Lo que pensó escuchando a los Beatles

Como un virus morboso, a lo largo de aquella plomiza tarde de abril, mientras el compacto de los Beatles volvía a sonar en su cuarto, el color gris de sus sienes se había colado de rondón en su alma de padre de familia. Una extraña sensación de soledad y un íntimo abatimiento le invadieron. A sus cuarenta y muchos años miraba hacia atrás con aire reflexivo, indagando en las raíces de su identidad:
"¡Cuánto tiempo! ¡Qué corto se me ha hecho el camino! ¡Cuántas preguntas sin respuesta!"
El pequeño espejo del fondo del salón confirmaba que había dejado de ser el joven en quien hasta ayer se reconocía. Su rostro, salvadas las distancias, le había recordado la imagen de su padre. Sólo le faltaba el bigote, ¡cómo se parecían! Además, los dolores de espalda que le martirizaban o esa muela del juicio que le acababan de extraer ¿no eran sígnos de decadencia?
Mientras tanto, los altavoces desgranaban las notas de "¡Qué noche la de aquel día!".
¡Qué decepción cuando descubrí que la letra de esa canción no hablaba de una noche mágica, sino del hogar como refugio tras un día de perros! ¡Qué ignorancia! ¡Eran tantas las cosas que no sabíamos entonces! ¡Eran tantas las cosas que confundíamos! Suponíamos que el bien era sólo nuestro y que el mal era patrimonio exclusivo de los contrarios, porque éramos un país intolerante de vencedores y vencidos, y en la guerra no se aprende tolerancia. Después, los hijos del franquismo, los que nacimos y crecimos a su sombra, continuamos el equívoco de nuestros mayores, aquel que confundía ser de derechas con ser apolítico y ser de izquierdas con ser antifranquista. En realidad, ser de izquierdas o de derechas en aquella España era sobre todo una especie de tradición familiar, un camino compartido con los tuyos sin posibilidad de retorno". 
El mundo en el que había sido educado era un mundo hueco de película de vaqueros, un mundo falso de buenos y malos. También era un mundo triste, coloreado de azul autoritario, y con una clarísima frontera frente al rojo. Él había cruzado esa frontera y lo había hecho como se hacían entonces esas cosas, de la misma forma en que uno crece y se hace mayor, sin pensárselo dos veces. Ahora, sin embargo, dudaba: ¿Se encontraba todavía al otro lado? Tal vez no.
"Mi vida no ha sido fácil, pero tampoco ha sido dura. Su resumen es semejante al de otros muchos: Que estudié en un colegio de pago y luego en la facultad, que más tarde saqué oposiciones y conseguí plaza en un Instituto, y que después me casé y que he tenido dos hijos... Una vida tan vulgar como la de mis amigos. Camino trillado que sigue una estela trazada por manos ajenas, sin ningún mérito ni relevancia. En realidad, todo parecía estar previsto de antemano. Somos un producto histórico, la consecuencia necesaria de esa irrepetible combinación de acontecimientos que nos ha tocado vivir, el efecto indirecto de los intereses ajenos que influyeron en el poder político para provocar los determinantes sucesos que había presenciado desde el papel de periódico o desde la pantalla del televisor. Sí, seres anónimos, meros receptores de estímulos, configurados por decisiones ajenas; entes dependientes, condicionados por relaciones heredadas y por una educación adquirida más por la ilusión y el enconado esfuerzo de nuestros padres que por propia voluntad”
Sonó el Sometihing entonces, inundando la habitación de nostalgia.
“¡Qué tiempos aquellos de guateque y discoteca, cuando sonaban el "Something" del místico Harrison o el larguísimo "Hey Jude". Éramos unos ingenuos. No sabíamos nada. Ni siquiera que Jude era Julián Lennon, el hijo del ídolo. Creíamos que era una canción de amor y nos dejábamos acariciar por sus notas... Sí, han pasado los años. El joven que creyó en la posibilidad de cambiar el mundo a base de recetas que volvían del revés las normas cabales de sus antepasados es ahora un hombre maduro y como tal se preocupa de sacar adelante la casa y de evitar a la prole sufrimientos innecesarios. Así las cosas vuelven a estar como estaban. Todo fluye, como decía Heráclito, y todo permanece, como decía Parménides. Los padres se comportan como padres y los hijos como hijos, aunque la tierra no haya dejado de girar, llenando de niños las cunas y de muertos los cementerios, de fábricas los campos y de petróleo los mares. Hemos visto llegar al hombre a la luna, disparar a Tejero en el congreso y morir a Kennedy por televisión... Hemos crecido y nos hemos llenado de canas y de cansancio..." 
Comenzaba ahora a oírse el "Revolution" del que abominaban los de la joven guardia roja. Quizá por eso, su mente recaló en el Mayo del 68 y en Dani el Rojo:
