Topografía

Las letras tienen tendencia a caerse, pues son de metales pesados y, si pueden, a poco que el joven calígrafo se olvide de la horizontal, cogen como una pendiente y se despeñan al suelo. Las palabras, como están hechas de letras, también sufren de esta ley gravitatoria. Las ideas, sin embargo, son más bien globos de aire, burbujas que brotan, que se fusionan, ascienden, se caen o explotan. Las ideas no se someten a más lógica que a la de su dinámica interna. Por eso, resulta tan difícil escribir. Las letras se pegan al suelo, buscan el recto equilibrio de la línea y el orden militar de las palabras. Las ideas todo lo lían. Las ideas son tormentas que enfrentan a las palabras o cambian la topografía lo mismo que una orogénesis, con la fuerza de la fe o con la universalización simplificadora de la ciencia. Las ideas unas veces se desenvuelven en el suave vaivén de las lomas que atraviesan y otras en la inmensa diversidad de las cimas y cañones del Nepal, unas veces en el centro de la corriente convectiva de un ciclón y otras en el curso de la explosión de un volcán stromboliano. Las ideas son seres incontrolables, diversos, insumisos, que se enfrentan con al peso de las letras y no entienden de escrituras ni de frases. Los autores intentan hacer que las frases convivan, que las letras se sujeten en las filas, y conectan las ideas. Negocian su espacio interior y el aire que necesitan para que no discutan de frente, para asumir la presencia del contrario y para poder alcanzar el consenso necesario en el que cada una encuentre su lugar. Lo intentan con pasión y mucha dedicación, ejerciendo su papel de jefes de un mundo anárquico, exigiendo a las ideas que se adapten poco a poco al perfil de la pendiente ara poder conducirlas, finalmente, hacia el curso controlado y horizontal del río de la llanura. De este modo, se mezclan en las obras lo más alto y lo más bajo, lo etéreo con lo profundo, la tierra, con el mar y el aire, y nosotros los lectores recorremos los raíles de las líneas sucesivas y emprendemos la aventura de la historia que nos cuentan. Nosotros, los lectores, somos los trenes, cargados de curiosidad, los que descarrilamos sin pausa sobre los márgenes blancos, los que prestamos nuestra vida y nuestra experiencia al estilo y al ingenio del autor, los que hundimos nuestra vista en ese descenso ciego que un número creciente corta en el fondo de cada página. Gracias a esta especial disponibilidad conseguimos que nuestra mente sobrevuele los trayectos infinitos que se narran y conocemos las vidas de otros seres diferentes sin tener que preguntar. Gracias a este pequeño esfuerzo, contemplamos las razones de este extraño reino en el que el blanco es la nada y el negro contiene la luz y la esperanza. Gracias a nuestra insistencia disfrutamos al final del abrupto desenlace, tras leer la última línea, para ver que, si pensamos y contamos, lo que pasa se rellena de sentido, y la vida, por excepción, deja de ser sólo caos para pasar a ser cuento.