quisiera que supieran que conservo su legado, que lo guardo en letras góticas, que cincelo sus palabras y que bebo de su múltiple experiencia. Aunque sé que su recuerdo no es más que un eco perdido, un efímero susurro que se corrompe a medida que todo cambia a mi lado, me hago cargo del pasado y doy forma a su leyenda. Mi memoria es alto fuego. Rememoro sin descanso y sonrío ante sus hechos, aquellos que sin querer retoco con nuevas metáforas. Conservo en la estantería los papeles y las fotos que me dieron en herencia y repito con respeto sus mensajes como si aún pudiera verlos, como si aún pudiera escucharlos. Revivo lo que pasó, actualizo sus hallazgos y torpezas y cultivo la semilla que dejaron al desgaire en nuestras mentes. Sin embargo, ya lo sé, en su negra oscuridad, los muertos se siguen muriendo. Ellos ya nos dejaron, ellos al fin se han ido. Sus cenizas no contemplan estas flores ni sus huesos compadecen mi dolor. Se fueron irremediablemente. Se fueron sin ser consultados y sin condiciones. Se llevaron sus más íntimos secretos y nos esperan inmóviles en sus cajas de madera. No reposan en sus tumbas hacinadas. No son ellos quienes hablan en los sueños. Nunca obtienen respuesta a sus preguntas. Nadie ve aquí su derrota ni en el cielo habla con ellos. Ya no sienten el amanecer de cada día. Ni siquiera nos envidian. Son tan sólo seres virtuales, son fantasmas que compiten en los largos maratones del olvido, inquietantes ráfagas de viento. Son tan sólo nuestros muertos. Pedazos de silencio.