"Deberíamos estar orgullosos porque verdaderamente hemos contribuido a cambiarlo todo. Nosotros echamos a la calle a los fachas de bigotillo y traje con corbata. Nosotros justificamos las relaciones prematrimoniales, defendimos a los homosexuales, favorecimos la incorporación de la mujer al trabajo, sufrimos la pesadilla de los ejercicios espirituales y la inquisición de la represión. Nosotros abrimos las puertas a la libertad".
Después recuerda con orgullo las carreras delante de los grises y se muere de ganas de contar a sus hijos lo que fue el Mayo del 68, el Concilio Vaticano II, la guerra del Vietnam y el ambiente que se respiraba en España cuando murió Franco. Sin embargo, se contiene porque entiende que no ha llegado el momento:
“ No, todavía no... Nuestros hijos no son todavía suficiente maduros, aún no están preparados para entender nuestras historias. Si se lo contásemos ahora sucedería lo mismo que cuando sonaron en nuestros oídos los tristes ecos de la guerra civil y de la posguerra. Aquellas insufribles hazañas del abuelo. No, es mejor esperar. Darles el tiempo necesario para que crezcan y quieran saber la verdad. Esperar a que pregunten... Mientras tanto será mejor dejarles enredando con la Play o con el móvil."
Siente, entonces, la nostalgia de sus años mozos y se pregunta por qué esperó a casarse para descubrir el sexo, por qué ha bautizado a sus hijos y paga cada mes la mensualidad de un colegio privado "progresista", por qué tiene un espléndido coche de importación y veranea cada año en Torrevieja, por qué vive como un burgués de nuevo cuño después de haber votado mil huelgas, después de haber escondido el Mundo Obrero en un cajón de su escritorio, después de haber estado dos veces en comisaría, después de haber brindado con champán cuando Carrero voló por los aires, después de haber sido siempre fiel al voto de izquierdas. ¿Qué fue de quien colgaba un póster del Ché sobre su cama o de quien pensó muy seriamente en marcharse un verano a Nicaragua? 
"Sí, es verdad, con las canas y esta panza de burgués se fueron los ardientes ideales. El tiempo ha remansado el abrupto arroyo juvenil, tal y como me advirtieron que sucedería. Fuimos rebeldes con causa. Siempre hay razones para ser rebelde, pero las razones pesaron menos que la rebeldía. Había demasiadas razones para cambiar, demasiado olor a muerto putrefacto. Todo era demasiado claro: el bien y el mal separados por una frontera de color púrpura, los jóvenes limpios y los viejos corruptos, la izquierda revolucionaria con sus himnos de igualdad y solidaridad y la derecha cavernaria y dictatorial. La evidencia era tal que nadie se detenía a plantearse sus propias contradicciones. Se aplicaba el esquemático análisis marxista y ya no había nada más que hablar... Algunos hicieron sacrificios por la causa, otros nos dejamos llevar por la corriente, pero en la mayor parte de los casos la rebeldía se agotó en sí misma... Ahora tan sólo me queda un sentimiento romántico cargado de nostalgia, pero también de culpabilidad. Fuimos capaces de hacer ondear nuestra bandera y de hacer creíble el cambio y así conquistamos el poder. Después hemos intentado administrar la fuerza adquirida para permanecer y en la lucha hemos corrompido los ideales en los que nos reconocimos y los principios que nos llevaron al triunfo. La historia no será clemente con nosotros. Nosotros los limpios, los jóvenes, los idealistas fuimos falsos revolucionarios. Nos engañamos entonces y nos seguimos engañando ahora, cuando pensamos como izquierdistas y actuamos como burgueses. Nuestros contrarios, los fachas, al menos decían lo que pensaban y hacían lo que decían. Eran unos bárbaros, pero no engañaban a nadie. Nosotros, por el contrario, los demócratas, los civilizados, los razonables, o bien nos hemos lucrado o bien hemos mirado hacia otro lado. No hemos querido ver las consecuencias de nuestra ingenuidad y hemos consentido que nuestro régimen fuera tan corrupto como lo exigía la avaricia de los mangantes que gobernaron con nuestros votos. Nosotros fuimos también responsables del terrorismo etarra, les apoyamos porque estaban en nuestro bando y celebramos juntos la muerte de Carrero y la de Franco. Nosotros los falsos demócratas que confundimos derecha y fascismo y apoyamos la guerra sucia de los GAL. Nosotros los feministas, pero sólo para fregar los platos los fines de semana. Nosotros los socialistas que llevamos los hijos a colegios de pago y tenemos acciones en el banco. Nosotros los igualitarios, que miramos por encima del hombro a los gitanos y a los moros. Nosotros los orgullosos triunfadores, incapaces de la más mínima autocrítica. La mentira es nuestro mayor delito... Nadie debería perdonar nuestra inmensa hipocresía..."
Con un inglés macarrónico, aprendido en crepusculares academias, traduce a trancas y barrancas el "Nowhere Man": "no tiene ningún punto de vista, no sabe a dónde va, ¿no es un poco como tú y como yo?

