Ecos cruzados

Ella pensaba que sólo estando a su lado la vida tenía sentido. Él la había rechazado porque no estaba aún seguro. La muchacha, con el corazón hecho añicos y los pies a un palmo del abismo, quiso saber si la montaña también la despreciaba y, elevando mucho la voz, preguntó:
-¿Me quieres?
Al instante, la montaña respondió:
-Eres... Eres... Eres...
Justo al mismo tiempo, al otro lado del gran precipicio, él estaba interrogando al oráculo rocoso:
-¿Quién soy? 
La montaña, de inmediato, también le respondió:
-Oy... Oy... Oy...
Mientras el muchacho quiso creer que aquella voz femenina confirmaba su existencia y aceptaba de modo implícito un largo y prometedor futuro, la muchacha entendió que la montaña le hablaba con voz grave y reclamaba que tomase una decisión urgente cuyo límite acababa en veinticuatro horas.
El joven retrocedió, seguro ya de sí mismo, y ella se arrojó al vacío.