Morirse y después la muerte

Se moría y morirá se parecen en la "O", ese círculo que gira en los bordes de todo corazón... Esa "O" quiere decir que en el verbo morir aún hay vida. Esa "O" no es aún un cero. Para llegar al cero rotundo de la muerte hace falta traspasar la frontera de esa "U" que en el presente toma el lugar de la "O".
Una "U" es una letra oscura. Cuando una funesta "U" embadurna tu sujeto de su virtud angustiosa, se produce un residuo insufrible, se sumerge su run-run inhumano en tus gruesos músculos y cuaja en tu cuerpo una huella aún humeante que pugna por surgir en un hueco del último puente. Con la subterránea "U" surge del suelo una aureola del profundo mundo plutónico. Después, un cuervo susurra un cuento muy cruento. ¿Su título? "Suena tu muerte". Escucha:

Sucedió después de la inauguración del curso de literatura surrealista. Un lunes, te sumes en un inusual sueño nocturno: La muerte se juega tu suerte al mus y triunfa. Luego te busca y te busca, y te encuentra en una curva sinuosa.
Recuperas la luz en tu pupila y recuerdas la inoportuna conclusión de tu sueño. Si pudieras huirías asustado y sudoroso, huirías ridículo y minúsculo, pero no puedes aún. Te introduces en tu ducha. Consultas tu temperatura: Sube y sube. ¿Sufres una pulmonía? Seguramente. Acusas un virus brutal. Te duelen tus pulmones, te muele cualquier esfuerzo. El virus cultiva tu cuerpo con dureza y abusa de su fuerza. Tú procuras curarte. Tumbado en tu cuarto y sudando cuanto puedes, supones, incauto, que te recuperarás, aunque nunca triunfará tu salud, aunque nunca superarás el entuerto... Después te sumerges en octubre. Comunicas al común de tus alumnos tu sufrimiento. Te asustas. Usas mucho un ¡uh! muy tuyo, unido a un ¡uf! circunstancial. Te duele, luchas, y te encuentras hundido, sin recursos. Tus alumnos conducen un jueves tu cuerpo exhausto en un autobús ruidoso y raudo hasta la unidad de urgencias de la ciudad.
En lo profundo del vehículo público anuncian noctámbulos clubs. "Drácula chupa aún", cuenta un anuncio antiguo, rotulado en Courier. Una túnica púrpura cruza un puente de fuel sobre una oscura laguna justo cuando tú circulas por la autovía. La túnica se insinúa en la encrucijada. Su púrpura se vuelve azul por la luna. Huele a pútrida basura. Un crujido en una puerta y la túnica se introduce en el bus. Aunque su rictus fúnebre se oculta y sus huesos de mujer se disimulan, asustan sus huecas cuencas. Murmura su fuero cruento, su nunca de muda crudeza. Tu escudriñas sus atributos y, aunque su sucia substancia te disgusta, sucumbes a su ruda seducción. Te consumes en sus curvas sinuosas y funestas, te sumerges en su jubileo sepulcral y sufres un ictus. En consecuencia, tu futuro se embadurna de la "U" y se trunca.
-Aguarda, no puedo huir, me muero.
-Aguanta, abuelo, aguanta- susurran al unísono e inutimente los alumnos a nueve leguas de urgencias.
En la UCI tu figura no se mueve. Un cirujano acude y comunica tu defunción:
-Ha muerto...
El último lunes de octubre fue tu funeral, tu duelo ritualizado. Se produjo un contubernio: Los usureros consultaron tus cuentas, tus seguros, buscaron tus documentos y calcularon tus deudas. Sumaron y multiplicaron y concluyeron que fuiste absolutamente humilde. En los segundos subsiguientes, tus alumnos elucubraron sutilezas. "Fue muy justo y fue muy bueno", murmuraron, "el abuelo triunfará en el futuro: La universidad reproducirá sus cursos de literatura y publicará sus cuentos. Sus títulos truculentos e incluso su buen humor resurgirán unos lustros después. Reconstruirán sus recuerdos y resumirán sus propuestas. Saludarán su mundo virtual, nuevo y culto; saludarán su mundo lúdico y lúbrico. Sus cuentos impúdicos inundarán su mundo..."
Lo último: Un monumento a tu muerte. Remueven un suelo oscuro. Hundido tu laureado ataud en el profundo hueco, con tu cuerpo difunto tumbado y tu espíritu difuminado, ulula la cruz que culmina la punta de tu mausoleo.