La llave

   El deseo de besar   
 los labios de  --------  la cerradura, 
     penetrar           ---  --    el laberinto,  
   deslizarse    --------  hasta el final 
 del preciso mecanismo 
y abrir la puerta 
 cerrada, 
movían su pensamiento.
                                  
Recordaba la pasión,
la grasa que lubricaba
los dientes de metal fino
y el sonido de placer
de las bisagras
para después lamentarse
de su presente sin brillo:
                                  
De su llavero exiliada,
ociosa en el basurero
en donde vivió su retiro,
tan lejana del umbral
de la puerta que a diario
seducía,
envuelta en papel albal, 
nostálgica pero reflexiva,
pronto entendió 
el contenido
       de su íntimo porvenir:
                                    
          "Volver resulta imposible"
               "Ya nunca serás feliz"
             "La puerta que ayer se cerró 
              ya nadie la podrá abrir..."

El cigarro

  El cigarro se consume 
       inclinado hacia delante      
             y calienta el cenicero.           
           El humo juega en el aire         
           al juego de disfrazarse            
         de hilo de ingrávida lana...        
        Contemplo la gris serpiente       
         que asciende y desaparece,       
             cuando le toca la luz,               
              y el residuo perezoso             
        que impregna también de gris     
              la plaza que fue brillante.            
         Luego siento que se ahoga,        
        sin que nadie se dé cuenta,        
           y lo llevo hasta mis labios         
                 para quemarme en su fuego.               
            Escucho cómo crepita           
       e interpreto lo que piensa.        
                        Le comprendo:                        
        "La vida pasa deprisa".        
   Sobre el cristal de su tumba   
 se adormece para siempre 
         la ceniza...      

El final de la imposible eternidad


     
Lento,
como la espera,
sometido al mundo curvo de su cárcel sin esquinas,
exhibía los latidos que su estrecho vientre plano fabricaba 
con la fibra inoxidable del metal.
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Murmuraba su mecánico sonido,
como un pulso regular inexorable
  y seguía su camino, paso a paso,  
bajo el cielo transparente del cristal.
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   Luego un día la varilla se detiene   
y se seca el manantial de los segundos,
     y ese giro tantas veces repetido      
se convierte en un recuerdo malherido
   a los pies de una gran raya vertical.  
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El silencio es una negra foto fija,
la parálisis final del ser viviente,
un callado signo mudo, inescrutable,
que en el fondo de la esfera nacarada,
guiña el ojo a la imposible eternidad.
oooooooooooooooooooooooooo

Morirse y después la muerte

Se moría y morirá se parecen en la "O", ese círculo que gira en los bordes de todo corazón... Esa "O" quiere decir que en el verbo morir aún hay vida. Esa "O" no es aún un cero. Para llegar al cero rotundo de la muerte hace falta traspasar la frontera de esa "U" que en el presente toma el lugar de la "O".
Una "U" es una letra oscura. Cuando una funesta "U" embadurna tu sujeto de su virtud angustiosa, se produce un residuo insufrible, se sumerge su run-run inhumano en tus gruesos músculos y cuaja en tu cuerpo una huella aún humeante que pugna por surgir en un hueco del último puente. Con la subterránea "U" surge del suelo una aureola del profundo mundo plutónico. Después, un cuervo susurra un cuento muy cruento. ¿Su título? "Suena tu muerte". Escucha:

