El rey de los regalos

En el salón de la casa, sobre el sofá y al lado de los zapatos infantiles, había una montaña de regalos.
-Vamos, mira a ver qué te han traído los reyes- dijo el padre.
Con la ilusión aún inscrita en su cara, el niño comenzó a separar por un lado los juguetes y por otro las cajas con los papeles, pero como el montón de los residuos no paraba de crecer, el padre se fue a la cocina, preparó una bolsa grande de basura y allí se entretuvo un poco recogiendo.
Cuando el adulto volvió, el niño ya se enfrentaba con el último paquete. Por debajo del papel del envoltorio, el jovencito descubrió la marca del fabricante y dudó. No merecía la pena continuar. La ilusión primera había dado paso al desaliento.
-¿No te gustan los juguetes?- le preguntó a bocajarro.
-Si papá, pero es que yo quería...
-¿Qué querías?, hijo.
-Quería...
Con un gesto sonriente, el adulto animó al niño a que encontrase las palabras que podrían dar forma a su deseo.
-Pues eso, que si quieres jugar conmigo.
El padre se agachó para abrazarlo y acarició su cabeza.
-Venga, un ratillo, ¿vale? ¿A qué quieres jugar?
-¿Jugamos a la pelota? ¿Bajamos a la calle?
-Vale, de acuerdo, pero así no puede ser. Primero tienes que vestirte: ¿Donde está la camiseta? ¿Y los calcetines de lana? ¿Y las botas? Venga, búscalos en la cómoda de tu cuarto y en el trastero. Es sólo un rato, ¿eh? Luego hay que ir a casa de los abuelos, así que antes tenemos que recoger, ducharnos, vestirnos...
-No importa, papá- dijo el niño -déjalo. De verdad que no importa.