Sucedió después de la inauguración del curso de literatura surrealista. Un lunes, te sumes en un inusual sueño nocturno: La muerte se juega tu suerte al mus y triunfa. Luego te busca y te busca, y te encuentra en una curva sinuosa.
Recuperas la luz en tu pupila y recuerdas la inoportuna conclusión de tu sueño. Si pudieras huirías asustado y sudoroso, huirías ridículo y minúsculo, pero no puedes aún. Te introduces en tu ducha. Consultas tu temperatura: Sube y sube. ¿Sufres una pulmonía? Seguramente. Acusas un virus brutal. Te duelen tus pulmones, te muele cualquier esfuerzo. El virus cultiva tu cuerpo con dureza y abusa de su fuerza. Tú procuras curarte. Tumbado en tu cuarto y sudando cuanto puedes, supones, incauto, que te recuperarás, aunque nunca triunfará tu salud, aunque nunca superarás el entuerto... Después te sumerges en octubre. Comunicas al común de tus alumnos tu sufrimiento. Te asustas. Usas mucho un ¡uh! muy tuyo, unido a un ¡uf! circunstancial. Te duele, luchas, y te encuentras hundido, sin recursos. Tus alumnos conducen un jueves tu cuerpo exhausto en un autobús ruidoso y raudo hasta la unidad de urgencias de la ciudad.
En lo profundo del vehículo público anuncian noctámbulos clubs. "Drácula chupa aún", cuenta un anuncio antiguo, rotulado en Courier. Una túnica púrpura cruza un puente de fuel sobre una oscura laguna justo cuando tú circulas por la autovía. La túnica se insinúa en la encrucijada. Su púrpura se vuelve azul por la luna. Huele a pútrida basura. Un crujido en una puerta y la túnica se introduce en el bus. Aunque su rictus fúnebre se oculta y sus huesos de mujer se disimulan, asustan sus huecas cuencas. Murmura su fuero cruento, su nunca de muda crudeza. Tu escudriñas sus atributos y, aunque su sucia substancia te disgusta, sucumbes a su ruda seducción. Te consumes en sus curvas sinuosas y funestas, te sumerges en su jubileo sepulcral y sufres un ictus. En consecuencia, tu futuro se embadurna de la "U" y se trunca.
-Aguarda, no puedo huir, me muero.
-Aguanta, abuelo, aguanta- susurran al unísono e inutimente los alumnos a nueve leguas de urgencias.
En la UCI tu figura no se mueve. Un cirujano acude y comunica tu defunción:
-Ha muerto...
El último lunes de octubre fue tu funeral, tu duelo ritualizado. Se produjo un contubernio: Los usureros consultaron tus cuentas, tus seguros, buscaron tus documentos y calcularon tus deudas. Sumaron y multiplicaron y concluyeron que fuiste absolutamente humilde. En los segundos subsiguientes, tus alumnos elucubraron sutilezas. "Fue muy justo y fue muy bueno", murmuraron, "el abuelo triunfará en el futuro: La universidad reproducirá sus cursos de literatura y publicará sus cuentos. Sus títulos truculentos e incluso su buen humor resurgirán unos lustros después. Reconstruirán sus recuerdos y resumirán sus propuestas. Saludarán su mundo virtual, nuevo y culto; saludarán su mundo lúdico y lúbrico. Sus cuentos impúdicos inundarán su mundo..."
Lo último: Un monumento a tu muerte. Remueven un suelo oscuro. Hundido tu laureado ataud en el profundo hueco, con tu cuerpo difunto tumbado y tu espíritu difuminado, ulula la cruz que culmina la punta de tu mausoleo.

Insomnio

                                                  Noche oscura...                           
                                                                                     La memoria se confiesa...                                        

 Las cejas guadan silencio...                                                                    
             Como un martilllo pilón,                                     Un pesado techo plano...  
            los párpados sobre mis ojos...                    Una lámpara sin luz sobre la cama... 
Ha llegado ya el momento                             Un pensamiento furtivo
            de saber lo que pasó...                                 en el centro de la vieja
                                                                                         habitación...

Sanitario

A las puerta de los baños de la posada de Taxco, dos hombres esperan su turno. Animados por la misma urgencia mingitoria, ambos se miran. Son adultos que se acercan con peligro a los sesenta, cuando el órgano masculino empieza a sentir los típicos afanes del deterioro de la próstata. Delante está el más alto, que es también el más directo, el más afable:
-¿Sabe usted cuál es el santo más frecuentado en Méjico?- dice.
-No...
-Pues éste, el San Itario.
-Está bien- dice el más bajo, sonriendo apenas, después de un ja-ja de compromiso. 
-Amigo, ¿de dónde viene?
-¿No se me nota? De España.
-¿De tan lejos?
-Sí que lo está, sí... Doce horas de avión, más cuatro de aeropuerto.
El más alto se queda un rato pensando y luego se arranca así:
-Oiga amigo, perdone que le platique algo más. Entiendo que no es algo para hablar sin confianza, pero permítame que le formule esta pregunta: ¿Qué le parece a usted lo que hicieron aquí sus antepasados? 
El español se sintió patrióticamente maltratado. De nuevo la leyenda negra... Pensó en que podría contrarrestar la propaganda resaltando los aspectos positivos, como el de la prohibición expresa de la esclavitud de los indios por las leyes de Indias de Isabel la Católica o la de la fuerza crítica de personajes tan bien intencionados y poderosos como el Padre Bartolomé de las Casas ... Sin embargo, en aquel contexto, decidió emplear otro argumento:
-¿Mis antepasados? Serán los suyos, amigo... Cortés y los conquistadores vinieron solos, sin mujeres. Aquí dejaron sus hijos, su sangre y sus huesos. Ustedes no son sólo indios, son mestizos. A ustedes también les toca la sangre de los conquistadores. Hablamos el mismo idioma. Somos de la misma pasta, deberían saberlo...
Dos jóvenes salieron del baño, de modo que los dos adultos entraron juntos y, casi al mismo tiempo, buscaron su lugar frente al urinario, bajaron sus cremalleras y empezaron a desalojar la vejiga. En un punto del proceso ambos rostros se buscaron y se encontraron de nuevo. El más alto, señalando hacia el chorro que salía de su miembro, repitió con cierta sorna:
-Somos de la misma pasta, sí. De la mismita pasta. No cabe la menor duda...
El español, aprovechando el sentimiento de complicidad que parecía estar brotando entre ellos, le siguió el juego:
-Si no cabe la menor, la que cabe es la mayor, ¿no es eso?
-Ambas caben, chamaquito- respondió.
Mientras las cremalleras volvían a ocultar bajo el pantalón los órganos de la entrepierna, los dos hombres se volvieron hacia los lavabos con sus labios dibujando una sonrisa ahora abierta y confiada. El agua fresca fluía desde las cañerías hacia las cuatro manos y luego se deslizaba hacia abajo, asumiendo el sentido de giro de las agujas del reloj antes de colarse por el sumidero. El español habló hacia el lugar sobre el que aparecía la imagen del mejicano en el gran espejo corrido que intentaba duplicar la sensación de espacio del angosto baño:
-¿Te hace una copita, hermano? Yo te invito a la primera.
-Tendrán que ser dos.

Ay/uno


AYUNO

¡Cómo como!
Soy un uno...
Si antes fui un uno fino
ahora soy un gordo uno.
Así que ay-uno y ay-uno,
y bebo SOLARES a morro.
Tratando de reducir
del triple al doble mi tripa,
la llamo primero bi-Pa
y luego la nombro Pa
al quedarse en la mitad.
Pero yo no paro aquí.
Procurando adelgazar
mi silueta un poco más,
me propongo limitar
la ingesta de grasas e hidratos
y condenar a los dulces
a la pena capital.
Con el tiempo los pescados,
sudando sobre la plancha,
ocultan su encanto especial,
las purgas de aceite y sal
le quitan toda su gracia
al verde de las ensaladas,
en sueños se me aparecen
las rojas carnes guisadas,
las fabes y los garbanzos
y siento un hambre bestial
que no se calma con nada.
Después de la arcada vil,
que en la región palatal
provocan mis dedos blancos,
a veces mancho el mantel
con un pastoso residuo
de fruta o sopa de ayer.
Y acudo mil veces mil
al baño grande de casa
y miro el gráfico gris
que en un panel representa
la masa que el peso marca.
Suspiro y pienso: ¡Ay de mi!
Si sigo por este camino
¡qué pronto llegará el fin!
Pseudónimo: Adel Gazo

Ay/uno (continuación)

AYUNO
  
 No comía.
Cada vez
pesaba menos
y más alto parecía.
Mis tripas estaban vacías.
                                         
Al ver la radiografía
que reflejaba el espejo,
sentía que desfallecía
y luego que el “des” perdía.
                                                     
Cual príncipe de Dinamarca,
hablaba en voz alta del ser
y de su opuesto el no ser,
mirando a una gran patata.
                                           
Un día, al amanecer,
rodando sobre sí mismo,
un rosco cero en Courier
se quiso poner junto a mi
para intentar hacer diez.
                                                   
Silbando en el des/ay/uno
resopla la triste pavana
 para un Infante difunto:
                                                 
 -¡Ay Uno, qué a punto estás
de ser un-no, sólo un-no,
 del mismo tipo que yo!-
                                                   
Así que he vuelto a comer.
Espero que cojas la copla.


Pseudónimo: Adel Gazo

Es3

Chiquilicua3 pillas3,
pollas3 lacus3 y bui3
comparten por ser silves3

la falta absoluta de es3.
Por el contrario, los sas3,
los chan3 y burgomaes3
y también los petime3
que ambicionan ser ilus3,
pensando en los en3ijos
de la siembra de aligus3
al 3bolillo de Trieste,
se es3san mucho

 a diario.

El prescindir de los pos3
que te aconsejan los me3,
el que en ca3 cu3 duermas
hasta que frus3 tus sueños,
el que en 3illos pedes3,
ya nunca pene3 vien3
después de que tú te cas3, 

provoca unas depres
muy duras.

Por eso nunca demues3
el caletre de los tristes,
abandona los pupi3
y sigue rumbos campes3,
si ponen examen los miércoles
y grítame un ¡qué dian3!
siempre que sientas crecer

la horrible depre de antes
o el mal que llamamos 

es3...

Topografía

Las letras tienen tendencia a caerse, pues son de metales pesados y, si pueden, a poco que el joven calígrafo se olvide de la horizontal, cogen como una pendiente y se despeñan al suelo. Las palabras, como están hechas de letras, también sufren de esta ley gravitatoria. Las ideas, sin embargo, son más bien globos de aire, burbujas que brotan, que se fusionan, ascienden, se caen o explotan. Las ideas no se someten a más lógica que a la de su dinámica interna. Por eso, resulta tan difícil escribir. Las letras se pegan al suelo, buscan el recto equilibrio de la línea y el orden militar de las palabras. Las ideas todo lo lían. Las ideas son tormentas que enfrentan a las palabras o cambian la topografía lo mismo que una orogénesis, con la fuerza de la fe o con la universalización simplificadora de la ciencia. Las ideas unas veces se desenvuelven en el suave vaivén de las lomas que atraviesan y otras en la inmensa diversidad de las cimas y cañones del Nepal, unas veces en el centro de la corriente convectiva de un ciclón y otras en el curso de la explosión de un volcán stromboliano. Las ideas son seres incontrolables, diversos, insumisos, que se enfrentan con al peso de las letras y no entienden de escrituras ni de frases. Los autores intentan hacer que las frases convivan, que las letras se sujeten en las filas, y conectan las ideas. Negocian su espacio interior y el aire que necesitan para que no discutan de frente, para asumir la presencia del contrario y para poder alcanzar el consenso necesario en el que cada una encuentre su lugar. Lo intentan con pasión y mucha dedicación, ejerciendo su papel de jefes de un mundo anárquico, exigiendo a las ideas que se adapten poco a poco al perfil de la pendiente ara poder conducirlas, finalmente, hacia el curso controlado y horizontal del río de la llanura. De este modo, se mezclan en las obras lo más alto y lo más bajo, lo etéreo con lo profundo, la tierra, con el mar y el aire, y nosotros los lectores recorremos los raíles de las líneas sucesivas y emprendemos la aventura de la historia que nos cuentan. Nosotros, los lectores, somos los trenes, cargados de curiosidad, los que descarrilamos sin pausa sobre los márgenes blancos, los que prestamos nuestra vida y nuestra experiencia al estilo y al ingenio del autor, los que hundimos nuestra vista en ese descenso ciego que un número creciente corta en el fondo de cada página. Gracias a esta especial disponibilidad conseguimos que nuestra mente sobrevuele los trayectos infinitos que se narran y conocemos las vidas de otros seres diferentes sin tener que preguntar. Gracias a este pequeño esfuerzo, contemplamos las razones de este extraño reino en el que el blanco es la nada y el negro contiene la luz y la esperanza. Gracias a nuestra insistencia disfrutamos al final del abrupto desenlace, tras leer la última línea, para ver que, si pensamos y contamos, lo que pasa se rellena de sentido, y la vida, por excepción, deja de ser sólo caos para pasar a ser cuento.

El enigma de mi nombre

Cuando una acaba de morir, el dolor se acaba y florece la tristeza. Una inaudita inmovilidad se impone a todo. No hay frontera ni blanco paisaje. Cuando una acaba de morir, están frescos los recuerdos, porque una ráfaga instantánea acaba de revivirlos en la mente que ve próximo el final y que se niega a aceptar lo inevitable. En el último suspiro, el cerebro se concentra para hacer un reportaje que resume en un segundo todo lo que importa. A pesar de la tensión, en el último momento son más vívidos los hechos y el mayor galimatías se resuelve, porque entonces se miran sin prejuicios las razones de las cosas y se sacan conclusiones más allá de la apariencia; al final se disuelven los turbios engranajes del cariño, aquellos que impedían comprender esa simple relación de causa-efecto que era clave en nuestra historia; al final se confiesan las mentiras que el pasado había ocultado y, aunque todas nuestras fuerzas se aferran a la vida, todo se termina de repente.
Yo era demasiado joven y no había tenido tiempo de pensar. Me faltaba una explicación a mi existencia. No tenía, todavía, ni un sentido ni un trayecto definido. Es por eso que he dejado libertad a mi memoria para ver si era posible que las cosas se ordenasen, lo mismo que los sedimentos en el fondo de los mares y, al final, me he viso allí, tumbada en aquel cadáver. He sufrido al verme inmóvil e incapaz de abrir la boca y he sufrido por el tiempo que ya no viviré... Es por eso que reclamo vuestra atención, ese especial sentido, esa especial intuición que a veces permite a los vivos comunicar con los muertos. Escuchadme, entonces, si podéis, dejad vuestras ocupaciones y atendedme. Así podré colonizaros y florecer en vuestro pensamiento. Así podré vengarme de la muerte. Así denunciaré a mis asesinos y podré vivir lo que me falta. Así no me marcharé del todo... No, no podéis negaros, os lo ruego, por favor: Vosotros, que seguís vivos y que creéis que sois justos, abrid bien vuestros oídos y grabadme en vuestra mente...
Yo era Paloma. Esa niña que corría en la alameda con el rostro concentrado en la distancia y que luego creció un poco. Yo pensaba que en mi nombre se escondía mi destino y creía que mis brazos serían alas y que mi vello acabaría por transformarse en blanda pluma... Luego crecí de repente y escribía cartas largas a aquel chico de ojos negros cuyo nombre y dirección desconocía. Yo era la que esperaba que el tiempo se acelerase para ver el fin del mundo y navegar por mil mares sin pedir permiso a nadie. La que hubiera querido aprender mil lenguas, incluyendo las de hueso y de marfil para entender la verdad. Yo era aquella que pensaba que mezclar todas las razas era perfectamente posible, la que confundía a las estrellas con chinchetas de un azul tablón de anuncios y miraba por la tarde al sol poniente, cuando hunde su rojizo redondel en la línea interminable del color azul marino. Yo era la que envidiaba el vuelo de las cigüeñas y seguía con la vista el aleteo de las mariposas, la que no entendía que las focas tuvieran que morir ni el color del espanto, manando escarlata de la herida. Y también era tu amiga, la que se sentaba contigo en el pupitre, la que había salido voluntaria en geografía, la que sufría mucho más que las demás en la clase de gimnasia, sobre todo cuando había que hacer abdominales, la que conocía a un muchacho que jugaba al balonmano, la que se cruzaba contigo en el paseo los fines de semana. Esa chica que vivía en tu misma calle y compraba los domingos en el quiosco de la plaza los periódicos. Yo era Paloma, la que podría haber crecido al tiempo que tú creces o envejeces, la que podría haber sido tu vecina, tu médico, tu juez, tu alcalde o tu azafata, la madre de tus hijos o tu amor desesperado, la que podría haberte seducido, la que podría haberte descubierto o haberte amamantado... Mis padres me llamaron Paloma, por mi tía, que acababa de morir. A mí me gustaba ese sonido: Pa-lo-ma. Yo creía que mi nombre era un dibujo, una forma imaginaria, un contorno que la vida iba llenando de color. Yo buscaba en él la forma de mis sueños y me he visto disfrazada y volando por el cielo con mensajes o con ramas de un olivo milenario. En mi nombre se incluía el atributo de las alas. Yo soñaba que podría elevarme desde el suelo hasta el aire puro y fresco en donde surgen las tormentas y también imaginaba que la forma de mi cuerpo adquiriría la finura de un diseño aerodinámico. En mi mente daba vueltas a esa idea de un futuro sin fronteras ni poderes terrenales y confiaba en ser feliz, contando con la ayuda de mi nombre. 
Pero ahora, que os dejo sin remedio, pero ahora que ya me he muerto, os diré que aún no comprendo. Si todavía no han brotado las alas en mis brazos, ¿por qué me llamaron Paloma? No lo entiendo... Estoy aquí y me siento extraña, como si hubiera crecido de repente. Yo creía que la muerte sucedía cuando las arrugas se hundían en la piel y que los jóvenes no moríamos. Sin ningún fundamento, imaginaba un futuro perfecto con un príncipe esperando en una esquina con la cara de Brad Pitt y soñaba que algún día volaría, pues en realidad era Paloma y había nacido para eso.
Recuerdo que hace diez horas discurrían los segundos como siempre. Todo parecía fluir según la norma: Dormía, me despertaba, sonaba el reloj despertador en la mesilla y había prisa por coger el autobús para el colegio. Mi madre me reprendía porque no tomaba el desayuno y más tarde mis amigas se reían del profesor de matemáticas. En el aula, y a escondidas, repasaba una vez más esa carta que había escrito a un muchacho del que estaba enamorada. Y después también recuerdo la merienda y el color arrebolado de las nubes y mis dedos sujetando la bolsa de basura y mi rostro en el espejo del metálico ascensor. Luego bajé hasta el portal y salí a la calle. Me he mojado. Empezaba a descargar una tormenta. Se encendían las farolas y en la curva un coche rojo se acercaba. Una bomba lo ha elevado a las alturas y la tierra ha respondido de repente con un ruido de timbal. Mis tímpanos han estallado y he volado por los aires, pero no con la elegancia de las aves, pero no con el silencio. He volado, arrastrada por mil olas de aire negro y mi cuerpo se ha estrellado contra un muro. Vi volar mis brazos-alas, cada uno en un sentido diferente, mientras mis puños se cerraban sin que pudiera controlarlos. Vi elevarse el coche en llamas y he sentido un dolor tan excesivo, tan horrible y tan intenso que no he podido gritar. Tendida aquí en el suelo, suplicaba a lo más santo. ¡Santo Cielo! Me han mordido cien leones, me han pinchado mil agujas y me han quemado en la hoguera... Se diría que el dolor era absoluto y que no existía nada más. ¡Oh Dios! ¡Cómo he llorado! ¡Con qué avidez he invocado una ayuda imposible! ¡Con qué razón he pedido explicaciones! He intentado levantarme, pero mis piernas no me han respondido, y mis ojos se han abierto para intentar dibujar un por qué... Nadie me ha contestado. Nadie sabe. Nadie entiende los caprichos de la muerte. He pedido terminar, acabarme como un río en el océano, y después me ha parecido que todo se detenía... 
Ahora soy sólo un espectro, un fantasma refugiado en la memoria de los vivos. Soy un muerto, una huella que se borra. No me importan los discursos que dirán que era inocente ni las flores de mi entierro. Sólo intento acostumbrarme a la idea de la absurda soledad del cementerio. ¡Qué aburrido lo imagino, mientras pienso en los gusanos! ¡Qué terribles los cipreses en su estático papel de centinelas! El tiempo se ha terminado. Alguien se ha acercado a mi brazo, abandonado en la acera, y me ha puesto una flor entre los dedos. Un muchacho ha cerrado mis párpados y se ha oído por los montes un sonido salvaje: el relincho de un caballo yuxtapuesto a un gran mugido. Y mi madre, arrodillada, ha intentado componer el puzzle de mis restos, esos restos esparcidos por la bomba en un círculo de muerte de diez mil metros cuadrados.
¿Para qué me están hinchado los pulmones? ¿Para qué me han conectado los brillantes electrodos? Estoy muerta. ¿No lo saben todavía? Mis brazos ya nunca serán alas ni el joven que yo amaba sabrá que lo quería. Ya nunca podré entender el sentido verdadero de mi nombre, ya no podré volar sobre las cimas de los Alpes ni podré limpiar mis plumas con la nieve. Me han segado sin haber granado. Me han hundido antes de salir del puerto... Ya ha comenzado el viaje. Siento la invasión de las sombras, ese frío total y nebuloso, y ya no soy capaz de nada. Ni siquiera sé si existo o si alguna vez viví. ¡Cómo cantan las sirenas ese canto que enloquece! Todo se está borrando. Lo que fui se disipa en el aire. Cruzo una oscura laguna y se oyen a lo lejos los ladridos. Me he marchado y ya no estoy en ningún sitio. Soy vacío en el vacío.

El tío Dionisio

Él siempre había sido el tío político, el marido de la tía Encarna, pero la tía había sido hasta su muerte tan querida, tan amable y cariñosa que el tío Dionisio era también un personaje necesario de mi infancia. Por eso, a pesar de que ya no nos tratábamos, cuando le vi aquel día paseando sólo por la acera, sentí que tenía que parar... Se lo dije a Caty y a los niños: 
- Mira es el tío Dionisio. 
Aparqué el coche, salí afuera y le grité. 
- ¡Eh!, tío, ¿sabes quién soy? 
- Luisito... – dijo sorprendido. 
Me acerqué hasta donde él se encontraba e hice con la mano una señal a Caty y a los niños para que salieran. Pensé en que, a pesar de sus noventa años, el tío mantenía una pinta envidiable. 
- Vaya qué bien te veo, estás igual que siempre. Niños, este es el tío Anastasio, ¿os acordáis? Vamos, dadle un beso. 
- Pero, ¡qué guapos están! ¡Cómo han crecido! 
- Chispi tiene ya siete años y Pirracas tiene nueve – dijo Caty. 
- Hola Caty – terció el tío - ¡Cuánto tiempo! ¿no? 
- ¿Qué tal te encuentras? ¿De salud bien? – le dije. 
- No me quejo, a mi edad tengo bastante con conservarme dentro del pellejo. 
- Venga no te quejes que estás hecho un chaval – dijo Caty 
- ¿Sí? Ojalá fuera verdad... Luisito, ¿qué tal tus padres? 
Los niños se miraron divertidos porque no estaban acostumbrados a oír que me llamaban Luisito. Les hizo gracia y comenzaron a enredar, así que cogí la mano de Chispi y le apreté. 
- Están bien, tío; ¿y tu mujer?, perdona, ¿cómo se llamaba? 
El tío se puso serio. 
- ¿Antonia?, bien... He quedado con ella a las siete. ¿Por qué no os esperáis y os la presento? Mira, si no podemos ir a casa... 
- No tío, no. Venimos de la playa y tenemos que marcharnos ya. Mañana trabajamos. 
- Bueno, pues si no podéis quedaros, vamos a tomar algo. Os invito. 
- Que no tío, que no puede ser. Tenemos que irnos, ¿verdad Caty? 
Caty asintió, mientras los niños se ponían tontos y jugaban a tocarse y a esconderse. 
- Sí, mirad, vamos ahí y tomamos un café o lo que queráis. 
- Que no tío. Nos vamos ya – le dije sonriendo. 
Echó mano al bolsillo y sacó un cartera de piel, negra. Parecía nueva, recién comprada, lo mismo que los cuatro billetes de cincuenta euros que acababa de extraer de su interior. 
- Dejadme por lo menos que les dé una propina a los niños. Toma Pirracas. 
Pirracas adelantó tímidamente su mano y Chispi se preparaba. 
- No, tío, no. No hace falta... 
-¿Cómo que no hace falta? 
- Como que no. No insistas. 
- Pero Luisito, ¿cómo me vas a hacer a mí este feo? 
- De verdad, tío, sólo queríamos verte y saber qué tal estás. 
- Mira, déjame. Esto no es nada. 
- No, tío... Me alegro de que estés bien. Venga niños dadle un beso. 
Los niños obedecieron. Luego le besamos Caty y yo. Me quedé pensando un momento, indeciso. ¿Qué sería lo correcto? ¿Qué debía hacer? Recordé la discusión que tuvo con mi padre después de que se casase con Antonia y las críticas inmisericordes de mi madre... No, ya no podía aceptar su propina. 
- Sigue bien, tío. 
Nos montamos en el coche y él se quedó en la acera. Tenía el gesto adusto. Le miré bien a la cara como si aquella fuera la última vez. Arranqué, levanté la mano y una tibia sonrisa se dibujó en mis labios. Luego pisé el embrague y las ruedas comenzaron a moverse marcha atrás.